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Semblanzas

Alan García (1949-2019)

Una historia marcada por la corrupción

Alan García (1949-2019)
Archivo Quehacer

Dueño de una poderosa y convincente oratoria, en 1985, con apenas 36 años, Alan García se convirtió en el presidente más joven en la historia del país luego de ganar ampliamente las elecciones como candidato del viejo Partido Aprista. Más de sesenta años después de fundada el Apra, se convirtió en el primer aprista en alcanzar la presidencia. Su juvenil y fogosa irrupción en la escena nacional se convirtió en un fenómeno político. Cautivó multitudes, despertó esperanzas, pero no pasó mucho tiempo para que llegara la decepción.

Tres años antes de su arribo a Palacio de Gobierno se había hecho con la dirección del Partido Aprista, ganando la secretaría general. El aprismo atravesaba una grave crisis luego de la muerte en 1979 de su fundador, Víctor Raúl Haya de la Torre, una figura que lo copaba todo en el partido. El aprismo estaba golpeado y debilitado por las divisiones internas que siguieron a la desaparición del “jefe” al que sus seguidores veneraban, acusaciones de vínculos con el narcotráfico y la derrota electoral en las elecciones presidenciales de 1980.

En ese contexto de grave crisis partidaria, apareció un joven Alan García que supo posicionarse como una esperanza de renovación y relanzamiento del viejo partido. Alan triunfó en un Congreso clave y alcanzó la cumbre del partido, saltándose a un par de generaciones de dirigentes partidarios. Luego vendría la Presidencia de la República. Y con ella, la gloria de la victoria, el poder, pero también el fracaso y el inicio de una historia marcada por el signo de la corrupción.

Alan García llegó a su primer gobierno con un discurso que prometía cambios. Inició su gestión anunciando que limitaba el monto del pago de la deuda externa al diez por ciento de las exportaciones. Después vino el intento de estatización de la banca. Fue una decisión que no consultó con su partido, ni con los congresistas oficialistas que debían defenderla, y que pareció más un exabrupto que una decisión pensada y sustentada en principios ideológicos y en un plan económico. La sorpresiva medida fue aprobada en Diputados, pero se cayó en el Senado. Fue un fracaso. Se disparó la crisis, económica, social, de violencia política y de la moral del gobierno. Esa primera administración de García estuvo marcada por la hiperinflación, los escándalos de corrupción, el crecimiento de la subversión armada y las violaciones a los derechos humanos.

Terminado ese primer convulsionado gobierno vinieron las acusaciones contra García y poco después su fuga del país pidiendo asilo en la embajada de Colombia. El golpe de Alberto Fujimori, que capturó por asalto todas las instituciones, incluido el Poder Judicial, le dio la cobertura necesaria para eludir a la Justicia alegando falta de garantías para un juicio imparcial y persecución política. Después de pasar más de ocho años entre Bogotá y París, volvió al Perú en enero de 2001 cuando los cargos por corrupción en su contra habían prescrito. Y protagonizó un increíble retorno a la presidencia.

En 2001 pasó sorpresivamente a la segunda vuelta, pero perdió con Alejandro Toledo. Su buen desempeño electoral, inesperado después del desastre que fue su gobierno, reforzó el mito del poder de Alan para convencer multitudes. En 2006 le llegó la hora del retorno. Con habilidad supo aprovechar las debilidades de Ollanta Humala y explotar los miedos de la población. Triunfó con un voto impulsado en buena parte por el temor, por el mal menor.

En su segundo gobierno dio un radical giro a la derecha. Convertido en un neoliberal, gobernó en alianza con los sectores conservadores. Ese segundo gobierno también estuvo marcado por denuncias de corrupción. En eso no hubo cambios con su primera gestión. La coyuntura internacional lo favoreció y hubo crecimiento económico, pero fue un crecimiento con exclusión, con las ganancias de las grandes empresas multiplicándose y los salarios prácticamente estancados, un crecimiento basado en el alto valor de las exportaciones de los minerales, pero desperdiciando la buena coyuntura para impulsar políticas para un desarrollo que sea menos dependiente de los precios de esas materias primas. Hubo alrededor de un centenar de muertos por la represión a las protestas sociales, el “baguazo” fue el hecho más dramático.

Mesiánico y de un ego que desbordaba su voluminosa figura, García alguna vez llamó “anticristos” a los que cuestionaban su gestión presidencial. “Fracasados”, “derrotados”, eran otros epítetos que, con ese gesto de soberbia que lo caracterizaba, disparaba contra sus críticos.

Al final de su segunda gestión presidencial se repitieron las acusaciones de corrupción, como había ocurrido después de su primer gobierno. Estalló el escándalo de los narcoindultos. Pero con muy buenos contactos en el sistema judicial, García, un experto escapista de la Justicia, volvió a librarse de las acusaciones en su contra. Creció su fama de intocable.

Pero su estrella política se había apagado. Ya no convencía, no atraía multitudes, por el contrario, su desgastada figura despertaba rechazo. Su suerte de intocable comenzó a cambiar con las revelaciones de la trama de corrupción de Odebrecht. Los sobornos por el tren eléctrico, las adendas para sobrevalorar la carretera Interoceánica, comprometían a su gobierno. Fueron apareciendo las evidencias que lo iban acorralando. Se reveló que recibió pagos por una conferencia desde la caja que la constructora brasileña usaba para pagar sobornos. Cayeron Miguel Atala y Luis Nava, los últimos muros antes de llegar hasta García, y el ex presidente decidió matarse para eludir a la Justicia. Esta vez en forma trágica y definitiva. Pero el disparo que terminó con su vida retumbó como una confesión de culpa.

La espectacularidad dramática del suicidio como fuga final, fue el epílogo para el dos veces presidente que se había convertido en símbolo de la corrupción y la impunidad. Murió sin responder a los tribunales por los cargos en su contra, no solamente por corrupción, sino también por violaciones a los derechos humanos, y como un político repudiado por la inmensa mayoría del país, con un rechazo ciudadano que superaba el 80 por ciento.

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