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Internacional

La tercera es la vencida: Petro y el triunfo de la izquierda en Colombia

La tercera es la vencida: Petro y el triunfo de la izquierda en Colombia
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Luego de aspirar en dos oportunidades a la Presidencia de la República, Gustavo Petro, antiguo militante del Movimiento guerrillero 19 de Abril (M-19) y candidato del Pacto Histórico, una coalición de partidos y movimientos de izquierda, triunfó en las elecciones de junio de 2022, con un total de 11 millones 280 mil votos, superando a su oponente en la segunda vuelta, Rodolfo Hernández por 700 mil votos.

La campaña previa a las dos vueltas electorales fue tensa, especialmente por la polarización política que ha vivido el país en las últimas dos décadas, acentuada por el triunfo del NO en el plebiscito sobre el Acuerdo de Paz con las FARC, en octubre de 2016. Se pensó entonces que la contienda tendría como protagonistas al candidato de Uribe, Federico Gutiérrez, defensor del actual gobierno y promotor de un poco “más de lo mismo” (libertad de empresa, privilegios para el sector privado, extractivismo y subsidios para los más pobres, etc.) y al propio Petro, quien propuso un giro de ciento ochenta grados en materia de política económica, social y ambiental.

Sin embargo, ocurrió lo inesperado. En contra de lo previsto por las últimas encuestas publicadas, el ingeniero Hernández, ex alcalde de Bucaramanga y candidato del Movimiento Liga de Gobernantes Anticorrupción, pasó a segunda vuelta con Petro, dejando por fuera de la competencia a Gutiérrez. Este no tardó ni dos horas en reconocer su derrota y apoyar a Hernández, señalando el peligro que Petro representaría para la estabilidad del país, con lo cual los partidos de derecha (Centro Democrático, Partido Conservador, Partido de la Unidad Nacional, Partido Liberal, los movimientos cristianos y Cambio Radical) que habían apoyado a Gutiérrez, quedaron automáticamente alineados en torno a Hernández.

Por supuesto, más que apoyar a Hernández, la idea de la derecha era evitar a toda costa que ganara Petro en segunda vuelta. Las afinidades ideológicas con el ingeniero no eran claras. Pero ese asunto podría resolverse una vez Hernández ganara la Presidencia. Pero no fue así. Ganó Petro, aún en contra de los pronósticos que daban a Hernández como seguro triunfador. La derecha, dueña inveterada del poder en Colombia, no tuvo más opción que declararse en oposición al nuevo gobierno.

¿Por qué ganó Petro?

La suma de votos de la derecha en primera vuelta (Hernández, Gutiérrez y otros candidatos de menor peso) daba aritméticamente para ganarle a Petro, bajo el supuesto de que éste había llegado a su techo electoral y que le sería muy difícil conseguir nuevos votantes, incluso sumando los del centro ideológico, en particular los de Sergio Fajardo.

Varios factores llevaron a que dicho supuesto no fuera cierto. En primer lugar, las preferencias electorales venían cambiando después de la derrota del en el plebiscito por la paz. Las elecciones en 2018 mostraron algunos cambios en la composición del Congreso y, sobre todo, un avance importante de Petro en la elección presidencial, a pesar de su derrota frente a Iván Duque. Luego, el referendo anticorrupción, celebrado ese mismo año, mostró el descontento y las ansias de cambio de un segmento creciente de la población colombiana. Al año siguiente, los resultados de las elecciones municipales y departamentales confirmaron la intención de muchos electores de reemplazar los liderazgos tradicionales, lo que se ratificó posteriormente en la elección del Congreso, en marzo de 2022, y en la primera y segunda vuelta de los comicios presidenciales. En otras palabras, una corriente electoral de cambio ganaba fuerza y volumen. Las elecciones de 2022 podrían ser la ocasión para sustituir a las viejas élites políticas e iniciar una era de cambio. Y así aconteció.

Hubo un segundo factor: como lo han señalado varios analistas, el principal elector de Petro fue el gobierno de Iván Duque (2018-2022), pésimo por donde se le mire. Cito partes del balance que hace Laura Gamboa sobre ese gobierno en el semanario digital Razón Pública: “A pesar de algunos aciertos en el manejo de la pandemia, el actual mandatario deja al país peor de lo que lo encontró. Colombia es hoy un país más pobre, más inseguro y menos democrático de lo que era en Agosto de 2018”. Y señala más adelante: “Estos déficits son en buena parte resultado de la falta de liderazgo del presidente y de su incapacidad para aprovechar la oportunidad que ofrecía el Acuerdo con las FARC para promover una Colombia distinta (…) Duque desfinanció y obstruyó los elementos más transformadores del Acuerdo, como la reforma agraria, la participación política, la erradicación voluntaria de cultivos ilícitos y los procesos de memoria, justicia y reparación (…) y cuando los colombianos se movilizaron en las calles con sus peticiones respondió con estigmatizaciones y represión”. Duque no supo leer ni entender el país que gobernó, aferrado al poder de su jefe Uribe y de un partido, el Centro Democrático, que perdía día a día la simpatía ciudadana y en cuyo seno las alas más radicales comenzaron a criticarlo sin piedad.

Pero, el mérito mayor del triunfo lo tuvo el propio Gustavo Petro. Varios elementos confluyeron en esa dirección: en primer lugar, su novedosa fórmula vicepresidencial, la lideresa afro Francia Márquez, fue muy bien recibida en varios sectores de la opinión pública nacional e internacional, y electoralmente le aseguró simpatías en la costa pacífica y, en general, entre la población afro. En segundo lugar, Petro pudo romper su techo electoral gracias a algunos acuerdos políticos con dirigentes del centro y del Partido Liberal, y a la simpatía de nuevos sectores sociales, especialmente de los jóvenes populares urbanos que lideraron el paro nacional en 2019 y 2021 y que no se sentían representados por las viejas élites en el poder. Petro y su equipo leyeron en forma correcta lo que representó la movilización ciudadana en los dos últimos años en el sentido de un deseo de cambio real y profundo del país, especialmente en materia de paz, convivencia, participación ciudadana, cuidado del medio ambiente y justicia social.

Y fueron esos los principales ejes de su programa de gobierno, un programa a todas luces disruptivo, pues proponía un giro radical para atacar a fondo los grandes problemas del país. Petro propuso iniciar una transición que no culminaría durante su mandato de cuatro años, pero que dejaría puestas las piedras angulares del cambio: una transición a la paz total, implementando el Acuerdo con las FARC, especialmente en aquellos temas que sufren un gran retraso, como la reforma agraria, la participación política y ciudadana y la erradicación voluntaria de cultivos ilícitos, iniciando conversaciones con el ELN y con organizaciones delincuenciales que han reactivado la violencia en varias zonas del país. Una transición hacia un nuevo modelo de desarrollo, que supere la dependencia de la economía colombiana con respecto a la producción y exportación de recursos naturales no renovables y fortalezca sectores productivos, como la agricultura y la industria; una transición social que, a través de políticas de inclusión, cierre la brecha de la pobreza y la desigualdad, y apunte a garantizar una vida digna y sabrosa para todos y todas, incluidos los y las “nadies”; una transición hacia la democratización de las decisiones públicas, en la que distintos sectores de la ciudadanía tengan voz y peso en las decisiones que afectan sus vidas; una transición ambiental que enfrente la crisis producida por el cambio climático, acelere la transición energética justa y sostenible, y aproveche, conservándola, la rica biodiversidad del país.

Más de once millones de electores aceptaron la propuesta de Petro, la que desde ya ha generado enormes expectativas, especialmente entre la población pobre y los excluidos y excluidas. Petro tendrá que ponerla en marcha asegurando victorias tempranas, ganando poco a poco la confianza ciudadana, especialmente de los diez millones de votantes que apoyaron a Hernández, y garantizando la certeza de que la promesa de cambio se hará efectiva.

Alianzas, tensiones y retos

El triunfo de Petro llevó a la derecha (dirigentes políticos, sectores empresariales, importantes medios de comunicación, sectores de las Fuerzas Armadas) a iniciar una campaña de alerta sobre las consecuencias que supuestamente traería un gobierno de izquierda al país (inseguridad, jurídica, inestabilidad económica, riesgos para la propiedad privada, autoritarismo, perpetuación en el poder, entre otras cosas) con el exclusivo ánimo de generar miedo y crear un clima hostil al nuevo gobierno.

Sin embargo, contrario a lo que algunos analistas preveían, el triunfo de Petro fue originando un clima de tranquilidad y esperanza que pocos imaginaban. En realidad, el nuevo gobierno ha creado más ilusión que temor. Un factor —no el único— que explica ese nuevo aire es el logro de un Acuerdo Nacional, propuesto por el nuevo Presidente, al que han confluido varias organizaciones y dirigentes políticos, incluso de derecha, cuyo principal rol será la aprobación de varias leyes en el Congreso de la República. Ese Acuerdo permitirá que asuntos prioritarios como la reforma tributaria estructural, la reforma agraria, la reforma político-electoral, entre otras, puedan contar con mayorías en el órgano legislativo y permitan en el corto plazo ofrecer al país resultados concretos en la dirección del cambio propuesto.

No sobra señalar, sin embargo, que la llegada de dirigentes de centro y de derecha al Acuerdo Nacional ha producido malestar en las huestes de la coalición que llevó a Petro a la presidencia, especialmente entre los sectores más radicales que ven con preocupación que el Acuerdo Nacional implique ceder en puntos que al inicio de la campaña aparecían como líneas rojas que no sería posible traspasar. Petro ha tenido que moverse en busca de un sano equilibrio entre la obtención de apoyos y la fidelidad a su programa de campaña. Al parecer lo está logrando, si se observa la lista de Ministros que ha anunciado hasta la fecha, un gabinete de hombres y mujeres de origen político diverso, con experiencia en asuntos de Estado y con conocimiento muy profundo de las carteras a su cargo.

El 7 de agosto el país abrió un nuevo capítulo de su historia política y social. No son pocos ni menores los retos que enfrenta el nuevo gobierno. Va a encontrar un Estado totalmente desfinanciado y deficitario, con altos niveles de corrupción en su funcionamiento; una oposición política que hará hasta lo imposible para impedir que Petro corone con éxito su intención de cambio; el descontento de varios sectores del empresariado que van a ver afectados sus privilegios con la reforma tributaria y otras medidas de política económica y social; sobre todo, una enorme expectativa de quienes votaron por el cambio y esperan verse beneficiados con las nuevas políticas públicas en los próximos cuatro años.

También tendrá Petro importantes retos en su manera de administrar lo público. Durante su ejercicio como Alcalde de Bogotá, hubo críticas a su arrogancia, su escasa capacidad para escuchar a personas y grupos diferentes a su círculo de amistades y de confianza, así como su poca afinidad con procesos de participación ciudadana a través de lógicas institucionales. El nuevo presidente tendrá que modificar ese talante y abrirse al diálogo y a la deliberación con diferentes actores nacionales y territoriales. El Acuerdo Nacional, aunque es un acuerdo entre cúpulas políticas, es un primer paso, y el anuncio de diálogos territoriales vinculantes, un segundo. En tal sentido, los cien primeros días de gobierno serán claves para saber si habrá obtenido algunas victorias tempranas y si, además, muestra un ánimo diferente, más democrático, en el manejo de los asuntos públicos.

Petro inicia su mandato con altos niveles de aceptación y un capital político no despreciable. Seguramente habrá un desgaste con el paso de los días y con la aprobación de reformas que pisarán callos y producirán algunas expresiones de descontento. La pregunta es si, a pesar de ese desgaste, mantendrá altos los niveles de aprobación a lo largo de su mandato y si podrá preparar el camino para la permanencia de la izquierda en el poder en el futuro.

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