13
Internacional

Entre la retórica y los riesgos de una tercera guerra mundial

Entre la retórica y los riesgos de una tercera guerra mundial
Escultura de Stephen Kaltenbach. Museum Boerhaave

Al aceptar a Quehacer aventurar un comentario sobre los peligros de una tercera guerra mundial —peligro advertido por eminentes analistas como Nouriel Roubini, Emmanuel Todd y Manolo Monereo, entre otros— no tenía la menor idea que las declaraciones belicistas y los aspavientos de la inminencia de un conflicto global, se iban a disparar de manera vertiginosa en las semanas siguientes. No ha habido día en que algún líder político occidental no haya sugerido o afirmado que la guerra es el escenario que tenemos por delante. Las declaraciones del presidente Macron, solicitando el envío de tropas de la OTAN a suelo ucraniano, desataron una cacofonía de pronunciamientos que, aunque se manifestaban en contra de la propuesta, no dejaban de tener un abierto tono belicista. El ministro de defensa sueco alertaba que “Suecia debe prepararse para la guerra (con Rusia)”, como una manera de justificar la incorporación de su país a la OTAN; el primer ministro polaco exigía un incremento del 3% del presupuesto militar en los países de la Unión Europea, para lanzar una economía de guerra. A las declaraciones de los políticos occidentales se sumaban los grupos mediáticos que, sin ninguna mesura, anunciaban que “Europa se pone en pie de guerra” (El País 3.04.)

En medio de esta rimbombante retórica belicista, las declaraciones del papa Francisco llamando al gobierno ucraniano a negociar un fin a la guerra, causaron extrañeza. Bergoglio, declarando a un programa de la televisión suiza, dijo que Ucrania debería elegir “el coraje de la bandera blanca” y añadió: “cuando ves que estás derrotado, que las cosas no van bien, debes tener el coraje de negociar”. La mención a la bandera blanca fue interpretada como un llamado a la rendición, lo que generó un unánime rechazo y una agría crítica al Papa por parte del presidente Zelensky y de todos los gobiernos de la alianza atlántica. Las prontas aclaraciones de Mateo Brunni, director de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, argumentando que la figura de la bandera blanca se refería a una tregua de las hostilidades y no a una rendición, no contribuyeron a aminorar las críticas a Francisco por reclamar una pronta solución negociada a este sangriento conflicto que va por su tercer año.

La irritación de las élites occidentales ante tales declaraciones del Papa, muestra diáfanamente que, por ahora, el humor guerrero es el que predomina en los países de la OTAN, sin signos de ninguna política de distensión en el horizonte. Asistimos a una peligrosa escalada belicista, que no se reduce a bravuconadas verbales, sino que se expresa en un incremento de ataques militares en territorio ruso, como los recientes a las refinerías petroleras rusas en las regiones de Riazán y San Petersburgo.

La dificultad para reconocer un gran fiasco

Más que las referencias a la bandera blanca, lo que ha molestado sobremanera a los líderes de la OTAN son las afirmaciones del Papa sobre una Ucrania derrotada, así como la posibilidad de reconocer que habría llegado el momento de negociar. En su reciente libro “La Derrota de Occidente”, el historiador francés Emmanuel Todd, examina las sorpresas que han salido a la luz con la guerra en Ucrania. Una de ellas, subraya, es la total equivocación sobre la verdadera situación económica y social de Rusia al inicio de este conflicto, que llevó a los líderes de la OTAN a pensar que con las draconianas sanciones económicas y la exclusión de los bancos rusos del sistema financiero Swift, la economía rusa se iba a derrumbar. A pesar de que varios estudios académicos mostraban la recuperación de la economía rusa a las sanciones impuestas en el 2014, así como su preparación para una autonomía financiera e informática de los circuitos occidentales, se insistía en degradarla y considerarla “una gasolinera con armas nucleares”, incapaz de hacer frente militarmente a la OTAN.

Aunque parezca mentira, estos supuestos completamente disparatados sobre la realidad rusa, alimentaron la arrogancia en los planes occidentales, que preveían una derrota total rusa en el conflicto con Ucrania, abrían las condiciones para su completa “descolonización” y su desmembramiento en 41 nuevas repúblicas (sic). Suena loco, pero lean lo que escribió Angel Vohra en la prestigiosa revista Foreign Policy en abril del 2023.

“La Comisión para la Seguridad y la Cooperación en Europa, una agencia independiente del gobierno de Estados Unidos con miembros de la Cámara de Representantes, el Senado y los departamentos de Defensa, Estado y Comercio de Estados Unidos; ha declarado que la descolonización de Rusia debe ser un ‘objetivo moral y estratégico’. El Foro de las Naciones Libres de la Post-Rusia, compuesto por políticos y periodistas exiliados de Rusia, celebró una reunión en el Parlamento Europeo en Bruselas a principios de este año y está anunciando tres eventos en diferentes ciudades estadounidenses este mes. Incluso ha publicado un mapa de una Rusia desmembrada, dividida en 41 países diferentes, en un mundo post-Putin, suponiendo que pierda en Ucrania y sea derrocado.”

Es decir, analistas occidentales impulsaron la teoría de que la desintegración rusa se avecina y que Occidente no sólo debe prepararse para gestionar todo posible desbordamiento de cualquier guerra civil subsiguiente, sino también para beneficiarse de la fractura, atrayendo a las naciones sucesoras, ricas en recursos, a su ámbito. Argumentan que cuando la Unión Soviética colapsó en 1991, Occidente fue sorprendido y no pudo capitalizar plenamente esa oportunidad trascendental. Ahora deben elaborar una estrategia para poner fin a la amenaza rusa de una vez por todas, en lugar de proporcionarle una rampa de salida a Putin.

Estados Unidos y sus aliados de la OTAN, que se esmeran en presentar el conflicto en Ucrania como “una agresión no provocada” por un lunático, remedo de Hitler, llamado Putin, estaban obsesionados en acabar con Rusia como estado nación y veían en esta guerra una ocasión para alcanzar sus disparatados objetivos geopolíticos.

Desde la cumbre de Bucarest el 2008, donde la OTAN, por presión de los Estados Unidos, acuerda invitar a Ucrania a incorporarse a la alianza atlántica, su compromiso e injerencia en los asuntos internos de Ucrania no ha hecho más que crecer de manera exponencial, particularmente, luego del golpe en contra del presidente Yanukóvich, el 2014. Recientemente el New York Times revelaba que 12 bases secretas de espionaje se habían construido al borde de la frontera rusa desde el 2016, financiadas y equipadas totalmente por la agencia. Desde el inicio de la intervención militar rusa en febrero del 2022, se sabía que las armas, el entrenamiento y la inteligencia en apoyo a Ucrania provenían de la OTAN. Se mantenía en la ignorancia de la opinión pública la participación directa de la alianza atlántica en la conducción y en los escenarios de la guerra. El 4 de diciembre pasado el Washington Post publicaba un largo artículo sobre la contraofensiva ucraniana del verano pasado, donde se revelaba que ésta había sido planificada en una base americana en Alemania, en compañía de altos militares de la alianza atlántica, incluido el general Mark Milley, en ese momento, jefe del Estado Mayor del Ejército de Estados Unidos. Se estimaba que la contraofensiva ucraniana llegaría al Mar de Azov en menos de tres meses; sin embargo, luego de las primeras semanas, analistas bien informados sabían que la operación estaba en un impasse y que no había posibilidades de éxito. Sin embargo, los medios de comunicación, y los líderes de la alianza atlántica, siguieron hablando de una inminente victoria. Se tuvo que esperar hasta mediados de noviembre para escuchar las primeras declaraciones indicando que la contraofensiva había alcanzado un punto muerto, una velada manera de reconocer el fiasco y la derrota.

¿La retórica belicista para encubrir un desastre?

Como se puede apreciar, las afirmaciones del Papa Francisco sobre una derrota militar en Ucrania y la urgencia de negociaciones de paz, no fueron hechas sin un conocimiento objetivo de la realidad. Es conocido que el Vaticano posee una muy buena red de inteligencia, que algunos comparan con la CIA. Otra cosa es, como señala el citado Emmanuel Todd, que las élites occidentales se encuentren en una actitud nihilista y de negación de la realidad, que les impide, por el momento, un comportamiento político a la altura de los hechos. Los historiadores tendrán bastantes dificultades en explicar esta monumental ceguera geopolítica de las élites occidentales, producto de lo que los griegos llamaban “hubris”: la soberbia y la arrogancia desmedida.

Según la revista Marianne, el discurso del presidente francés Emmanuel Macron sobre el posible envío de tropas para ayudar a Kiev, parece haber sido una reacción impulsiva al tomar conocimiento de tres evaluaciones realizadas por el ejército francés, que pintaban un panorama sombrío del conflicto de Ucrania. Los informes, que alguna mano oculta hiciera llegar al semanario francés, argumentaban que Ucrania destruyó su fuerza entrenada por Occidente en la fallida ofensiva de 2023, que se ha quedado sin hombres para movilizarse y que su reciente derrota en Avdeevka demuestra que ni siquiera puede mantener la línea contra Rusia. “Ucrania no puede ganar esta guerra militarmente” concluye el primer informe, escrito en el otoño de 2023, tras la desastrosa ofensiva terrestre de Kiev. Para Occidente, decía el documento clasificado revelado por Marianne, continuar buscando una solución militar sería “el error más grave de análisis y juicio”.

El segundo informe, que describe las perspectivas para 2024, es aún más alarmante. Subraya que Kiev necesita 35 mil hombres al mes, pero “recluta menos de la mitad”, mientras que Rusia recluta 30 mil voluntarios mensualmente. Los expertos militares estiman que entrenar nuevos contingentes demora por lo menos seis meses y organizar una brigada de combate, treinta. Ante la urgencia de contar con efectivos en un corto plazo, los líderes occidentales se encuentran ante el dilema de aceptar la derrota o intervenir directamente, arriesgando un fatídico enfrentamiento directo de la OTAN con Rusia.

En Europa, ante las elecciones parlamentarias europeas en junio, ni en los Estados Unidos, con las presidenciales de noviembre, nadie quiere cargar con el costo político del fiasco de la guerra en Ucrania. En una fuga hacia adelante, se quiere seguir vendiendo a la opinión pública la ilusión de que todo no está perdido y que sólo falta un esfuerzo económico y militar más para alcanzar la victoria, desoyendo los informes de los expertos militares. Para los europeos, el panorama es aún más sombrío. El primer ministro belga De Croo, alertaba en un discurso ante el Parlamento Europeo, que un triunfo de Trump podría dejar sola a Europa con la debacle del conflicto ucraniano.

Es innegable que estamos en una fase de confrontación geopolítica global, en una pendiente ascendente que incrementa los riesgos de un desenlace nuclear, que significaría el fin de la civilización humana tal como la conocemos. Sin negar la gravedad de la situación internacional, es necesario considerar que la certeza de que no hay ganadores en un conflicto atómico, debe llevarnos a discernir entre las palabras, por más belicistas que éstas aparezcan, de la decisión efectiva de iniciar una guerra nuclear. No nos olvidemos de que estamos en un año electoral, y como es costumbre, las expresiones irresponsables para conquistar votos no tienen límite alguno, y que los grupos mediáticos, lamentablemente en su gran mayoría, viven más del sensacionalismo que del periodismo responsable. Si bien en 2024 seguiremos atestiguando bravuconadas belicistas por todos lados, no debemos perder el optimismo, en que una negociación de paz es aún posible.

siguiente artículo