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Cultura

Cuando Jack Sparrow se volvió pirata

Cuando Jack Sparrow se volvió pirata
Peru's DVD Pirates Have Exquisite Taste | youtube.com/motherboard

En el año 2018, un estudio encargado por una cadena internacional de distribución a una auditora internacional 1 logró establecer que en Perú la piratería de series de TV y películas evadía impuestos por derechos de autor por un aproximado de 131,5 millones de soles. Ese año, el presupuesto total del organismo del Ministerio de Cultura encargado del sector audiovisual, 2 por ende de los concursos anuales de fomento que financian casi a la totalidad de aquel, manejó un monto de 19 millones de soles para veinte concursos que permiten a diversos proyectos y realizadores hacer nuevas películas y series, como también completar su formación profesional. Esta evasión seguramente fue aún mayor durante el encierro en la pandemia.

Ese mismo año al Festival de Cine de Lima asistieron personalidades muy importantes de la comunidad cinematográfica internacional; uno de ellos fue el ya fallecido director Fernando Pino Solanas, ganador de palmas en festivales internacionales importantes como Cannes y Berlín. Puedo apostar que una de sus salidas obligadas durante algún rato libre fue para cumplir con el ritual obligado de entregar oficialmente copias de sus obras en el popular Pasaje 18, santuario educador de todo aquel que se precie de transitar el arduo camino de la formación audiovisual en Perú, ubicado en el centro comercial Polvos Azules en el distrito de La Victoria. También puedo arriesgarme a creer que se llevó de recuerdo una colección de películas que probablemente engordarán su videoteca personal, como es tradición. Lo puedo asegurar porque lo mismo sucedió años antes con otras personalidades famosas en la comunidad cinematográfica internacional, tales como el director canadiense de origen armenio Atom Egoyan, el tailandés Apichatpong Weerasethakul, el húngaro Béla Tarr y me considero fuente directa al sumar al belga-francés Luc Dardenne a esta lista, pues me contó su visita a Polvos en uno de mis increíbles encuentros en el monte Sinaí con tamaño profeta de la creación sensorial al que nosotros, los olvidados del mercado cinematográfico internacional, soldados de un ejército diezmado por la evasión fiscal, intentamos siquiera imitar jugando a la fantasía infantil de ser ellos aunque sea en dos planos de nuestros precarios proyectos. Vivir la fantasía pobre cual participante de Yo Soy.

En una de mis misiones profesionales, hace más de 15 años, me tocó acompañar a fedatarios de aduanas para un registro audiovisual del trabajo que realizan a diario: la incautación de mercadería de contrabando. La pesquisa se realizaba en las afueras de la localidad de Moho, en la provincia de Puno, en la frontera nor lacustre con Bolivia. En las afueras de la localidad pasamos casi toda la noche a la intemperie, en la cima de un cerro, escondidos esperando el paso de la “cola de culebra” o “serpiente” como se le llama a la fila de camiones que a campo traviesa y por caminos realmente alternativos, cruzan la “frontera imaginaria” que limita ambos países, produciendo uno de los más increíbles espectáculos que el delito pueda producir, más de una veintena de camiones de todas las marcas y modelos cruzando fronteras ilegalmente, con las tolvas llenas de mercaderías de lo más variadas y desconocidas por los mismos conductores, quienes a diario atraviesan esos “no caminos” dibujados por ellos mismos alrededor de uno de los lagos más bellos del mundo.

Fue como a las 4:30 de la madrugada que empezamos a ver esa serpiente de luces de posición garabatear la frontera buscando avanzar. Ya que la altura del cerro en el que nos encontrábamos lo permitía, pude grabar un buen tiempo al convoy desplazándose y alcancé a bajar al pueblo. En un quiosco de las afueras donde varios paraban a comprar insumos para el viaje, y con la camiseta de la causa puesta, improvisé un diálogo con uno de los choferes intentando que me jale a Juliaca para tener un tiempo junto a él y lograr el arriesgado registro del testimonio. Obviamente, ni Juliaca ni ninguna ciudad conocida o relativamente grande estaba en su ruta improvisada, pero al continuar con el diálogo y a modo de disculpa, el chofer me condujo a la parte trasera del camión, empezó una maniobra para abrir las puertas mientras mi alarma neoliberal del peligro empezaba a sonar. Con la dificultad que la vejez le provocaba, subió al camión, desenvolvió las frondosas telas que envolvían un baúl de madera muy viejo, levantó la tapa y el lote de tierra que tenía encima, sopló sobre unos libros viejos de religión que se encontraban en la parte superior y los retiró mientras entre sus lomos se asomaba la luz dorada del conocimiento; el baúl estaba lleno de películas piratas, ordenadas por géneros desconocidos para mi yo profesional: risa, calatas, calatos, tiros, abogados, raras, eran algunos de los géneros que esa filmoteca informal tenía registrados con plumón indeleble sobre las bolsas que envolvían conjuntos de películas cuya curaduría se encontraba sometida a la ya nefasta traducción de puntos nodales de la distribución y traducción cinematográfica internacional como España o México.

En un acto de contenida nobleza me permití recoger cuatro películas que aún hoy me costaría conseguir. Fui introducido al mágico y sórdido mundo del director austríaco Michael Haneke con su obra magna Le Pianiste; una joya del cine independiente que había visto en esas madrugadas de formación y humo, Gummo, que refleja el lado B de la sociedad capitalista norteamericana; una copia de la Ópera do malandro basada en la obra de teatro compuesta por Chico Buarque y un DVD con los cortos realizados por los mejores directores del mundo en homenaje a los cien años del cine, titulado Lumiere’s company. Es probable que varios de mis compañeros de estudios de la escuela de cine, aún hoy no hayan visto las cuatro. Todo un centro de formación audiovisual, de crítica cinematográfica y de estética dentro de ese baúl que viajaba rodeado de electrodomésticos, balones de gas y manos de plátano.

Años después, grabando una excavación arqueológica en Cerro Baúl, en Moquegua, lugar sagrado donde se dio el encuentro en convivencia pacífica de dos culturas guerreras, los Huari y los Tiahuanacu, escuche de boca de los arqueólogos un concepto que redefinió la mayoría de mis posturas ideológicas: sector circunlacustre. Esos arqueólogos venían investigando desde buen tiempo lo que durante varios cientos de años definía a una zona territorial delimitada por un lago que modifica su clima y geografía, que genera una zona comercial muy dinámica y cuya delimitación política la marcan la propia naturaleza (el lago), el idioma (Aymara) y el milenario movimiento comercial. Reconocer ese país imaginario (como todos), implicaría en la actualidad actos que representan delitos constitucionales, entre otros. De hecho, el actual Presidente debió enfrentar una moción de censura por ensayar, en una entrevista, un despliegue territorial similar. Mientras, ese país avanza.

En cierta forma me consuela pensar que este fenómeno que se replica prácticamente en cualquier frontera del mundo (conozco amigos cuyo negocio es viajar en bote taxi desde Alemania a Suecia llevando cientos de litros de alcohol, pues en Suecia está prohibida la venta), es compartido por esos grandes directores-educadores y por quien suscribe, mi propio ensayo de Yo Soy. Que todos tenemos en cierta forma inscrita esa conciencia que invita a que nos cuestionemos con la misma firmeza la debacle de derechos de autor que la piratería suscita y la puerta que el contrabando abre a esos “otros países” no reconocidos por el espíritu colonialista que impera.

Hace pocos días, una película de nuestra casa realizadora fue colgada en una popular página web de películas pirata, gracias a que este año la misma se convirtió en una de las primeras realizaciones confeccionadas íntegramente en provincia adquiridas por la más popular plataforma on demand, Netflix. Nuevamente apareció la conciencia neoliberal para subir al tope los niveles de testosterona; indignado, junto a mi socio regresé por la noche a casa sin poder conciliar el sueño. Al día siguiente estaba leyendo los mensajes de un grupo de chat al que me invitaron hace poco. Apenas conté a qué me dedicaba todos preguntaron si había alguna película realizada por nuestra empresa que pudieran ver y con orgullo les respondí con el enlace y “tenemos nuestra última producción en Netflix”. Más de la mitad de los participantes, obreros y muchos inmigrantes recientes, no tenían el privilegio de tener instalado en algún dispositivo la “popular” plataforma. El final de la anécdota es previsible: les pasé el enlace de la página pirata.

Al hacerlo, cuál película independiente que consiguió presupuesto para desarrollar imágenes en CGI,3 sentí que mi entorno se convertía mágicamente en el Pasaje 18 y ahí estaba yo, rumbo a mi stand favorito yendo a entregar copias originales de mis producciones, con el mismo valor simbólico que tuvo para esos directores consagrados. Un simple incidente cotidiano despertó esa conciencia entumecida por el valor material y perdió el respeto hacia los grandes profetas para cederle el espacio a esos otros que no tienen Netflix y cuyas vidas son las que verdaderamente aportan capital a mi desarrollo profesional.

Lo que consiguió la piratería, SUNAT no puede ni soñarlo y al único que le puede afectar es a Jack Sparrow, que como buen empresario quiere exprimir hasta la última gota de la misma teta. A eso le llaman desarrollo, pero está bien difícil que lo creamos, en un país donde mientras le cierran el puesto al vendedor de películas por evasión fiscal, una empresa internacional puede vender el balón de oxígeno a ocho mil soles en pleno pico de pandemia. Un país donde aún lloramos a nuestros muertos porque la “Reactivación” nos quitó la vida, pero los mayores corruptos no pagan ni un sol de reparación a pesar de más de una década en la cárcel.

Footnotes

  1. Estudio de Fox Networks Group Latin America y JP Partners.

  2. Dirección del Audiovisual, la Fonografía y los Nuevos Medios.

  3. Se refiere por sus siglas al sistema de creación de imágenes digitales Computer Graphic Image.

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