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Internacional

Rusia-Ucrania: Las guerras detrás de la guerra

Rusia-Ucrania: Las guerras detrás de la guerra
Lynsey Addario | NYT, tomado de usip.org

Mientras escribimos el presente artículo las tropas rusas empiezan la ocupación de Kiev y golpean puntos estratégicos al oeste de Ucrania. Avanzan hacia Odessa y controlan ya el Donbass. Dos de las exigencias declaradas de Vladimir Putin en esta guerra -a saber, asegurar las zonas rusófonas afines de las repúblicas de Donetsk y Lugansk y conservar Crimea bajo su control- ya han sido alcanzadas. La caída de Kiev podría asegurar otra de sus demandas: deshacerse del gobierno pro occidental y “neo nazi” de Volodimir Zelenski. Tras varios intentos de negociación entre las partes beligerantes parece claro que Rusia no retirará sus tropas sin obtener garantías relativas a su propia seguridad. Se sugiere una solución a la sueca o a la austriaca 1, países miembros de la UE pero no de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) aunque hasta hoy se desconoce cuál sería la fórmula específica que podría aplicarse para Ucrania, que fuera aceptable para ambas partes.

Sin embargo, el desenlace parece incierto y los objetivos que las partes persiguen en esta guerra van mucho más allá del conflicto. En un artículo firmado, Petr Akopov, columnista de RIA Novosti (la agencia oficial rusa), sostenía al inicio de la intervención bélica que el argumento moscovita relativo a la “seguridad nacional” y a los avances agresivos de la OTAN hacia las fronteras rusas, era en realidad secundario. “Más importante, decía Akopov, es resolver el complejo del pueblo dividido, el complejo de la humillación nacional” El artículo fue retirado poco después de la red. Hay pues un espacio de subjetividad incuestionable en las reacciones rusas.2

Como toda guerra moderna (se constató en las dos Guerras del Golfo, en Afganistán, Siria y Libia) ésta que hoy sufrimos reviste diversas dimensiones. Existe un nivel estrictamente militar de guerra convencional en el cual la superioridad rusa parece evidente, a pesar del envío de armas de EE.UU. y de la Unión Europea (UE) al ejército ucraniano. Pero se dibuja también, en paralelo, un segundo escenario derivado de las estrategias geopolíticas divergentes de Washington y Moscú en un contexto globalizado en el que la sombra de China se proyecta en el telón de fondo en toda su gigantesca dimensión. Para algunos, como el experto en seguridad internacional Michael Klare3, es importante tomar en cuenta elementos aparentemente ajenos: por ejemplo, el secretario de defensa norteamericano, el General James Mattis, publicó la Estrategia Nacional de Defensa en el 2018, donde sostenía que la lucha contra el terrorismo no era la prioridad. Esta afirmación explicaría, entre otras cosas, la retirada de Afganistán. En realidad, lo importante sería la lucha contra Rusia y China.

El cambio de gobierno en EE.UU. y la llegada de los Demócratas al poder no cambia nada, según Klare, porque tanto Jake Sullivan como Anthony Blinken4 son parte del mismo establishment, el llamado “blob”. Estados Unidos necesita demostrar, en víspera de las elecciones legislativas de noviembre, que la retirada de Afganistán no ha sido en modo alguno una señal de debilidad. Para Klare, la salida de este país fue el reconocimiento por las élites de que Washington estaba centrado en un rincón remoto del tablero de ajedrez de escasa utilidad estratégica, mientras Rusia y China conseguían ventajas importantes en otras áreas esenciales. En el caso de China, el gigante asiático se percibe como el verdadero rival, el verdadero competidor en la lucha por el dominio mundial. Resulta fundamental para EE.UU. alejarla de los recursos y de aliados en América Latina, Medio Oriente y África. Por ello la alianza entre Rusia y China constituye la preocupación mayor de EE.UU. en la actualidad.

Una dimensión que no debe ser olvidada en esta guerra es aquella relativa al relato. En el plano del discurso -y a pesar de los esfuerzos rusos en este sentido- los países occidentales ya han ganado esta guerra. Como afirma Manuel Castells, existe una reprogramación de las redes de comunicación destinada a alterar y controlar las relaciones de poder.

Ignacio Ramonet5 afirma que estamos frente a una guerra mundial de nuevo tipo, un hiper conflicto híbrido que por momentos se desarrolla en un escenario concreto y local, el territorio de Ucrania. En todos los demás frentes -político, económico, financiero, monetario, comercial, mediático, digital, etc.-, se ha transformado en una guerra mundial total. “Ganaremos porque la verdad está de nuestro lado” dijo el mediático presidente ucraniano Volodimir Zelenski en uno de sus cotidianos discursos difundido en las redes. Pero la verdad es un espejo roto y cada uno posee sólo un pequeño fragmento. Y aún cruzando información resulta difícil saber qué ocurre en el terreno.

Rusia, por su parte, ha establecido férreos controles sobre la información, especialmente sobre aquella que proviene del extranjero, apostando por un sistema autocentrado que evite la utilización de redes sociales occidentales en el país.

Evocar los antecedentes

No se puede analizar la conflagración que tiene lugar en la actualidad sin considerar el proceso de las relaciones entre Occidente y Rusia. El intento de incorporar Ucrania a las entidades económicas y militares de occidente puede verse como la instancia final de las políticas de poder vigentes desde hace un cuarto de siglo. Rusia quiere evitar encontrarse en una situación de encierro y asedio, el entorno geopolítico más temido por Moscú.

Europa del Este ha sido un campo de batalla desde la era napoleónica, disputada por las potencias europeas y por el imperio ruso, y hasta la Primera Guerra Mundial, por el Imperio otomano. Después de la Segunda Guerra mundial y al calor de los acuerdos de Yalta, la Unión Soviética intentó crear con el Pacto de Varsovia una franja territorial muy amplia que le sirviera de barrera de contención, de protección frente a Europa occidental. La caída del muro de Berlín (1989) determinó un cambio notable en este precario equilibrio. Desde entonces, buena parte de los países de Europa del Este han ingresado a la Unión Europea y a la OTAN creándole a Rusia un sentimiento de inseguridad y una percepción -justificada o no- de estar amenazados.

En un artículo publicado en la revista Foreign Affairs6 en 2015, el politólogo John Mearsheimer sostenía inmediatamente después de la anexión de Crimea (2014), que Occidente era el gran responsable de la crisis ucraniana. Mearsheimer se remonta a las negociaciones de 1989-1990 entre el presidente George Bush y Mikhaíl Gorbachov. Uno de los puntos fundamentales del reordenamiento surgido en este contexto era el futuro de la OTAN. Esta organización militar creada tras la Segunda Guerra Mundial parecía carecer de sentido en un continente aparentemente ganado por el bienintencionado ecumenismo que Gorbachov definía como “la gran familia europea”. En estas conversaciones Gorbachov aceptó que Alemania ingresara a la OTAN, una gran concesión a la luz de la historia de las relaciones entre Rusia y el país germano. A cambio, pidió que la OTAN no avanzara hacia el este. Como respuesta la OTAN se trasladó a Alemania y cuando Gorbachov protestó, Washington respondió que se trataba sólo de un acuerdo verbal, sin compromisos escritos ni plasmados en tratado alguno. Y el proceso iniciado entonces continuó con el ingreso a la OTAN de Hungría, Polonia, República Checa, Eslovenia, Croacia, Estonia, Lituania y Letonia.

En paralelo, en el 2013 el presidente ucraniano pro ruso Viktor Yanukovich interrumpió las negociaciones destinadas a facilitar el ingreso de Ucrania a la Unión Europea. Importantes sectores de la población de Kiev desaprobaron la decisión y se inició un movimiento insurreccional que Europa reconoció como “la revolución del Maidan” (por el nombre de la plaza central de Kiev). La región rusófona del Donbass, había rechazado este acercamiento a la UE. Un año después, Yanukovich derrotado, huye del país. En marzo del 2014 Rusia se anexionó Crimea, lo que le permitía asegurarse una salida al Mar Negro desde un punto estratégico, mientras apuntalaba militarmente a los separatistas del Donbass. Se inicia entonces un largo periodo de inestabilidad que la llegada de Volodimir Zelenski, tras las elecciones de 2019, no hizo más que agravar al declarar desde un inicio su voluntad de solicitar el ingreso de Ucrania a la UE y a la OTAN y no ocultar su acercamiento a los EE.UU. Finalmente, tras las gesticulaciones armadas por ambos bandos, Rusia interviene con su ejército en la región del Donbass a fines de febrero dando inicio a esta guerra híbrida.

Consecuencias y perspectivas

El ataque del ejército ruso a Ucrania es una clara violación del derecho internacional y de la Carta de Naciones Unidas, violación injustificable que sobrepasa las preocupaciones rusas en relación a su propia seguridad y a su posible proyecto de la Gran Rusia7. En todo caso y más allá de las consideraciones de tipo ético, el conflicto ha servido para reforzar los lazos internos en la Unión Europea, por encima de los matices políticos que diferencian a sus miembros. El acuerdo relativo al incremento de los presupuestos dedicados a la defensa es elocuente. Países como Alemania, reacios a todo lo que suene a belicismo, han terminado por ampliar considerablemente su presupuesto militar. España, que con un gobierno de izquierda (Socialistas y Unidas Podemos) parecía tener otras preocupaciones más urgentes como la reconstrucción económica tras el COVID-19, ha aceptado la necesidad de ampliar los gastos militares hasta alcanzar el 2% de su PIB, como lo exige la OTAN. Al mismo tiempo se abre camino la idea de crear una fuerza defensiva exclusivamente europea, aunque no del todo ajena a la OTAN.

Hasta el momento y a pesar de los esfuerzos del presidente Zelenski, ni Washington ni la Unión Europea han aceptado su insistente propuesta de declarar una zona de exclusión aérea sobre Ucrania lo que equivaldría a una declaración de guerra para Rusia, con los riesgos de utilización de armas nucleares que esto supone.

Por el momento se ha aplicado contra Rusia una serie de importantes sanciones económicas. Los especialistas consideran, sin embargo, que éstas no la afectarán mayormente en el corto plazo8. El cierre del suministro de carburantes por parte de Rusia afecta ya a las economías europeas, fuertemente dependientes de los hidrocarburos. Más aún en un mundo globalizado dónde los procesos de crisis no se restringen a espacios delimitados. Así, por ejemplo, España depende muy poco de importaciones del gas ruso pues cubre sus necesidades gracias a sus contratos con Argelia9 y con EE.UU. (gas licuado), pero el precio de gas y de la electricidad han sufrido un incremento gigantesco iniciado por la inestabilidad en la zona y las alzas mundiales del precio del petróleo en los últimos meses, generando un malestar social creciente.

Rusia y Ucrania avanzan en las negociaciones, aunque los ataques a civiles no cesan. Según la información que filtró el Financial Times, uno de los más recientes acuerdos entre las partes supone la aceptación por parte de Zelenski de que nunca integrará la OTAN, pero las fórmulas para un estatuto específico aún parecen difusas. Tendría además que declararse “neutral” y no aceptar armamento occidental. Por su parte, Rusia, sin detener sus ataques, estaría buscando una fórmula para salir de un conflicto con elevados costos económicos y riesgos múltiples en su frente interno.

Mientras tanto más de tres millones de ucranianos han abandonado el país en menos de un mes y según las cifras adelantadas por la ONU, hay al menos 800 muertos civiles. A nadie le conviene que la guerra se prolongue.

Footnotes

  1. Austria firmó un acuerdo con la URSS, EE.UU., Reino Unido y Francia en 1955, por el cual se establece la salida de todas las tropas aliadas de su territorio y la renuncia de Viena a alianzas militares. Sin embargo, sí ingresó a la Unión Europea. Suecia tampoco es miembro de la OTAN pero no ha firmado un tratado internacional tan explícito que la obligue a ello y ha desarrollado su propia fuerza militar nacional.

  2. Para Pierre Dardot y Christian Laval, “lejos de proceder de una necesidad histórica, la decisión de Putin está dictada por la obsesión de restaurar la continuidad de una historia muy antigua, rota por rupturas vividas como traumas”. En: Face au nationalisme grand-russe, réinventons l’internationalisme. Mediapart, 18-03-22.

  3. Michael Klare es autor de numerosos libros, el más reciente: Sangre y Petróleo. Es también colaborador de Le Monde Diplomatique.

  4. Jake Sullivan es el actual Consejero de Seguridad Nacional en el gobierno Biden. Tony Blinken fue adjunto de seguridad nacional bajo la presidencia de Obama y es gran defensor del llamado Vínculo transatlántico.

  5. Ramonet, Ignacio. Página 12. 9 de marzo de 2022.

  6. Noam Chomsky llama a esta revista “la más importante del establishment”.

  7. Al respecto, ver el discurso pronunciado por Vladimir Putin el 12 de julio de 2021 sobre la reconstrucción de la nación rusa.

  8. Al respecto, ver el interesante artículo de Richard, Hélène y Robert, Anne Cécile, Cómo castigar al adversario: el conflicto ucranio entre sanciones y guerra. Le Monde Diplomatique en español, marzo 2022.

  9. La reciente decisión de reconocer la propuesta marroquí de autonomía del Sahara Occidental ha determinado el retiro del Embajador argelino de Madrid y una tensión difícil de manejar en el presente contexto.

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