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Cultura

Imago populi. El pueblo en el cine peruano

Imago populi. El pueblo en el cine peruano
Willaq Pirqa, producción de Jedy Ortega.

Uno de las principales condicionantes en la representación de lo popular- el pueblo en la cultura visual del país se relaciona con el déficit de estatus político y económico de las regiones frente a la capital y de lo indígena frente a la homogeneización cultural. Sobre todo la televisión ha contribuido a la ridiculización, a la deformidad folklorista o abiertamente discriminatoria del pueblo, lo popular, lo provinciano y lo indígena, a su tipificación como un motivo más de lo ignorante, lo domesticado y hasta bestializado. ¿Cómo se ha dado esta representación, en cambio, en el cine?

El término pueblo puede aludir tanto a grupos y vínculos humanos concretos dentro de las sociedades, tanto como al significado de lo popular y su representación. Para comprender la representación del pueblo en el cine peruano es necesario tener en cuenta las interconexiones entre comunidad, etnia y colectividad en los procesos históricos y políticos que se han sucedido en nuestro país, como la colonización, el latifundismo, la emancipación, el centralismo y las recurrentes dictaduras, así como la violencia política y la globalización.

Consideremos un primer grupo de películas que nos acercan a lo indígena y campesino, que se realizan en la profundidad de la provincia, que vuelcan la mirada no tanto hacia la percepción individual, sino a lo comunal, conjuntamente con la territorialidad política en la que se sitúan. Películas como Kukuli (1961), Allpa’Kallpa, la fuerza de la tierra (1975), Kuntur Wachana (1977), Tupac Amaru (1984), Yawar Fiesta (1986), Todas las sangres (1988), muy ligadas a la Escuela Cuzqueña de cine, representan lo popular en la trascendencia de lo andino, ahondando en el lugar de la enunciación, el compromiso con la tierra y el deber colectivo de la sangre y la etnicidad.

Tomemos, de otro lado, las películas del último tercio del siglo pasado, con un claro foco urbano y realista, como Cuentos inmorales (1978), Maruja en el Infierno (1983), Gregorio (1984), Juliana (1989), Alias la Gringa (1991), Todos somos estrellas (1993), No se lo digas a nadie (1998), Ciudad de M (2000). En todas ellas estamos frente a la dolencia de sujetos en pugna con su realidad, tratando de posicionarse frente a la alienación, a lo inhóspito, a la marginalidad, la violencia o la desigualdad, cuando no a la miseria humana. Se trata de filmes que representan el malestar de individuos en lucha por el sustento material, en medio de la precariedad moral y la fragmentación característica de la urbe, donde no se consigue resolver ni el conflicto social ni el individual.

Más recientemente, con la diversificación del acceso a la imagen, contamos con otro grupo de filmes, que auscultan la realidad sin pasar por la capital: La hija de la laguna (2015), Wiñay Pacha (2017), Retablo (2017), Mataindidios (2017), Samichay (2021), Manco Cápac (2020). Se trata de propuestas que se inclinan a cierto simbolismo y posan la mirada sobre la ritualidad, refrescando hasta cierto punto el motivo de lo andino, aunque con algunas trazas de estereotipo en la presentación de lo indígena y de los provincianos, en particular con el recurso de clichés, personajes bucólicos, seres irreflexivos o bajo el matiz de ser los comediantes de su propia tragedia personal. Si bien en algunos casos se recae en el tropo de la tragicomedia, ello aparece también en la búsqueda de una especie de denuncia coral: el frenesí del carnaval como síntesis del dolor, la resistencia étnica frente a lo occidental.

Como vemos, se ha dado un desplazamiento. El foco ya no es tanto el problema de la identidad dentro de un tejido capitalino, el individuo en la metrópoli, el drama del sujeto que nos transmite su malestar y fracaso como homo civitas. Las producciones más recientes muestran las posibilidades de recuperar una representación de la identidad partiendo de paisajes culturales, cosmovisiones, geografía, simbología e idioma. Profundizar en esa ruta podría contribuir a una representación más vital y orgánica de pueblo - los pueblos, a un imago populi en un sentido de soberanía, no realizado desde un creador ajeno, sino a una creación desde la propia lengua y espacio, en la que el mismo pueblo acceda a una imagen y a una figuración de su actuar.

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En gratitud a la señora Elena Palomino de Sulca