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El voto étnico como una expresión contra el status quo

El voto étnico como una expresión contra el status quo
Electoras del "lapicito". Foto: Agencia Andina

Recordemos. En el 2021, luego de publicarse los resultados electorales de la segunda vuelta, Fuerza Popular alegó que ellos fueron producto de fraude electoral, bajo el único argumento de que hubo mesas de votación en las que nadie eligió a la candidata fujimorista. El partido naranja exigió, primero, una auditoría de la digitalización de las actas electorales; segundo, la anulación total de los resultados; tercero, amenazó con una denuncia penal contra los responsables de los órganos electorales; finalmente, elaboró una demanda de amparo para que se realicen nuevos comicios. Lo traigo al recuerdo porque lo ocurrido no fue solo su intención de anular los resultados electorales. En el fondo, estaban desconociendo el derecho ciudadano básico en todo sistema democrático: el derecho a elegir.

En otras palabras, al no reconocer los resultados electorales, a su vez, tampoco se reconocía la condición ciudadana de quienes expresaron sus preferencias a través de las urnas. Más aún, dada la territorialidad de la mayoría de votos que se verían afectados, lo que hizo el partido fujimorista fue traer a la superficie un conflicto político latente y permanentemente irresuelto: el reconocimiento o no de la ciudadanía a partir de criterios étnicos. Dicho de otro modo, al parecer, el fujimorismo creyó que en este país aún hay quienes pueden determinar quién es ciudadano y quién no, a partir de las relaciones interétnicas que se generan y de los impactos que éstas tienen en la política y en las preferencias electorales.

Si bien el Perú tiene una larga y respetuosa tradición intelectual alrededor de lo étnico, también es cierto que la etnicidad se usa casi exclusivamente para hacer referencia a grupos indígenas, campesinos, rurales, andinos, amazónicos o, incluso, para hacer referencia a los descendientes de origen asiático o africano, o a expresiones públicas con rasgos culturales que estarían relacionados a lo rural, lo popular o lo migrante. En este escenario, el gran ausente se evidencia de manera explícita: el grupo étnico criollo, el sujeto urbano, técnico, burocrático, es el que no ha sido estudiado como un grupo cultural diferenciado, a pesar del protagonismo que tuvo y sigue teniendo en la política peruana.

Más aún, lo primero que salta a la vista es que lo étnico termina siendo una suerte de herramienta homogeneizadora; de esta forma, se escuchan expresiones como "la identidad étnica", "las expresiones étnicas", "comida étnica", etc. cuando, en realidad, lo que se quiere englobar son identidades, expresiones, realidades e historias diversas, diferentes y, muchas veces, antagónicas entre sí.

Desde este punto es que quisiera proponer lo siguiente: las etnicidades no pueden entenderse solamente como una expresión histórica y cultural, sino, sobre todo, como relaciones sociales que manifiestan tensiones, distancias, sospechas y que pueden llegar a construir o rechazar representaciones políticas dentro del ámbito electoral. Así, cuando se logra plantear las etnicidades como relaciones sociales, vamos a observar con mayor precisión la complejidad que poseen los comportamientos electorales en un país con graves problemas de racismo y de desigualdad.

Del sur rojo al sur anticriollo

Durante cada jornada electoral presidencial, los medios de comunicación, los debates públicos, hasta las conversaciones más cotidianas, suelen hacer referencia al popular sur rojo, una denominación que agrupa a los territorios de la Macro Sur, en claro señalamiento a las tendencias políticas expresadas de manera consistente y diferenciada con respecto a las otras regiones. El sur rojo de Toledo, de Humala, de Mendoza, de Castillo. El sur rojo contra PPK, contra Keiko Fujimori, contra Lourdes Flores.

Toche int Fuente: Onpe. Elaboración propia.

Si bien en sus respectivos momentos, Alejandro Toledo, Ollanta Humala y Verónika Mendoza lograron obtener un respaldo bastante contundente desde el sur andino, los resultados electorales de los siguientes años evidenciaron un fuerte rechazo hacia quienes fueron considerados los líderes de las izquierdas en el Perú.

Tal como se observa en el cuadro, según los resultados de las elecciones del 2016, Mendoza logró obtener más del 40% de respaldo electoral en Cusco y 38% en Puno, mientras que, los resultados del 2021, arrojaron un 20% en Cusco y un 6% en Puno. Similares caídas sufrieron también Toledo y Humala.

Una de las interpretaciones que se improvisaron para explicar tales cambios fue el relato del viraje o la traición: cuando tal candidato llegó al poder engañó al pueblo, lo traicionó y ahora, el pueblo lo rechaza. Ello podría explicar los resultados de Toledo y de Humala, pero si la candidata cusqueña no logró ganar alguna elección. ¿Cómo explicar lo sucedido?

Este tipo de situaciones permiten mostrar cómo el factor ideológico no tiene el peso que se le suele atribuir y más bien desafía a repensar qué otros factores podrían haber influido en la caída de Mendoza como referente político. En los términos que propongo, habría que considerar que en el 2016 la candidata explotó su identidad cusqueña, hizo su campaña en el sur y lideró desde ahí su protagonismo electoral. Sin embargo, durante los siguientes años se concentró solamente en Lima, al punto que su posterior campaña y su imagen política la trabajó desde la ciudad capital. A pesar de sus inicios y del esfuerzo en capitalizar sus raíces surandinas como parte de su repertorio político, la probabilidad de que ella también fuera asociada a una identidad criolla limeña podría explicar los resultados que obtuvo en la última jornada electoral presidencial.

Usemos otro ejemplo, retrocediendo a las elecciones de 1990. Entonces, la competencia electoral se dio entre dos candidatos cuya imagen política se distanciaba la una de la otra. El sur no solo rechazó a quien fuera el candidato limeño por excelencia, Mario Vargas Llosa, sino que, además, en sus territorios se generaron fuertes preferencias a favor de Alberto Fujimori, el candidato que supo presentarse como el mestizo, el migrante y el popular, el que no era de la élite, el que no era criollo.

A la luz de ambos ejemplos, vale preguntarse si las preferencias electorales en el sur andino son una expresión política a favor de las izquierdas o si, más bien, se trataría de una expresión de las relaciones interétnicas entre los representados y los candidatos de un grupo cultural, en las que se genera una situación de conflicto y rechazo.

De ser así, entonces, cabría afirmar que los factores que condicionan los comportamientos de los votantes y las preferencias electorales no se encuentran en la superficie de las coyunturas electorales sino en las relaciones interétnicas y las estructuras históricas que sostienen dichas relaciones; los resultados electorales podrían ser la expresión de una experiencia histórica acumulada y no tanto de una postura ideológica en particular.

Etnicidad - poder - política

A partir de lo expuesto, habría que triangular etnicidad - poder - política como la combinación que permitiría observar los modos en los que el poder se reproduce, dónde se reproduce y entre quiénes se reproduce. También nos permitirá ver qué tipo de poder se ejerce, contra quiénes y, sobre todo, qué tipos de resistencia puede llegar a estimular.

En esos términos, lo criollo, visto desde una dimensión interétnica, se caracterizaría como una estructura cerrada y excluyente, de rasgos colonialistas y con una marcada inclinación hacia lo burocrático, lo rentista y la ostentación de bienes como prestigio funcional. En este escenario, el esquema criollo de reproducción social tendría como base fundamental la reproducción de las redes sociales a través de favores, contactos, padrinazgos y fortalecimiento de las jerarquías; en otras palabras, la reproducción de un esquema oligárquico que permita mantener de las diferencias y, con ello, el mantenimiento y reproducción de los grupos de poder y de los flujos sociales que estos alimentan.

Frente a ello, a pesar de la volatilidad característica del electorado peruano, un conjunto de estudios sociológicos ha logrado identificar patrones entre los votos étnicos, las exclusiones socioeconómicas y el respaldo a opciones electorales críticas, con el poder fáctico capitalino. Más aún, en una reciente publicación,1 luego de revisar los resultados electorales de primera vuelta a nivel provincial realizadas de 1980 al 2021, se concluyó que los candidatos identificados en su conjunto como parte de la élite criolla de Lima y de las redes que se tejen a su alrededor, recibieron menos apoyo electoral en la zona sur andina que en cualquier otra zona del país, fenómeno que, además, se repite en todos los procesos electorales desde 1980. Además, en el sur andino las candidaturas ubicadas en el extremo de la oposición política a las élites de Lima, registran sistemáticamente mayor respaldo que en cualquier otra región del país.

Definitivamente, no se trata de que las relaciones interétnicas sean el único factor que influye en las preferencias y comportamientos electorales en el Perú, pero es claro que no se debe subestimar la influencia de las etnicidades y sus relaciones como elementos presentes a nivel tanto contextual como coyuntural, sobre todo en un país donde, justamente, representantes de la élite criolla constantemente acechan y cometen abuso de poder contra grupos anticriollos, a quienes, históricamente, se les ha cuestionado su calidad y su derecho como ciudadanos.

Footnotes

  1. Nureña, C. , Toche, C, & Perez-Pachas, J. (2022). El comportamiento electoral en el sur andino peruano frente a candidaturas de la elite criolla de Lima, 1980-2021. Discursos Del Sur, Revista De teoría crítica En Ciencias Sociales, 1(10), 31–66.

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