4
Cultura

"Mi cerebro está contaminado"

Sobre "El Peruano Trome" de Gabriel Acevedo

"Mi cerebro está contaminado"
Captura de video "El Peruano Trome", de Acevedo. Galeria 80M2 Livia Benavides en Vimeo

¿Qué se puede obtener al remezclar el periódico oficial del Estado Peruano con el diario más vendido del país? ¿Cómo se ensambla el lenguaje de las normas legales con aquel de las vedettes, el fútbol y el ampay de la semana? Una respuesta rápida sería que, en realidad, son lo mismo. En esa línea va buena parte del sentido común sobre la flexibilidad de las leyes en el Perú, buscando por todos lados evidencias de la corrupción que, junto a la inseguridad, domina el imaginario sobre los males del país después del 2000 y con mayor intensidad en los últimos años. Sin duda se trata de una respuesta fatalista. Otra vía entendería la yuxtaposición de ambos mundos como un juego de opuestos, donde lo crucial está en determinar si se trata de extremos que oscilan sin encontrarse, o si estamos ante aspectos distintos de un mismo fenómeno. Por esta vía se logra lo mínimo indispensable: comprender que detrás de esa desconexión aparente está en juego una cierta percepción de la totalidad social de la que emergen ambos elementos.1

En esta segunda vía parece andar la canción y videoclip El Peruano Trome (2014)2 de la one-man-band Estado Sincopado, liderada y ejecutada en vivo hasta hace algún tiempo por el artista visual Gabriel Acevedo (Lima, 1976). Se trata de una especie de poema dadá cantado que Acevedo proyecta tras de sí en sus conciertos. La referencia no es gratuita, pues la letra de esta canción –así como las demás que componen lo que podría ya editarse como un LP- parece el resultado del famoso “Para hacer un poema dadaísta” que Tristán Tzara propusiera en el último de sus manifiestos. Sin embargo, a diferencia de lo allí planteado, El Peruano Trome no responde a palabras extraídas aleatoriamente de una bolsa, ni hace del artista un incomprendido del vulgo.

Estamos ante una aleatoriedad controlada y orientada a que la cópula entre El Peruano y Trome produzca un encuentro entre opuestos, y revele una especie de sustancia compartida. En el video vemos fragmentos de ambos periódicos construyendo frases que, a primera vista, no responden a ningún ordenamiento. ¿Es así? Por un lado, la jerga legal parece regodearse en la falta de contenido, como si se tratase de “pura forma”; por otro lado, los fragmentos que refieren directamente a la farándula local -el chollywood de Magaly Medina, quien hizo de la vigilancia moral en clave amarillista el pasatiempo nacional de los años noventa-, sugieren un mundo de “pura carne”, donde importa lo que uno hace y no lo que dice. Un mundo real, donde la palabra siempre miente y son las acciones captadas in fraganti las que revelan el verdadero ser. En suma, un mundo donde la forma importa poco, o más bien nada, y donde las vidas tristemente célebres se convierten en el foco de atención de la televisión y la prensa escrita, buscando ventilar los desastres personales de futbolistas, vedettes, músicos y demás personajes públicos. En el video de Acevedo todo ello queda mezclado con el procedimiento burocrático, logrando que imaginemos una escena donde, por ejemplo, un policía llena formularios en la comisaría mientras suena la tele. Así, El Peruano Trome parece un soundtrack adecuado para los espacios cotidianos donde funciona el Estado. Espacios que Acevedo ya había visitado en Ciudadano paranormal (2013), donde el mismísimo Anthony Choy entrevista trabajadores de limpieza de edificios ministeriales para conocer sus encuentros del tercer tipo ocurridos en plena jornada laboral.

Si el chisme se encuentra aquí con el lenguaje de las leyes, aquel encargado de decretar el orden de la vida nacional, Acevedo propone que en ambos casos estamos ante un ejercicio de poder a través del lenguaje: allí donde las leyes dictan, designan y nombran los contornos de la realidad social, la vida privada expuesta convierte lo meramente anecdótico en interés público, logrando de paso que miles de personas se arroguen el derecho a denunciar la infidelidad o la borrachera como verdaderos crímenes contra las buenas costumbres. Estamos ante dos formas opuestas de conservadurismo: lo que en las leyes indica una excesiva confianza en las formas -notemos quiénes defienden hoy la legalidad, abstrayéndose de la situación concreta que vivimos-, en la chismografía se convierte en una vida al acecho de la violación del guion no escrito que rige la sociabilidad local -en nombre de valores inmutables, como la familia (también defendida por quienes aman las leyes, por cierto).

Se configura así una suerte de reserva moral que compensa esa verdad incómoda revelada en los famosos vladivideos, a saber, que la dictadura había sobornado a buena parte de la clase dominante local. De allí en más se instalaría el problema de la corrupción como uno de los principales tropos del Perú contemporáneo, vista antes como causa de nuestros males que como efecto estructural del capitalismo. Frente a esto, el coro insiste: “Mi cerebro está contaminado / Ampay Paolo” (viejo querido del amarillismo local). Estamos ante información inservible a efectos prácticos –las leyes-; información igual de inservible, pero asumida por todos como vital –el chisme-. Una especie de conversión de la basura en alimento, allí donde históricamente –antes del boom y el “milagro” peruano- escaseaba el pan. Nuestro cerebro está, pues, contaminado. Pero, ¿por qué?

En teoría el lenguaje legal y el habla vernácula de la prensa amarilla se repelen mutuamente, y puede que por ello el efecto principal del video sea la risa. Tras el sinsentido de muchos de los versos finalmente se desliza cierto espacio de comunión, donde ambos discursos aparecen unidos sobre fondo negro, pero donde sus soportes –los trozos de periódico- se muestran claramente separados. Esa unión forzada por el artista funciona más por analogía que por equivalencia, por lo que ambos registros se ven confrontados, pero no igualados. En su confrontación –y no en el colapso de sus diferencias específicas- aparece lo gracioso. Retomando lo esbozado al inicio, las opciones interpretativas son las siguientes: o ambos fenómenos del lenguaje son lo mismo, o están relacionados en un nivel abstracto, o debemos relacionarlos a través de su separación y diferencia. La tercera opción parece más productiva, pues estamos ante dos relaciones con el lenguaje (como las entiende Acevedo) que, en un primer nivel, apuntan a objetivos contrapuestos: por un lado, a establecer las normas –institucionalizar-; por otro lado, a revelar los aspectos oscuros de la vida social –desestabilizar-. Pero se trata realmente de dos formas de institucionalización que compiten entre sí, y donde la segunda parece haber sacado ventaja en nuestro país en las últimas décadas.

Al menos así quedó planteado en el programa neoliberal delineado por Hernando De Soto y compañía a mediados de los ochenta. En breve, su apuesta ideológica fue la de delimitar un terreno de lucha no tanto de clases, sino entre el Estado y el empresariado popular, donde los segundos serían portadores del germen de una revolución capitalista que, como algunos piensan, define la historia reciente del país.3 Porque lo esencial de aquella aventura ideológica, al igual que de las reformas neoliberales de la dictadura fujimontesinista, fue hacer que las leyes correspondan con las prácticas informales y no a la inversa, lo que estableció al empresariado popular como una verdadera vanguardia en la apertura del país hacia una economía de mercado que atraviesa todas las clases sociales, cuyo héroe hoy es el llamado emprendedor.

Desde esa premisa podríamos leer El Peruano Trome como una disputa entre un lenguaje abstracto e inservible y uno vital, festivo y cargado de la afectividad propia de la región latinoamericana. Pero esa vía pierde de vista que esa fuerza vital es hoy, como lo ha sido siempre, el producto de la estructura de clases de nuestras sociedades y no una esencia vernácula que hace de la necesidad virtud. Por cierto, en esa idealización del polo “desestabilizador” también participó la izquierda, aunque sin el éxito conseguido por los predicadores del neoliberalismo.

Volviendo al punto: al celebrar que en este video el habla vernácula desborda lo legal perdemos de vista que bajo la apariencia de la desestabilización de las convenciones y normas sociales propia de la experiencia popular también se escribe la historia de la alienación masiva, que las nuevas oligarquías aprovecharon para hacer que la miseria colectiva sea vista como caldo de cultivo para un renovado espíritu empresarial que hoy satura nuestro imaginario colectivo. También perdemos de vista que ese mundo de la farándula no apareció espontáneamente entre nosotros, sino que fue impulsado desde los sótanos de la dictadura con miras a desarticular cualquier tentativa de oposición genuinamente popular. Por ello, convendría diferenciar ese universo de la cultura de masas de otros momentos previos -pienso en los inicios de la llamada cultura chicha, entre los setenta y ochenta- en que la cultura popular planteó horizontes menos conservadores para su desarrollo, sino directamente emancipatorios.

Dicho ello, volvamos al video: al recoger y confrontar los signos ambiguos de la vida nacional, El Peruano Trome presenta la relación entre lo popular y la oficialidad como una suerte de danza dialéctica entre dos cuerpos que permanecen diferenciados allí donde algunos entusiastas creen haber visto su fundición en uno solo, a saber, el cuerpo del capitalismo popular. Aunque no lo parezca a primera vista, entiendo que en todo lo anterior he pensado principalmente la forma del trabajo de Acevedo, a aquellas operaciones conceptuales que mantienen todos esos materiales unidos. Pues el contenido, me parece, es bastante transparente respecto de la fuente social de la que proviene, como vemos en un fragmento digno de ser leído contra la coyuntura actual:

a plena luz del día

y frente a la notaría

de la congresista

de la tecnología

me encantaría dar por concluidas las sentencias

y más adelante formar una familia.

Footnotes

  1. Fredric Jameson notó que las teorías conspirativas no deben ser desechadas en virtud del engaño que producen, sino que deben ser leídas como intentos –insuficientes, pero intentos al fin- por explicar el mundo que habitamos. Ver La estética geopolítica. Buenos Aires: Paidós, 1995

  2. Disponible en el canal de Youtube de Estado Sincopado. Ver los otros videos del proyecto en el mismo canal.

  3. Ver mis artículos: “Arte conceptual (neoliberal) en El Otro Sendero” en Illapa Nº 13, Lima, diciembre 2016, pp. 27-37; “Estética de la derecha peruana: una breve indagación sobre sus formas” en Ojo Zurdo, revista de política y cultura, Nº 7, Lima, febrero 2019, pp. 29-31.

siguiente artículo

Sobre la segunda parte de "Diario de una costurera proletaria” de Victoria Guerrero