Mujeres y educación superior
En la última convocatoria para acceder a becas del Estado, de 51 mil postulantes, el 61% fueron mujeres. Por primera vez en la historia, la cantidad de mujeres postulantes superó a la cantidad de hombres. Sin duda, con el tiempo, somos más las mujeres que accedemos a educación superior. En educación universitaria, las mujeres representaron 48,9% en el pregrado, 55% entre los titulados y 51,4% en la maestría. Incluso la edad promedio de las mujeres al entrar a la universidad suele ser menor que la de sus pares hombres.
Sin embargo, aunque el acceso viene aumentando, no todo es color de rosa para las mujeres hoy. El primer gran reto es la disminución de la participación femenina conforme se avanza en la trayectoria educativa. En el doctorado, la participación de mujeres es de 40%, y en la docencia universitaria, de 32%. En investigación, la situación no mejora. Solo 35% de los registros de personas relacionadas a la investigación en la base de datos del CTIVitae son mujeres. Estas representan 26% de los investigadores en el Registro Nacional de Instituciones y Empresas Científicas y Tecnológicas -RENACYT a 2017 y sólo el 17% de los miembros titulares de la Academia Nacional de Ciencia (ANC, 2016). ¡Y ni hablar de cargos de poder! La participación femenina en el rectorado es de menos del 10% (ASUP, 2019).
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A este gran reto, hay que sumarle otros más. Primero, las brechas de participación se agrandan en carreras ligadas a ciencias y tecnología – que a su vez son las mejores pagadas en el mercado laboral. Segundo, si una desagrega aún más los datos, puede llegar a toparse con situaciones de mayores desventajas. Por ejemplo, aunque la participación de mujeres en docencia ya es baja, existe cierta concentración de contratos hacia mujeres más jóvenes, en categorías no principales, modalidades no presenciales y a tiempo parcial (CENAUN, 2010).
Tercero, las brechas empeoran cuando incorporamos otras variables en el análisis como nivel socioeconómico, etnicidad y discapacidad. A pesar de no contar con muchos datos que permitan entender mejor estas dinámicas, sabemos que las barreras al acceso de mujeres indígenas o con algún tipo de discapacidad son mucho más altas. En contextos de bajo nivel socioeconómico, las normas de género son más fuertes y se prefiere que sean los hijos varones quienes acceden a la educación superior.
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¿Por qué sucede esto? Muchas razones, pero la mayoría se asocia con los temas de distribución del tiempo en las labores domésticas y el cuidado de la familia. Los estereotipos de género y las socializaciones de siglos colaboran en “naturalizar” esta asociación entre mujer y cuidado. Así, una termina disponiendo de menos tiempo para estudiar, trabajar e investigar y sobreexigiéndose ¿Y qué puede hacerse? Primero, reconocer que el género importa y definir y medir indicadores de equidad en cada institución de educación superior. SUNEDU podría supervisarlos. Segundo, promover políticas como mentoría, modelos de rol y cuotas en carreras con baja participación femenina y brindar mayor flexibilidad en la carrera docente. Tercero, colaborar a desnaturalizar la relación entre mujeres y cuidado entre familiares, amistades y sociedad.