Sendero y la cancelación del pasado reciente
Un aspecto poco discutido del significado histórico de Sendero Luminoso es la peculiar cancelación del pasado que se propuso conseguir al declarar el inicio de la lucha armada en 1980, y la paradójica forma en que alcanzó dicho objetivo. Acaso en ese carácter arrasador del pasado encontremos pistas para comprender mejor su reconocido vanguardismo en lo político, una disposición a destruir lo viejo que perdió de vista la relación dialéctica entre pasado y presente. Lo que me interesa es pensar la relación entre Sendero, el inicio de la lucha armada y la historia inmediatamente previa que buscaron negar. En lo que sigue exploraré este problema haciendo énfasis en la dirigencia de Sendero, aquellos que plantearon la línea a seguir por la organización.1
Que los muertos no descansen
Al poco tiempo de la conocida quema de ánforas en Chuschi, miembros de Sendero dinamitaron la tumba de Juan Velasco Alvarado en el cementerio El Ángel. El primer hecho es el que ha trascendido, pues hace patente el rechazo a la democracia formal con el que Sendero entró en escena, una negación del presente al que el país “retornaba” tras doce años de gobierno militar. Pero es el segundo hecho el que quisiera subrayar: dinamitar los restos de Velasco buscaba destruir su mito, aquel que devino él mismo como símbolo de una revolución derrotada y que tres años antes aglutinó una genuina masa para acompañar sus restos al cementerio -como lo ha reconstruido Adrián Lerner recientemente-.2 Destruir el lugar que indica que Velasco tuvo lugar es un gesto que invita a interpretar la temporalidad que Sendero puso en práctica respecto del pasado inmediato. Ya adelanté la evidente negación del presente electoral del 80, ahora veamos qué más explotó junto a los restos de Velasco.
La fracción que Guzmán organizó desde los 60 no tenía por enemigo solo al Estado burgués, sino al PCP liderado por Jorge Del Prado y a las organizaciones de la llamada Nueva Izquierda (Vanguardia Revolucionaria, Patria Roja) que empezaban a aparecer en la escena política en esa misma década. Contra ellas Guzmán declaró la “reconstitución” del partido que Mariátegui había fundado a fines de los 20. El golpe de 1968 significó para toda la izquierda cierto desencaje, que al poco tiempo se transformaría en una multiplicidad de lecturas sobre el proceso militar, que iban desde el apoyo crítico (PCP-Unidad), la búsqueda por radicalizarlo desde dentro (como lo intentaron algunos de VR) o negarlo en su conjunto (como lo planteaba la CCP y, en general, el maoísmo). El golpe de Morales Bermúdez ayudó a que la izquierda finalmente cerrara filas contra el régimen en su fase reaccionaria, ya no por abstractos principios sino porque la contrarrevolución deshacía las reformas, apretaba la economía popular ante la crisis y descabezaba al movimiento sindical. El paro de julio del 77 dio expresión a esta nueva situación, y la Asamblea Constituyente iniciada el año siguiente fragmentó el amplio movimiento popular que logró articularse en esa coyuntura. Desde el enclave de Huamanga, entonces, Guzmán sostuvo que todo aquello no había sido más que una ilusión reformista comandada por un régimen fascista.
Registro de la multitud que acompañó los restos de Velasco, el 26 de diciembre de 1977. Tomada de revolucion3octubre.com</em>
Al quemar las ánforas en el 80, Sendero radicalizaba las tendencias contra la democracia formal y en pro de la lucha armada que recorrían -y quebraban- a toda la izquierda. Así, el gesto podría ser leído por la izquierda como una invitación a tomar una vía que -según la escueta genealogía ofrecida por Sendero- reanudaba la gesta aún inmadura de las guerrillas de los 60 y que, más allá de las condiciones objetivas, retomaba la voluntad como principal fuerza política. “Aparentemente, Sendero Luminoso tenía la valentía de llevar a cabo todo aquello que la izquierda estaba proclamando desde los años sesenta”, sostiene Osmar Gonzáles al comentar la crisis identitaria en la que se sumió la izquierda en su conjunto.3 La destrucción de la tumba de Velasco añadía un poco más a la invitación: se trata de una lucha contra el pasado y sus mitos pseudorrevolucionarios, contra lo viejo –lo viejo histórico, digamos, y lo recién pasado- y por lo nuevo -una especie de enigma a descifrar sobre la marcha, dada la falta de discurso público senderista, sostenido en su principio “que las acciones hablen”-.
Entre el aprovisionamiento de armas y algunos enfrentamientos menores, el primer año de la lucha armada senderista configuraba un mensaje simbólico complejo que cerraría el año con los crípticos insultos a Deng Xiaoping que colgaron una madrugada junto a cadáveres de perros en algunos postes de Lima. Amplificadas por la prensa, en esas fotografías se haría patente la dimensión efectivamente global de la lucha a la que aspiraban, así como el rechazo a las reformas chinas y la reivindicación implícita del Mao tardío de la Revolución Cultural, aquel que exacerbaba la voluntad. Ahora bien, si algo complejiza la imagen antes ofrecida de Sendero como destructor del pasado es el hecho de que su existencia misma es inexplicable sin referir directamente a la cultura política de izquierda que se configuró entre los 60 y 70, aquella de la que emergió todo el paisaje de organizaciones que he descrito anteriormente, y que Sendero logró a la larga destruir, más allá de la tumba de Velasco como símbolo del pasado reciente, y antes de los múltiples ataques que la izquierda socialista sufrió en años posteriores a manos de Sendero.
La gran ruptura
Según relatan Guzmán e Yparraguirre, durante el VI Pleno del Comité Central a fines de 1976, cierto camarada presentó un informe sobre la situación del campesinado donde sostuvo que la reforma agraria había ya avanzado sustantivamente en la redistribución de la tierra y, por tanto, no hacía falta llevar adelante una revolución democrática ni conducir políticamente al campesinado, pues la primera ya estaba en curso y lo segundo sería desconocer la propia organización campesina nucleada en la CCP. Ante ello, recuerdan Guzmán e Yparraguirre: “Evidentemente tal informe chocaba frontalmente con el marxismo, la línea política general y la línea sobre el problema campesino sustentada desde la década del sesenta”.4 Más allá de que califiquen de “campesinista burguesa” o “liquidacionista de derecha” a la lectura ofrecida por el camarada, me interesa destacar la insistencia del Comité Central en su diagnóstico realizado una década antes: el campo no había cambiado nada en diez años, y la situación política del país tampoco. Esa rigidez no es tanto la del llamado “marxismo de manual”, como la de aquellos que rechazan el desafío que plantea una realidad cambiante, que exige nuevas soluciones intelectuales y prácticas. He ahí un punto clave en la ruptura de Guzmán con el proceso general que vivía la izquierda desde los 60. Mientras las posiciones de muchas organizaciones respecto del velasquismo y sus efectos fueron complejizándose con los años, sobre todo una vez que Morales Bermúdez arremetió contra el terreno ganado al proceso de emancipación, Sendero optó por permanecer atado a su diagnóstico previo a 1969 y por recrudecer su enfrentamiento contra el proceso mismo de maduración que la izquierda estaba experimentando.
Fotografía de primera plana en el diario El Comercio, 27 de diciembre de 1980. Tomado de: “La construcción del motivo emblemático de perro ahorcado en las narrativas limeñas sobre la violencia política en el Perú”, tesis de antropología visual de Santiago Quintanilla.</em>
Cuando digo maduración no me refiero al realismo desencantado de la vida adulta que supera los sueños de la juventud, ni a la actual posición de quienes borran su pasado desde las convicciones democráticas del presente, sino a un genuino proceso de desarrollo crítico. El tránsito de los 60 hasta fines de los 70 significó para buena parte de la izquierda no solo un difícil aprendizaje del análisis de las vertiginosas coyunturas que se sucedieron en esos años, además de un mayor contacto con las demandas concretas del campo popular. También significó un verdadero intento de proyección hacia la escena nacional que implicó construir una cultura de izquierda, principalmente marxista, que fuera capaz de hablarle a las grandes mayorías del país. El principio de la clandestinidad cedía ante la urgencia de dar la cara, plantear un discurso convocante -no por ello, conciliador, como lo leyó Sendero- y organizar una esfera pública popular que arraigue la revolución como horizonte nacional.5
En ese sentido, Carlos Aguirre ha analizado cómo en la izquierda surgida en los 60 se desarrolla una amplia cultura impresa (volantes, revistas, libros populares, etc.) que desapareció a fines de los 80.6 Tres décadas después de la muerte de Mariátegui, con quien murió también un proyecto intelectual articulado a través de la imprenta, la izquierda que emerge alrededor del 68 apostó por lo impreso como medio de difusión del pensamiento socialista, y el velasquismo aportó lo propio a la configuración de una nueva biblioteca libertaria nacional y a la producción de una nueva visualidad que modernizó la propaganda política. En base a ello, la izquierda pasó del mimeógrafo clandestino a tener revistas y diarios propios, y con ello se entiende mejor por qué para muchos Antonio Gramsci se convirtió en un referente clave para ampliar la estrategia de la construcción partidaria a la lucha por la hegemonía, por configurar un nuevo sentido común.
Frente a ello, Sendero más bien apostó por la clandestinidad, por hablar a través de hechos que combinaban códigos ocultos y un despliegue de fuerza creciente. Así, vemos un claro rechazo a cierto intelectualismo que, pensaban, había llevado a esta cultura política de izquierda al inmovilismo y al juego electoral, sin reconocer lo que en ello aún había de estrategia. Además, si una de las contribuciones clave de esta cultura impresa fue la configuración de una esfera pública alternativa a la burguesa, en la que proliferaron el diagnóstico de la situación política, el debate teórico y la atención a las transformaciones culturales del país, Sendero optó por el anonimato y la opacidad. No había que generar ningún consenso sobre la necesidad de la guerra popular, pues en sentido estricto no hacía falta ningún debate: los hechos serían, por fuerza, la evidencia de su correcta apuesta por la lucha armada en 1980. Así lo sentenciaron en abril del mismo año: “Camaradas, entramos en la gran ruptura. Hemos dicho muchas veces que entramos en ruptura y que muchos lazos hemos de romper pues nos atan al viejo orden podrido y si no lo hacemos no lo podremos destruir. Camaradas, la hora llegó, no hay nada que discutir, el debate se ha agotado”. 7 Esa ruptura también llevó al MRTA a tomar las armas: “Según Polay, Sendero había acelerado el tiempo histórico en el Perú y era inevitable que se produjera un desenlace armado a la brevedad”, aunque esa es otra historia.8 Desde luego, la progresiva expropiación de El Diario de Marka -convertido en El Diario, eliminando su origen en la izquierda socialista- marca un nuevo momento en la estrategia mediática senderista, aunque no se trató de un espacio para el debate, sino de un amplificador del Pensamiento Gonzalo.
En la izquierda surgida en los 60 se desarrolla una amplia cultura impresa. Tapa de la revista "Marka" por 1º de Mayo de 1975. Tomada de revistamarka.blogspot.com</em>
A sus ojos, el tiempo de discutir e interpretar la situación presente había llegado a un punto muerto. El resto de la izquierda, al contrario, entraba en un intenso debate sobre la necesidad de una izquierda nacional que se haga cargo del movimiento popular articulado en la década previa, además de buscar su unidad y rechazar los métodos terroristas por los que Sendero apostaba.9 Mejor dicho: mientras Sendero insistía en el campesinado como sujeto revolucionario, aunque dirigido por el proletariado -o mejor, por el Comité Central-, la izquierda se encontraba con el problema de dar continuidad al movimiento popular, de sostener una compleja articulación de intereses diversos e ideologías en tensión, y para ello hacía falta tanto organización como debate. Nuevamente, Sendero insistía en su diagnóstico de fines de los 60, como si el campesinado no se hubiese transformado por y en oposición a la forma específica en que se desarrolló la reforma agraria; como si la migración no hubiese volteado la vieja predominancia rural sobre las ciudades; y como si el problema principal que el movimiento popular planteó a la izquierda el 77 no hubiese sido el de sostener un proyecto socialista, en vez de desconocerlo y plantear una ruta que lo negara.
Lo que Sendero negó al iniciar la lucha armada y su “gran ruptura” fue la nueva situación política que se había configurado entre 1977 y 1980. Me refiero a algo no siempre reconocido en las lecturas actuales del periodo 1968-1975: en aquel proceso el sujeto revolucionario no se redujo únicamente al campesinado. Si bien se trata de un vector clave del mismo, dado el peso que tuvo la reforma agraria, entre el velasquismo y el movimiento popular se configuró un nuevo campo popular donde campesinos, obreros, pueblos jóvenes, organizaciones de mujeres e inclusive parte de la clase media encontraron cierto espacio de articulación y movilización conjunta, aunque no por ello exenta de tensiones. Así, Sendero empezó la lucha armada buscando destituir al sujeto político que el proceso previo configuró. Confiaban en que los hechos mudos ganarían a las masas10 , e hicieron de la revolución una palabra mística cuyo sentido quedaba reservado para algunos elegidos: “Son los que pueden acoger el conocimiento de la verdad y asumirlo con certidumbre en un proceso que recuerda las conversiones milagrosas”, como sostiene Santiago López Maguiña.11
La violencia de lo nuevo
En este punto conviene detenerse brevemente en qué entendía Sendero por “lo nuevo”. ¿Qué ofrecían a cambio del proceso antes descrito? “Sólo hay una cosa nueva: desarrollar el Partido a través de la lucha armada”.12 Nelson Manrique sostiene que “la violencia se convirtió en un valor absoluto, tiñó toda la utopía social que proponía Sendero; dejó de ser asumida como un medio y terminó elevada a la categoría de un fin. Se convirtió en el verdadero eje organizador de la sociedad futura que Sendero propugnaba a escala planetaria”.13 Mientras la militarización de la sociedad parecía la única imagen positiva del futuro que ofrecía Sendero, su discurso profesaba luz, auroras, optimismo y entusiasmo, pero el proyecto no avanzaba mucho más allá que cierta idea genérica del comunismo como reino de la felicidad, como negación de la miseria del presente.
Más precisamente, ofrecían un discurso donde todas las puertas del futuro se abrirán, pero su bisagra era la lucha armada: “Con nosotros, con nuestra lucha armada, comienza a nacer la auténtica libertad, la única verdadera. Somos trompetas del futuro, del fuego inextinguible que cruje en el tormentoso presente”.14 Fuera de ella, no ofrecieron mucho más en un presente ciertamente tormentoso. Pero el efecto que la irrupción de Sendero tuvo entre la izquierda socialista fue devastador. No solo por el efecto hoy palpable de una identificación generalizada de la izquierda con el terror a la que tanto abono echaron los gobiernos de la era neoliberal, sino por haber logrado que, ante los excesos retóricos y la violencia, la izquierda se auto-vacune, con una dosis de realismo desencantado, contra la necesidad de proyectar una imagen -no siempre utópica- de un futuro emancipado, y así se vuelva incapaz de creer en ella. De ahí que muchos critiquen a Guzmán por su mesianismo desde la posición de quienes creen que es mejor no creer en nada.
Abimael Guzmán, capturado por la Policía Nacional, es presentado a la prensa nacional y extranjera en el patio de la Dirección Nacional contra el Terrorismo. Tomada de: El explosivo año 1992. Siete/once editores.</em>
Usualmente se ubica en el ataque a sus potenciales bases sociales el principal error de Sendero Luminoso en su estrategia de asalto al poder. Acaso haga falta comprender ese giro contra el propio pueblo como consecuencia del arrasamiento que operaron sobre el proceso previo de movilización, guiados por una visión sustancialista del pueblo como algo ya definido, que no requería proceso de articulación alguna.15 Esto los llevó a automarginalizarse en un contexto donde buena parte de la izquierda avanzaba con mayor convicción hacia la preparación de las condiciones organizativas, intelectuales y políticas para instalar un bloque histórico. Como una vanguardia tan avanzada que el pueblo no llegaba a comprender del todo, Sendero contribuyó a cancelar una tradición socialista que habría jugado un papel importante ante los desafíos que el neoliberalismo de todos modos plantearía tiempo después. Pero las cosas fueron como fueron, y conviene no estirar más el contrafáctico.
Por una nueva tradición socialista
Quien no puede imaginar el futuro, tampoco puede, por lo general, imaginar el pasado.
José Carlos Mariátegui
En el campo intelectual y en la producción cultural hoy domina una mirada sobre la guerra que busca recuperar la subjetividad ante el horror, y ella se entiende íntimamente, como testimonio de una experiencia terrible que es el mejor antídoto “para que no se repita”. Desde luego, la herida que dejó la guerra en el país explica por qué se ha privilegiado ese tipo de lecturas sobre el pasado, pero ya es tiempo de mirar un poco más atrás de 1980 y repensar qué estuvo en juego en las dos décadas previas. Como sostuve antes, Sendero declaró su “gran ruptura” en un momento donde la izquierda repensaba su capacidad para articular un movimiento de masas muy complejo, con mucha fuerza, pero falto de dirección -como quedó claro el 77-. Optó por sustraerse a ese proceso y reclamar para sí la “verdadera” revolución, un vicio analítico que sin duda heredó de los viejos tiempos donde los militares progresistas complicaban los esquemas de la izquierda sesentera. Al hacerlo, desencadenó un proceso de violencia donde pronto quedaron confirmadas sus limitaciones ideológicas y políticas, aquellas que los llevaron a la derrota final. La otra izquierda tuvo también problemas a nivel teórico y político, pero aquí he subrayado la ruptura que Sendero entabló con ellos, y con el proceso histórico previo.
Lo que vino después de su apuesta por arrasar con el pasado es sin duda más oscuro que lo que había antes, y le haría muy bien a quienes hoy se reclaman herederos de Sendero advertir cuánto de sus propias acciones contribuyó a la situación en la que nos encontramos. Lejos de ese espíritu, El Diario Internacional del fallecido Arce Borja declaró hace unos días: “Después de 40 años del ILA [Inicio de la Lucha Armada], vemos que, en lo sustancial, el PCP tenía razón. Poco ha cambiado desde entonces. Más de la mitad de la población vive en pobreza o pobreza extrema, y más del 60% de la población vive de ocupaciones precarias informales sin acceso a derechos sociales ni laborales. La gran mayoría de trabajadores y campesinos vive en la miseria”.16 Y así es el Perú de hoy, pero no vendría mal que empiecen a reconocerse como parte activa de la historia, incluyendo el desastre al que condujo su “gran ruptura”.
Si el 80 Guzmán pensaba haber “roto el conjuro de 50 años” que impedía la revolución en el Perú, convendría redirigir la figura sobre él mismo y evaluar qué conjuro reinstaló en el país, en qué medida su gesta contribuyó a allanar el terreno político al neoliberalismo, por ejemplo. El conjuro actual tal vez consista en la aparente imposibilidad de entablar puentes con una tradición socialista de la que optaron por excluirse y combatieron con igual odio que a la burguesía. Desde luego, no se trata de ubicar la culpa en un solo lugar, pero sí de captar a todo nivel la relación que la guerra senderista mantiene con nuestra situación actual.
El recomienzo de la reflexión sobre el proceso velasquista hoy en curso es un buen signo de un pensamiento socialista que vuelve a preocuparse por lo que Teresa Cabrera llamó hace unos años “el problema de la generación de hitos en la memoria popular” y “la recuperación de nuestra rica y compleja iconografía nacional y popular” 17
Homenaje a Juan Velasco en el 20 aniversario del inicio del gobierno revolucionario de las Fuerzas Armadas, 1988. Tomado de: Revista Cuadernos del Tercer Mundo Nº 113, 1988. Repositorio de la Universidade Federal Rural do Rio de Janeiro</em>
La reflexión, espero, llegará a evaluar también el papel de la izquierda en esos tiempos, ya lejos del motivo de la “gran equivocación” en su oposición a Velasco, para recuperar la experiencia de esa cultura política de izquierda de la que habla Aguirre. Sin duda Sendero es parte de esa historia, y su historización también amplía la mirada sobre la propia organización, para ir más allá de Guzmán, sus fieles y los relatos usuales sobre su devenir.18
Si en América Latina el neoliberalismo ha sido un proceso de restauración que busca “el bloqueo de un proceso histórico, más que su superación”, según sostiene John Beverley 19, es crucial comprender que, en nuestro país, eso bloqueado es un proceso más largo de emancipación del que la lucha armada senderista se desprendió por voluntad propia. Frente a la reducción del proceso de emancipación al desastre senderista y la conversión de la experiencia de la izquierda socialista en un conjunto de “reliquias inertes y símbolos extintos”20, hoy urge (re)componer nuestra tradición socialista sin nostalgia, como esa “serie de experiencias” que Mariátegui pensaba indispensable para cargar el presente con las fuerzas extraviadas del pasado.
Footnotes
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Recientemente se han historizado de forma más precisa las subjetividades de aquellos que se sumaron a la lucha armada senderista, dando insumos para una historia que no se identifique de plano con la perspectiva de los vencedores. Algunos textos clave para la pluralización de la historiografía sobre Sendero son: Asencios, Dynnik. La ciudad acorralada. Jóvenes y Sendero Luminoso en Lima de los 80 y 90. Lima: IEP, 2016; Guiné, Anouk et al. Género y Conflicto Armado en el Perú. Lima: La Plaza Editores, Groupe de Recherche Identités et Cultures – GRIC, 2018; Zapata, Antonio. La guerra senderista. Hablan los enemigos. Lima: Taurus, 2017; Agüero, José Carlos. *Los rendidos. Sobre el don de perdonar. *Lima: IEP, 2015 ↩
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Lerner, Adrián. “¿Quién enterró la revolución? El funeral de Juan Velasco Alvarado”, en Drinot, Paulo y Carlos Aguirre (eds.), La revolución peculiar: repensando el gobierno militar de Velasco. Lima: IEP, 2018. ↩
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Gonzáles, Osmar. Señales sin respuesta. Los Zorros y el pensamiento socialista en el Perú 1968-1989. Lima: Ediciones PREAL, 1999, p. 136 ↩
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Guzmán Reinoso, Abimael y Elena Yparraguirre Revoredo. Memorias desde Némesis 1993-2000. Lima: edición de los autores, 2014, p. 418, énfasis añadido. ↩
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Gonzáles, op. cit., p. 150. ↩
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Aguirre, Carlos. “Cultura política de izquierda y cultura impresa en el Perú contemporáneo (1968-1990): Alberto Flores Galindo y la formación de un intelectual público”, Histórica, XXXI.1, 2007, pp. 171-204. ↩
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“Somos los iniciadores”. I Escuela Militar. 19 de abril de 1980. ↩
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Zapata, op. cit., p. 104, cursivas añadidas. ↩
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Ver las tempranas declaraciones de Rolando Breña en octubre de 1980, ya en el contexto de Izquierda Unida, en Zapata, op. cit., pp. 106-107. ↩
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Con relativo éxito, ciertamente, aunque con poca capacidad para formar ideológicamente a la militancia. Al respecto, ver Asencios, op. cit. ↩
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López Maguiña, Santiago. “Iconos básicos en la práctica de Sendero Luminoso”, Acontecimiento, Revista de teoría y crítica literaria, vol. 2, nro. 2, setiembre 2019, p. 23. ↩
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“Somos los iniciadores”, op. cit. ↩
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Manrique, Nelson. “Pensamiento, acción y base política del movimiento Sendero Luminoso. La guerra y las primeras respuestas de los comuneros (1964-1983)”, en Anne Pérotin-Dumon (dir.), Historizar el pasado vivo en América Latina, p. 15. ↩
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“¡Hacia la guerra de guerrillas!”. Comité Central Ampliado. 24 de agosto 1980. ↩
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En contraste a dicha visión, he ofrecido una lectura del proceso velasquista como un intento de articulación política de un campo popular en el segundo capítulo de: Mitrovic, Mijail. Extravíos de la forma: vanguardia, modernismo popular y arte contemporáneo en Lima desde los 60. Lima: Arquitectura PUCP Publicaciones, Fondo Editorial, 2019. ↩
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El Diario Internacional, “A 40 años del ILA: La Rebelión seJustifica”, 18 de mayo de 2020. ↩
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Cabrera, Teresa. “La izquierda de hoy, ¿esperaban un balance?”, en El quinquenio perdido. Crecimiento con exclusión. Perú hoy. Lima: DESCO, 2011. p. 56 y 57. ↩
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En ese sentido, ver: Guiné, Anouk “Encrucijada de guerra en mujeres peruanas: Augusta La Torre y el Movimiento Femenino Popular”, en Guiné, op. cit., pp. 77-110. ↩
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Beverley, John. “Rethinking the Armed Struggle in Latin America”. Boundary nro. 2, 2009, p. 52 [traducción mía] ↩
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Mariátegui, José Carlos. “Heterodoxia de la tradición”. Originalmente publicado en Mundial, Lima, 25 de noviembre de 1927. ↩