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Un realismo implacable. Sobre "Diario de protesta" de Eduardo Yaguas

Un realismo implacable. Sobre "Diario de protesta" de Eduardo Yaguas
Foto: La Balanza Taller Editorial.

A raíz de las recientes movilizaciones en contra del actual régimen, en el entorno digital encontramos, además de información periodística, otras cosas —poemas, imágenes, canciones— que imprimen un sentido al presente, que orientan, parafraseando el apunte de Santiago Vera al final del documento colaborativo N poemas peruanos de revuelta, activo en estos últimos meses.1

Eso es precisamente lo que logran las composiciones gráficas que Eduardo Yaguas comparte a través de sus redes sociales, especialmente Instagram, bajo la misma coyuntura, y sobre todo, en respuesta a esta coyuntura, en contra de ella. Sus imágenes han condensado los sucesos vividos, pero también nos han ofrecido una orientación para entenderlos. Han capturado el momento y, al hacerlo, lo han significado de un modo muy preciso. Quisiera detenerme en ambos puntos: primero, pensar cómo figuran el presente los trabajos reunidos en Diario de protesta (2023), volumen publicado por Taller Editorial La Balanza; luego, decir algo sobre la función orientadora que adquieren en esta coyuntura.

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Una cierta confusión acecha a la noción de realismo en las artes visuales. Primero, una confusión histórica: se piensa que “realista” alude a una imagen necesariamente verosímil a lo que el ojo acostumbra a ver. Para esta mirada, el hecho de que Yaguas haya apelado a cierta animalización de los manifestantes sería suficiente para descartar su carácter realista. Serían “símbolos” y no representaciones reales.

En el mismo sentido, al navegar la lámina compuesta de muchos cascos de policías, el hecho de que uno nos devuelva la mirada y revele su rostro calavérico bastaría para decir, nuevamente, que son “símbolos”, es decir, ficciones que estarían en las antípodas de cualquier estética realista. Sin embargo, ese ideal de representación verosímil se corresponde mejor con la noción de naturalismo, una estética del siglo XIX que, justamente, quiso despojar a la representación de cualquier narrativa, que era la principal característica del arte realista. Ya sea porque ilustraba el discurso histórico, ya sea porque recogía la tradición oral del mundo campesino, o porque representaba las revoluciones burguesas y luego proletarias, el realismo en el arte de los siglos XIX y XX tuvo su ancla en una cierta voluntad de narrar, de ubicar la representación en un plano donde ésta no solamente describe el mundo visible, sino que lo significa. Y para ello, pues, muchas veces recurre a la simbolización.

El descarte de la noción de realismo para pensar el arte actual no es extraño, pues se trata, además, de una idea que usamos poco para pensar la producción cultural desde el auge del posmodernismo de los 80 en adelante. A la certeza de que las artes solo se ocupan de expresar una subjetividad privada —una idea específicamente burguesa del arte, por cierto, que poco tiene que ver con su comprensión popular— se le añadió una sospecha general sobre las imágenes. Estas serían intrínsecamente mentirosas y estarían siempre producidas por intereses también privados, ocultos. En las últimas décadas se ha instalado la idea de que las imágenes velan la realidad, en vez de ayudar a revelarla. Curiosamente, en el momento en que circulan más imágenes que en cualquier etapa de la historia de la humanidad, las teorías más sofisticadas del arte y de la imagen vienen a decirnos que éstas son resultado de juegos de poder, que siempre esconden algo, que no debemos creerles nada. Desde luego, muchas imágenes efectivamente mienten, pero generalizar estas ideas poco aporta a entender aquellas que no lo hacen. Como las de Yaguas.

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A inicios de año, en medio de las movilizaciones, me topé con alguna de estas gráficas en el celular. Compartí su post. Cada tantos días aparecía otra, y luego otra más, y la dinámica era la misma: compartirla. Después de repetir esto llegó un momento en que me quedó claro que lo suyo no tenía nada que ver con aprovechar el momento para ganar visibilidad como artista (que, sabemos, ha ocurrido, y no poco), sino que lo motivaba lograr una especie de crónica visual de los hechos: camiones repletos de gente desplazándose a las ciudades para movilizarse en masa con la bandera flameando; escenas de policías asesinando a campesinos y campesinas; un mar de ataúdes y, al centro, un hombre llorando a sus muertos; una campesina en medio de las nubes de gas lacrimógeno, rodeada de policías; otras campesinas haciendo frente a las balas de las fuerzas del orden; etc. Todas estas escenas parten de sucesos e imágenes que han circulado mucho estos últimos meses, especialmente en redes sociales. De todas ellas, Yaguas ofrece una síntesis, una versión mínima, condensada, que captura algo así como el guión o estructura de la movilización, la represión, la masacre.

Junto a aquellas láminas encontramos otras que portan un sentido distinto, que se alejan del tono de denuncia que encontramos en las que mencioné anteriormente, también presente en otras como la contraposición entre balas y paz. La marcha de los animales, por ejemplo, que imprime un tono arguediano a las movilizaciones; la composición de puños en alto, que lleva a pensar en la larga tradición del enaltecimiento de las luchas populares propia del realismo socialista; o esa curiosa imagen donde punks, campesinos y demás personajes se articulan, banderas en mano, como una sola colectividad. En todos estos casos, la gráfica de Yaguas exalta la lucha popular, la figura como un bloque articulado, decidido a vencer, en contraste con la dispersión que caracteriza a las movilizaciones recientes. Pero el sentido de estas últimas imágenes no es representar las cosas como ocurrieron, sino que buscan dar ánimo y confianza a la lucha. Celebrarla.

En ambos casos, al denunciar los hechos de violencia o exaltar la lucha popular, se trata de una gráfica realista, pues recoge elementos de la realidad, los procesa y los devuelve bajo una nueva forma. Describe sucesos, pero mostrando al mismo tiempo la perspectiva del autor, que nada tiene que ver con la pretendida y falaz neutralidad del periodismo hegemónico, sino que nos deja ver su toma de posición por las luchas populares. Nos narra estos meses de lucha desde la perspectiva de quien ha optado por ponerse del lado del pueblo. No es un dato menor el que buena parte de las composiciones de Yaguas muestren precisamente la línea que separa a policías y manifestantes como dos frentes, dos campos —el popular y el dominante— en plena disputa. En cada una de esas confrontaciones visuales se nos plantea la pregunta: ¿de qué lado estás?

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Como imagen digital que inunda las stories en Instagram, como libro, como afiche en la calle, las láminas de Yaguas nos recuerdan que el campo popular se forja en cada jornada de lucha, cada confrontación con los defensores del régimen, cada gesto de solidaridad; pero también en cada dibujo sobre un borrador, que luego será tallado, entintado, impreso, fotografiado y posteado en las redes (o escaneado, diagramado e impreso como libro, por supuesto). Diario de protesta deja ver que Yaguas ha tomado posición por las luchas populares, pero sobre todo muestra un modo específico en que quienes producen arte participan en ellas. La posición del autor queda puesta en evidencia en cada una de estas imágenes.

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Para terminar, conviene traer al Vallejo comunista, pues estas ideas de El arte y la revolución vienen al caso. Dice:

La forma del arte revolucionario debe ser lo más directa, simple y descarnada posible. Un realismo implacable. Elaboración mínima. La emoción ha de buscarse por el camino más corto y a quema-ropa. Arte de primer plano. Fobia a la media tinta y al matiz. Todo crudo, ángulos y no curvas, pero pesado, bárbaro, brutal, como en las trincheras.2

Un arte de primer plano que, además, recoge “los triunfos y las vigilias, los pasos y las caídas, las experiencias y las enseñanzas de cada jornada, en fin, todas las formas, lagunas, faltas, aciertos y vicios de las masas en sus luchas revolucionarias”. El ideal del arte revolucionario de Vallejo combina una forma directa, “brutal, como en las trincheras”, con un contenido que recoge la coyuntura en toda su complejidad. No solo los momentos de confianza y éxtasis, sino también las derrotas, las fatigas, los impases. El matiz en el contenido, la fuerza en la forma. Al recoger estas diversas escenas de las movilizaciones recientes, Diario de protesta responde bien al llamado que Vallejo lanzó hace poco más de cien años. Un realismo implacable que todavía tiene mucho que decir en la actual coyuntura.

Footnotes

  1. Ver N poemas peruanos de revuelta. Archivo colaborativo.

  2. Vallejo, César. El arte y la revolución. Lima: Mosca Azul Editores, 1973, pp. 123-124.

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