3
Semblanzas

El Perú de Julio Cotler

(Julio Cotler, 1932-2019)

El Perú de Julio Cotler
Archivo Quehacer

“En primer lugar déjame decirte que yo no clientelizo a nadie” me dijo Julio Cotler a fines de 1979 el día en que me iniciaba como su asistente. Con los años me daría cuenta del significado que -más allá del contexto inmediato- podía tener esa declaración.

En 1966, de retorno a Lima tras casi una década en el exterior, Cotler había publicado un ensayo --“La mecánica de la dominación interna y del cambio social”— en que exploraba las posibles vías de transformación de la sociedad rural a raíz de las transformaciones en curso. Era, en términos de su propia agenda, el esquema de una investigación de largo aliento a la que pensaba dedicar los años por venir. Razones político-académicas, sin embargo, alterarían sus planes.

Me refiero a su participación en el debate sobre las reformas velasquistas y la insólita deportación que de ello provino, la cual le ocasionaría un verdadero “terremoto” existencial. De ahí que dijese que, el objetivo de "Clases, Estado y Nación en el Perú" (CENP) –el libro concebido en su exilio mexicano— no era otro que “encontrar un camino para dejar de ser forastero en este país”. A los dilemas de su procedencia aludía así. No solo a su condición de primer hijo nacido en el Perú de una familia judía procedente de Besarabia (actual República de Moldova) sino a la drástica ruptura con su comunidad siendo un adolescente aún. A la luz de este agitado trasfondo, el curso señalado por “la mecánica de la dominación interna y del cambio social” le pareció insuficiente –una mirada externa y básicamente teórica-- frente a los temas que debía tocar si aspiraba a mirar al país como un verdadero insider.

Archivo Quehacer

Archivo Quehacer</em>

Si en Arguedas –con cuyo afán de no ser “forastero en este país donde hemos nacido” Cotler se identificaba plenamente—el desdén de la tradición andina, el suyo era la persistencia del fundamento étnico sobre el cual se había erigido la sociedad colonial. La persistencia, vale decir, de “criterios étnicos y racistas para calificar a las personas (sustento del comportamiento soberbio y prepotente de los poderosos y “la mezcla de ira y humildad de los subordinados”), la “propensión autoritaria” de los dominantes y las relaciones clientelistas que estos establecen con quienes los rodean. En busca de los caminos de la reproducción de la “herencia colonial” al siglo XVI se remontaría Cotler en CENP. Redondeando así un planteamiento que, frente al nacionalismo republicano tradicional, abría nuevas perspectivas para pensar el Perú: la idea de un país que se modernizaba sin poder saldar cuentas con su pasado colonial, quedando confinado así a un permanente estado coloidal.

A mediados de los años 70, en el punto medio de su larga vida, Cotler hizo un pacto consigo mismo: sería peruano por voluntad, un ciudadano pleno en un país en que prevalecía aquello que Manuel González Prada describió como “el pacto infame de hablar a media voz”. En ese momento de su vida fue que comencé a trabajar con él. Tenía unos 46 años. Creía aún –como expresó en una entrevista con César Hildebrandt en 1979—que, ante el riesgo de una dictadura “como nunca antes hemos conocido”, la izquierda era la llamada a “rescatar la democracia” y elaborar una “alternativa orgánica” para el Perú; a condición, por cierto, de que entendiera que el Perú no era Francia o Inglaterra”. En esa misma entrevista, preguntado si no admiraba la “eficacia” de un Stalin, Cotler respondería que le parecía “profundamente cínico” pensar que la política fuese “el arte de lo posible” que creía, más bien, que la política consistía “en hacer posible lo necesario”.

En la incertidumbre de los 80, su opinión sería cada vez más demandada; haciéndose imprescindible durante los aciagos años 90 en que –como diría Martín Tanaka— Cotler se convertiría “en una suerte de conciencia moral” del país. Durante los 90, asimismo, se propuso sumar a liberales e izquierdistas en la lucha por la democracia. Reconociendo la futilidad de su intento emprendió entonces –como González Prada un siglo atrás—un “apostolado solitario”. No le gustaba dar entrevistas, pero mayor era su afán por interpelar y esclarecer. A unos les asustaba su “pesimismo”; otros lo veían como un verdadero “oráculo”. A veces –confesaba—es la rabia que me provoca la irresponsabilidad, el cinismo, la incultura, lo que me motiva a hablar. El “forastero” de los 70, para ese entonces, había culminado el ciclo iniciado con su deportación. Por el significado de "Clases, Estado y Nación" en esa transición pregunté a Cotler en octubre de 2018. “Me hizo ser consciente de cuáles eran los problemas del país y cuáles eran mis problemas frente a esos problemas…” Seguiría hablando y criticando hasta que su condición se lo impidió. Con el mismo tesón luchó contra la enfermedad. Hasta que tuvo que irse, dejándonos el ejemplo de su honestidad intelectual y su enorme voluntad crítica.

siguiente artículo

Sobre Gonzalo Portocarrero (1949-2019)