Más allá de conservadores y liberales
Hoy en día cuando se discute coloquialmente sobre el pensamiento político es usual hablar de dos campos contrapuestos, la derecha y la izquierda. No obstante, esta clasificación tiene sus detractores pues varios precisan que estos vocablos no dan cuenta de la complejidad del pensamiento político y menos aún permiten analizar la realidad política en países que tienen una impronta colonial, como es el caso peruano.
Frente a esas limitaciones algunos proponen otras alternativas, por ejemplo, conservador/progresista o democracia/autoritarismo. Sin embargo, hay otros que sí consideran válida y vigente esa división derecha/izquierda y sostienen que no solo se refieren a cuerpos de ideas, sino también a intereses y valoraciones respecto a la dirección hacia donde se orientan las sociedades. Sostienen que esta dicotomía responde a qué tanto se valoran algunos principios como libertad e igualdad. Asimismo, incluyen los otros pares —que se presentan como alternativos—.
En mi caso, considero preferible analizar el pensamiento político como un continuum, por ejemplo, democratización/desdemocratización (Tilly) o liberalismo/republicanismo (Máiz). Asimismo, me ubico en un enfoque neoinstitucionalista —instituciones políticas inclusivas/instituciones políticas extractivas o excluyentes—, lo que implica analizar el pensamiento en torno a las reglas de juego considerando quiénes, cuántos y cómo se toman las decisiones políticas (Daron Acemoglu y James Robinson).
Si revisamos el pensamiento político en el Perú durante los orígenes de la república, nos encontramos con el par dicotómico liberales y conservadores. Sin embargo, había otras ideas y matices, desde los ilustrados reunidos en torno al Mercurio Peruano, pasando por los conservadores, pactistas, absolutistas, hasta los liberales, republicanos y democráticos. Se trata de un abanico de tradiciones políticas bastante amplio que dio como resultado un pensamiento más complejo que solamente la díada liberal/conservador. A través del análisis de la figura de Hipólito Unanue, vamos a mostrar la variedad de ese entonces.
El pensamiento conservador
En el tránsito de la colonia a la república había en estos territorios diversas tradiciones políticas. La ilustrada tenía bastante presencia, especialmente entre los criollos letrados. La absolutista estuvo liderada por el Virrey Abascal, quien incluso fue más allá de lo que ocurría en la propia metrópolis. La pactista, incubada en el s. XVII, respondía a un estado estamental, donde el rey no tenía la fuerza suficiente como para construir un Estado unitario en torno a su figura, por lo que —siguiendo a Cañeque— debía negociar la fidelidad con los diversos estamentos de la sociedad a través de privilegios, mercedes y gracias. Este fue desplazado en el s. XVIII por los borbones con el absolutismo, pero con la crisis de 1812 renació. La tradición liberal expresada en la monarquía constitucional inglesa se formó en el mundo ibérico a partir de la constitución gaditana, mientras que la republicana respondía a la experiencia de la revolución francesa sobre la base de las propuestas de Rousseau. La democrática, vinculada a la experiencia norteamericana, valoraba la participación ciudadana en las asambleas de los condados, tal como observó Alexis de Tocqueville. Tantas tradiciones había en ese tiempo, y ninguna era oriunda, sino que provenían de otras realidades y contextos. Por ello, el pensamiento político vigente en estos territorios a fines del siglo XVIII y principios del siglo XIX no siguió de manera pura ninguna de esas tradiciones. Más bien, será una mezcla abigarrada, expresión a su vez del hecho colonial y la complejidad de la realidad sobre la cual era necesario construir una república.
Respecto al pensamiento conservador, surge a principios del s. XIX a la par del liberalismo y el socialismo en función a los diversos procesos de cada realidad. Este conservadurismo —conocido como histórico— tiene dos etapas. La primera el “conservadurismo clásico”, que —si seguimos a Schiller— se subdivide en la fase pre-partidista y en la partidista; y la segunda, el “periodo de cambio” y va desde 1890 hasta la crisis de 1930. Mientras que el conservadurismo contemporáneo o actual inicia en 1945, del cual se forma —a partir de la década de 1970— el neoconservadurismo. A nosotros nos interesa el conservadurismo clásico, como reacción frente a las revoluciones —inglesa del siglo XVII y norteamericana y francesa del siglo XVIII—. Este entronca con el pensamiento despótico ilustrado. Entre sus principales tomas de posición están la “idea de la constitución monárquico-legitimista, defensa de la religión, normas tradicionales y autoridades; orden social jerárquico, escalonado de acuerdo con la idea de dominación de privilegios de nobleza […] y una imagen histórica orientada hacia el pasado contra el optimismo progresista liberal” (Schiller 2006: 260).
En el caso peruano, Rojas sostiene que el pensamiento político criollo-liberal se auto-representó como el grupo que debía liderar la construcción de la república para alcanzar una sociedad conformada por individuos educados, productivos, padres de familia, contribuyentes y conscientes de sus responsabilidades frente a los asuntos públicos. Sobre la situación de los indígenas determinaba la necesidad de redimirlos y modernizarlos —a través de la educación y hacerlos propietarios— para que entren en ese proyecto. Todo ello en contraposición al pensamiento político criollo conservador, que excluía a indígenas y plebe por su condición natural de “inferioridad”. Asimismo, enumera tres aspectos que podrían contribuir a entender las diferencias entre liberales y conservadores del s. XIX: respecto a la esclavitud, voto a los analfabetos y el racismo anti indígena.
Si bien, en esa perspectiva se sigue a la historiografía contemporánea al sostener la presencia de dos grandes corrientes en pugna —liberales y conservadores—, proponemos ampliar esa perspectiva señalando que el liberalismo y el conservadurismo no fueron las únicas tradiciones en boga en ese entonces. Ello porque estamos en un periodo de coyuntura crítica y de transición de régimen, por lo que no se puede hacer tabla rasa de las tradiciones políticas anteriores, sino más bien preguntarnos ¿Qué lugar tuvieron los ilustrados, los pactistas y los absolutistas —fidelistas— una vez producida la independencia? ¿Qué planteamientos tuvieron los republicanos y los demócratas? ¿los podemos reducir a conservadores y liberales? ¿Unos fueron democratizadores y otros des-democratizadores? ¿Qué instituciones consideraban que debían aplicarse, instituciones políticas inclusivas o instituciones políticas extractivas o excluyentes?
Para sustentar la necesidad de ampliar el espectro del pensamiento político, vale la pena revisar el Diccionario para el pueblo que escribiera Juan Espinoza en 1854, ahí encontramos algunos vocablos que dan cuenta de las tradiciones y pensamiento político de ese entonces: democracia, comunismo, jacobinismo, despotismo, conservador, liberal, absolutismo, reaccionario, soberano, soberanía popular, monarquía, entre otros. Ahí podemos apreciar la diversidad que señalamos, presente en la década de 1820 y vigente a mediados del siglo XIX. Para Espinoza la democracia era un gobierno esencialmente popular, “en el que nadie es ni puede ser más que el pueblo …” (p. 307). Sobre los conservadores indica que en política eran opuestos a los innovadores y partidarios del statu quo, del sistema que les dio los privilegios y que les permitirá conservarlos, sin considerar al pueblo “todo lo que sea alterar en lo menor este régimen lo hará brincar y exclamar, ¡la sociedad se pierde! ¡se arruina! ¡se destruye! La sociedad es él y los suyos...”. A pesar —tal como sostiene Mc Evoy— de ser miembro del partido liberal, cuando define el vocablo liberal es crítico y le otorga una connotación negativa “la mayor parte de nuestros liberales son como los instrumentos de música, que no conservan el sonido que dan cuando los tocan” (p. 523). Sostiene que los jacobinos son republicanos exagerados y que en América se llamó jacobinos a los primeros patriotas, sin saber su significado, esa mala costumbre de colocar adjetivos peyorativos de manera irresponsable hace denunciar a nuestro personaje que en esa época se llamaba rojos, comunistas o socialistas a todo aquel que levantaba las banderas de la libertad (p. 511).
Hipólito Unanue ¿padre del pensamiento conservador?
Hipólito Unanue es un héroe patrio cuyos restos están en el Panteón de los Próceres de la Nación en reconocimiento a su destacada labor política durante el proceso de transición de la Colonia a la República. Además, es considerado el “Padre de la Medicina Peruana”, pionero de la salud ambiental en el Perú y un intelectual ilustrado que transita hacia uno moderno.
Según Munck los científicos e intelectuales de fines del s. XVIII no veían una distancia insalvable entre su actividad científica o intelectual y su participación en la política. Así, gobiernos de distinto régimen —absolutistas, pactistas o parlamentaristas— contaban con hombres ilustrados y reformadores en sus cortes (p. 38), por lo que Unanue siguió el derrotero de los intelectuales y científicos de su época. Además, Unanue era un “hombre nuevo” en el sentido de no pertenecer a la nobleza virreinal, sin honores ni títulos, sino que producto de su propia actividad profesional se forjó un espacio de reconocimiento. Otro aspecto a considerar es la impronta colonial, que hizo que nuestro personaje tuviera que defender —ante la ciudad letrada europea— las cualidades positivas de los americanos, criticados y despreciados por los peninsulares. Luego, fue un vocero de posibles renegociaciones del pacto de dominación colonial, para finalmente ser parte de los letrados de la república inicial (Myers, pp. 122-123), por lo que Unanue calza en la categoría de letrado patriota. En efecto, tuvo que enfrentarse a los ilustrados europeos, como con Buffon, luego ante la llegada de la expedición libertadora del sur liderada por José de San Martín, fue uno de los representantes del Virrey en las conferencias sostenidas, hasta llegó a ser parte del Ejecutivo tanto en el periodo sanmartiniano como en el bolivariano.
Entonces, podemos afirmar que Unanue no fue un ilustrado “puro” desde el punto de vista europeo, sino un ilustrado y científico criollo, virreinal y metropolitano, que vinculó el conocimiento occidental con el andino, fue secretario de la Sociedad de Amantes del País y participó en el Mercurio Peruano, fue asesor de los virreyes Gil de Taboada y de Abascal, promovió la creación del Colegio de Medicina y fue miembro de diversas instituciones científicas europeas. (Casalino 2008, 435).
¿Unanue era o no conservador?. Unanue fue conservador, pero también fue un ilustrado criollo, más vinculado a la corriente conocida como “piedad ilustrada”. Para él, la óptima transición entre uno y otro régimen será la propuesta monárquica de San Martín, que abraza (Dager 2000, p. 57). Siguiendo a Dager, el temor principal era la anarquía y la guerra —lo que los republicanos del renacimiento entendían como “discordia” y los griegos de la antigüedad como stasis—, lo que ponía en riesgo la existencia de la comunidad política misma. Por ello frente al discurso de la libertad preferirán anteponer como más valioso el discurso de la paz.
Así, en ese punto, si recordamos los criterios planteados por Schiller, tenemos a un Unanue en parte conservador, al preferir una constitución monárquico-legitimista, una defensa de la religión (piedad ilustrada) y la aceptación de un orden social jerárquico; pero no encontramos en nuestro personaje otros aspectos conservadores de la etapa pre partidista como la idea de dominación, de privilegio de nobleza, o una imagen histórica orientada al pasado contra el optimismo progresista liberal. Todo lo contrario, a pesar de su avanzada edad, apuesta por el futuro, por una constitución liberal, por difundir las nuevas ideas en la prensa periódica, hasta asumir una postura de liberal moderado.
Hipólito Unanue fue un ilustrado, conservador y liberal moderado. Refleja la variedad de tradiciones y pensamiento político de la época. Se trata de un contexto de transición política de un régimen absolutista a uno representativo. En otras palabras, fue una coyuntura crítica, por lo que vale la pena no restringirnos a las categorías liberal-conservador e interesarnos en todas las tradiciones políticas que hubo en ese entonces.