¿Lo mejor que tenemos?
Comunicación política en tiempos de crisis
El 6 de marzo de este año se anunció en Perú el primer caso de COVID-19. De allí comenzaron a producirse una serie de acontecimientos, entre los que destaca claramente el establecimiento de la cuarentena el 15 de ese mes, período que se ha extendido en varias ocasiones, la última hasta el 30 de junio inclusive.
Si bien es una tentación centrarnos sólo en este proceso, sería un error no contextualizar el problema; es decir, verlo desde las características particulares de nuestro país, lo que los médicos llaman personalizar el diagnóstico, paso indispensable para un buen diagnóstico y para proponer medidas que se puedan aplicar al caso específico. Esto es difícil en un país sumido totalmente en la coyuntura, en la agenda mediática y más cortoplacista que nunca.
¿A qué país llegó el coronavirus?
El Perú acababa de pasar por una elección sui géneris, listo para la instalación del nuevo Congreso de la República y se aprestaba para las elecciones presidenciales del 2021. El gobierno tenía que presentar al voto de confianza un gabinete bastante cansado y deslucido, ante cierta indiferencia de la ciudadanía. A la crisis política se sumaba el descrédito del sector empresarial y una situación económica en declive, lejos de los años de elevados niveles de crecimiento, donde todo era felicidad. No estábamos en el mejor de los mundos, pero el presidente y el gobierno se mantenían con aprobaciones importantes, explicables desde la lógica de un gobierno de transición, es decir, en medio de las bajas expectativas.
Los niveles de incertidumbre ya eran elevados, el 2019 nos había dejado con la duda de si en el Perú se produciría un estallido como en Chile, un país con el que siempre nos gusta compararnos como sociedad, al cual algunos quisieran que copiemos más y otros que guardemos respetable distancia. Hoy, tenemos algunos elementos para comprender por qué nuestro camino es por el momento diferente. Lo nuestro parece ser la resistencia pasiva agresiva (hago lo que me da la gana hasta que te cansas de perseguirme) o el camino de los miles de peruanos que han salido de Lima y de otras ciudades para volver a su lugar de origen. Saquear, pelearse con la autoridad en las calles o manifestarse no los motiva, prefieren irse.
Los caminantes representan a los que no van a esperar autorización ni ayuda, emprenden su solución a título personal. Confrontan si se oponen a su decisión. En esta categoría también podría ubicarse al que está en su casa, aguantando el aire hasta el momento en que pueda salir y recurrir a su ingenio, “a la creatividad” para salir adelante. Ese espíritu al que se le atribuye tantos problemas como el de la informalidad también tiene efectos positivos, evita que la sangre llegue al mar.
Un país donde “pobre es el que quiere”, “donde hay trabajo, pero la gente no quiere trabajar”, “económicamente estable”, ocultaba las diferencias de siempre, la pobreza acumulada por años. Por el sueño de que “todos somos clase media” nos olvidamos de los que viven en la calle o hacinados y sin servicios básicos. En el imaginario de las autoridades se pensó en quienes quisieran regresar al país del extranjero, pero no en quienes quisieran irse de la capital. Nuevamente, como en la década del 90, todo se define en función de la capital o de la idea que se tiene de ella.
El anuncio que todo peruano tiene SIS mientras no tenga otro seguro nos hizo olvidar que eso en la práctica significa muy poco para lugares donde no hay médicos, no hay equipos, no hay medios de traslado. O para sistemas que ya llevaban mucho tiempo colapsados.
Si bien los datos que más nos preocupan en lo inmediato son los que nos hablan de cómo funciona o no funciona el sistema de salud, son muchas las verdades que se han puesto en evidencia con la llegada del coronavirus. Entre ellas, y no es cosa menor, la falta de liderazgos. No olvidemos que fue esta ausencia de alternativas la que terminó entregándole todo el poder a Alberto Fujimori con las nefastas consecuencias que viviríamos después. Felizmente, en este caso el presidente Martín Vizcarra ha señalado que en abril se darán las elecciones, declaración que se espera, cumpla.
En la línea de verdades puestas en evidencia es claro que nuestros años de ser “la estrella de la economía latinoamericana” no se han traducido en mejores servicios de salud o educación, en mejor calidad de vida para el peruano. Se hablará entonces de la corrupción, pero también es obvio que el sistema no ha estado funcionando para grandes sectores de la población, aunque esto no se plasme en un discurso claro.
¿Cómo se afronta la crisis?
El gobierno, todos lo reconocen, se jugó rápidamente por enviar a los peruanos a sus casas. Independientemente de cuán posible era el equivocarse en ese momento, no sólo por las proyecciones, que en los peores escenarios eran escalofriantes, sino por el estado calamitoso del sector salud y las condiciones de vida de buena parte de los peruanos, el presidente Vizcarra ganó tiempo para el Perú al tomar una decisión drástica. El problema está en lo que vino después.
El Estado ha fallado sistemáticamente a los peruanos. Fue incapaz de combatir al terrorismo adecuadamente, cierto es que para muchos la captura de Abimael Guzmán legitima todo, pero como mínimo se debe reconocer que nos demoramos en sincerar y procesar las violaciones a los derechos humanos, las matanzas, los llamados “daños colaterales”. Perdimos mucho tiempo en entender que se necesitaba cambiar la represión pura por la inteligencia, la imposición por el trabajo con las comunidades.
Hoy, varias décadas después, nos encontramos ante otro reto donde teóricamente es más fácil entender que todos estamos en el mismo barco, pero sigue habiendo barreras, presiones, prioridades muy diferentes y un Estado incapaz de aplicar las medidas que toma. El terrorismo creció ante gobiernos que no entendieron el problema y demoraron en establecer estrategias basadas en la inteligencia antes que en la represión. En la actualidad estamos pagando la falta de sistemas de alerta que nos permitieran reaccionar con prontitud en la compra de equipos, pruebas o respiradores, como sí ocurrió en países vecinos.
Hay quienes ven en el presidente Martín Vizcarra un hombre desligado de las élites económicas, capaz de tomar medidas que otros no hubieran llevado a cabo. Sin embargo, hasta el momento su estilo ha sido más bien el de evaluar la reacción de las personas mediante globos de ensayo, anuncios gaseosos, para terminar en medidas que no son “ni chicha ni limonada”. En esta categoría se puede meter desde el tema de si autoriza distribuir o no la venta de cerveza hasta la disponibilidad del 25% de las AFP.
La falta de transparencia de la información desde el gobierno es otra característica que no se ha logrado cambiar. Bajo la excusa del subregistro se disparan números o se cambian curvas, como se hizo con el registro de fallecidos, sin mayor explicación o rubor. Se acepta que las cifras son las que hay y punto.
Somos un país que vivió 20 años de terrorismo, de violencia, y esas cicatrices están allí. De este proceso salimos con organizaciones debilitadas, con una menor cultura democrática, con instituciones débiles. Todo esto no se subsanó entre el 2000 y el 2020. Hoy queda claro que si queremos sobrevivir en este nuevo siglo tenemos que evolucionar como sociedad.
La imagen presidencial
El gobierno puede no haber sido muy exitoso en la estrategia de los martillazos para aplanar la curva, pero si lo ha sido en proponer argumentos con los que se ha identificado fácilmente la ciudadanía y con los que sostiene a su gestión. Uno de ellos, quizás el más importante, es que el estado caótico del sistema de salud es de única responsabilidad de los gobiernos anteriores. Las personas han olvidado los sucesivos cambios ocurrido durante este gobierno en la cartera de salud, el último de ellos en plena cuarentena, así como las promesas hechas por el presidente con respecto a la construcción de varios hospitales durante 2019.
Este argumento también parece haber sido muy disuasivo con los líderes de opinión, segmento en el cual se le suma el “ningún país estaba preparado y el Perú no es la excepción”, frase invocada frecuentemente por varios periodistas. Incluso en algún momento se difundió información por redes sociales sobre lo bien evaluadas que estaban las decisiones del gobierno peruano en el extranjero, situación que fue cambiando a titulares del tipo “A pesar de tomar medidas rápidamente el coronavirus crece en el Perú”.
Desarrollar una estrategia similar al “Aló, presidente” o a otras formas de comunicación directa con la población le ha permitido a Martín Vizcarra tener un índice de aprobación positivo. La pregunta indaga por si hay una fuerte adhesión al líder o si se trata más bien de un sentimiento pasajero. Focus group realizados por Imasen a través de Zoom muestran que una cosa es el presidente y otra sus ministros, que una cosa es aprobarlo por descarte (“¿quién otro iba a hacerlo mejor?”) y otra muy diferente es sentirse satisfecho. Y eso que, como muchos dicen, lo peor está por venir. Es pronto para triunfalismos, pero bien harían los que quieren llegar a Palacio de Gobierno en comenzar a aparecer.