Imágenes de una Lima sin filtros
Sobre Pixelandia, de Carlos Troncoso
En 1839 Louis Daguerre inventó la técnica fotográfica en Francia; sólo tres años después, en 1842, se tienen noticias de la llegada del primer daguerrotipo al puerto del Callao, traído por el fotógrafo europeo Maximiliano Danti. Y aunque muy pronto se tuvo la posibilidad de realizar fotografías a color, la historia de la fotografía en el Perú, tanto artística como documental, ha recorrido un camino en el que el formato monócromo, sea en blanco y negro o en sepia, mantuvo una predominancia que prevaleció durante varias décadas. Sin embargo, el siglo XXI trajo consigo una era digital en la que capturar y editar los colores, incluso llegando a obtener cromatismos ficticios, se hizo posible no sólo para los profesionales en esta técnica, sino también para el habitante de a pie, con una cámara amateur.
Pero, ¿qué relación tiene esta historia –contada a grandes rasgos– con las fotografías publicadas en el libro Pixelandia de Carlos Troncoso? Una primera impresión, que se percibe, es que las imágenes de este libro exploran precisamente un universo que relaciona y superposiciona ambos formatos: el monócromo y el a color. Aunque en el caso de Pixelandia, el monócromo no ha sido utilizado como técnica (porque evidentemente se trata de fotografías tomadas a color), sí se percibe la característica ausencia de color, propia de la sombría ciudad de Lima. Existen, en estas imágenes, ya sea a modo de fondo o de primeros planos, bloques monócromos, que están dados por los paisajes –tanto urbanos, como naturales– de esta ciudad; encontrados en el gris del cielo de invierno o en el infinito naranja de los atardeceres, los sepias de los cerros o los ocres de las construcciones inconclusas.
Sobre esta monocromía se yuxtaponen vibrantes esbozos de color compuestos por los tonos intensos de las panelerías publicitarías, las fachadas con acabados satinados o los microbuses multicolores. El lente de Carlos Troncoso nos muestra un catálogo de imágenes que todo habitante limeño reconocería, imágenes de una ciudad que intenta –casi forzadamente–, insertar color dentro de un entorno históricamente velado. Aquellas instantáneas representan la propia emotividad de Lima o, más acertadamente, de sus habitantes, que, especialmente en estos últimos años, hemos estado sumidos en conflictos que nos mantienen en un estado que, por un lado, nos arrastra al desaliento, y por otro , nos recuerda esa necesidad tan humana de mantener una esperanza que nos haga, si no vivir, sobrevivir en este caos.
Las imágenes de Pixelandia son una intención –claro está, con mucha ironía y crítica de por medio–, de mostrarnos tal como somos, un retrato de la ciudad y de nuestra personalidad como capital de un país disgregado; finalmente, una ciudad no sólo son coordenadas geográficas, sino también se trata de una serie de constructos dados por el conglomerado de personas que moramos en ella. En este momento, siglo XXI, 2023, donde vivimos en un boom por convertirnos en seres “bellos” (belleza entendida como una invención para posicionar estándares que dicta la hegemonía), donde no sólo queremos ser personas instagrameables, sino también mostrar que los lugares que fotografiamos son, como llaman en el argot digital: aesthetic; los filtros ya no sólo modifican nuestros rostros, sino también los espacios que visitamos o habitamos. Frente a esta avalancha de “belleza”, detenernos a observar las fotografías de Carlos Toncoso resulta refrescante, logrando sus imágenes salirse de la norma y mostrándonos la ciudad de Lima con el hiperrealismo que nuestros ojos la ven, sin este disforzamiento por intentar darle efectos que no tiene.
Si bien una fotografía captura un instante, una fracción de un segundo, las fotografías de Pixelandia amplían ese mínimo lapso, narran amplios discursos que extienden el momento de aquellas capturas, y que, seguramente, cuando estas imágenes llegan al observador, traen a la memoria múltiples historias y vivencias propias, recuerdos, no necesaria u obligatoriamente felices, de esta ciudad. Esa fracción de un segundo capturada por un obturador, se convierte en una narración, sin palabras de por medio, que requiere un tiempo de reflexión para procesar.
Aunque estas fotografías nos muestran varios ejes temáticos, vale la pena mencionar aquellos que resaltan la idea de nuestra ciudad. En principio, uno de los hilos conductores entre imagen e imagen, es el vacío, mostrado a través de fotografías en donde una gran armatoste se ha empotrado, imponente, en medio de la urbe, pero este gran bloque no contiene nada... sostiene una carencia. Esto nos lleva a pensar en conceptos más existenciales del vacío, nos lleva, a la vez, a concientizarnos sobre el espíritu de la ciudad de Lima, que nos evoca nostalgia y melancolía, sensaciones que resultan de un cúmulo de acontecimientos que en los últimos días, meses, años, aletargan el día a día de muchos limeños.
El segundo eje que resalta, es el contraste entre las imágenes publicitarias y la realidad, asumido como parte de la crítica de Carlos Troncoso hacia una publicidad de lo “bello”, es decir, al enfoque de una promoción excesiva de ciertos ideales estéticos impuestos, y que tienen que ver más con las formas hegemónico-occidentales, que con las personas latinoamericanas (o una mayoría de éstas); ampliamente se ha debatido que ésto genera efectos negativos en la autoestima, la salud mental y la percepción de la belleza y el valor personal. Además de contribuir a una cultura de consumismo y superficialidad que nos aleja de lo humano y está muy relacionada con el primer eje mencionado: el vacío.
Bajo esta perspectiva, nos encontramos frente a un arte crítico y lo interesante es que no es hermético o críptico. Carlos se vale de un lenguaje directo, pero cargado de mofa, porque estas fotografías no sólo muestran la publicidad per se, sino cómo está inserta en la ciudad, interactuando con casas, edificios y personas “reales”, gente que muchas veces está afuera, en la periferia de los estándares hegemónicos.
El tercer eje temático es “el atrás”. Si bien los paneles publicitarios que se nos presentan variopintos en las calles de Lima, ostentan fotografías o diseños que aluden, nuevamente, al constructo de lo “bello”, las fotografías de Pixelandia nos muestran el otro lado de estas imágenes, capturando, más bien, las partes traseras de estos paneles. Esto nos invita a cuestionar el otro lado de aquello que se nos ofrece como “bello”, llevándonos a reflexionar: ¿qué hay detrás de una ciudad que quiere aparentar belleza? Y las respuestas son variadas; en algunos casos no hay nada, otras veces hay personas trabajadoras que sostienen este imaginario ficticio, otras, un “mapa de bits”, parafraseando al mismo Carlos, configurado por retazos de paneles frágiles que quizá nos arrastran a recordar la infame falsa fachada de la Universidad Privada Telesup, seguramente conocida por muchos, y a partir de la cual concluimos que nuestro sistema educativo, político, cultural, económico, no es más que un cascarón, vulnerable, débil, que en cualquier momento se desmorona. Todo esto, a pesar del lenguaje irónico, que muchas veces podría arrancarnos una sonrisa, es una denuncia de una problemática social y una invitación a reflexionar y a cuestionar las normas establecidas, así como a difundir diversas voces e identidades que se quieren mantener ocultas y son, en realidad, el verdadero soporte de esta ciudad.
Aunque se han revisado algunos conceptos –quizás los que se manifiestan de modo evidente–, hay muchos otros que quedan pendientes, y es que cada fotografía tiene un discurso propio y a cada lector-observador lo remite a sentimientos de su propia relación con la ciudad. Esta breve revisión a las fotografías de Pixelandia es un llamado y una invitación a explorar un panorama de la realidad de Lima.