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Pueblo muerto

Sobre Al servicio del pueblo. Arte, política y revolución en el Perú [1977-1992], de Mijail Mitrovic.

Pueblo muerto
Taller Editorial La Balanza

“Todo acto o voz genial viene del pueblo y va hacia él” es uno de los más citados pasajes de la poesía de Vallejo. Por su tono sentencioso, en su intenso uso popular este verso se ha independizado no sólo del poema del que hace parte (el Himno a los voluntarios de la República), sino de la figura misma y del razonamiento que compone: “Todo acto o voz genial viene del pueblo y va hacia él/ de frente o transmitido por incesantes briznas, por el humo rosado de amargas contraseñas sin fortuna”. Aunque el pueblo sea declarado punto de partida y de llegada, que el camino sea directo es sólo una posibilidad, entre otras.

Los artefactos estudiados en “Al servicio del pueblo” cumplen su trayectoria del lado azaroso e incierto, una transmisión cultural signada por soportes precarios y señales ambiguas. La investigación de Mijail Mitrovic sigue la historia material de una serie de imágenes impresas bajo diversas técnicas, textos codificados como poesía y textos dramatúrgicos —escenificados o en soporte texto-visual—, que fueron producidos y circulados como “objetos prácticos” (p. 11) en el marco de movilizaciones partidarias y políticas, entre fines de la década del setenta e inicios de la década del noventa.

El período estudiado, entre el paro nacional del 19 de julio de 1977 y el golpe del 5 de abril de 1992, puede entenderse como un movimiento de placas: desde las energías sociales acumuladas a lo largo del período reformista y desatadas en el paro, a la imposibilidad de su conversión en poder, su latencia como fuerza electoral en una democracia conviviente con la guerra interna y, finalmente, su deriva entre las olas del mercado y la política de la pacificación. A estas energías sociales, primero liberadas, luego obturadas, podemos llamarlas pueblo. Las preguntas clave serán quién, qué y cómo se presentan las mismas en los artefactos, desde su material, su lugar social, su eje organizativo y, en particular, desde las trazas de la realidad que cada artefacto figura.

Lo que el libro se propone entonces, es guiarnos en los procesos productivos que se vislumbran en los artefactos creados por artistas vinculados, sobre todo, a la llamada nueva izquierda, como una muestra de que fueron posibles respuestas distintas a un mismo mandato: servir al pueblo, la consigna de Mao que impregnó a las militancias y sus periferias, y que se volvería parte del juego de posicionamientos en la producción artística y cultural de la época.

Aquí un énfasis necesario. Otra forma de decir que hubo respuestas distintas al mandato de “servir al pueblo”, es decir que la forma de la respuesta, —sobre todo su forma técnica, estética o estilística— no tiene necesidad histórica. Es hija de la voluntad: una voluntad que se resuelve en la conjunción entre el acceso a los medios técnicos, la destreza, la creatividad y el traslado de la línea partidaria o la lectura de la demanda popular, en una situación concreta. En este relato, el artista —y su entorno en el proceso de producción— desplaza al ideólogo, al dirigente o al intelectual, en tanto personajes que usualmente se consideran centrales en la forma convencional de historizar la política, y desplaza también al testimonio de las bases como la forma preferente (¿indulgente?) de contestar esa convención. Bajo esta luz, documentos partidarios, volantes, cuadernos, afiches, carátulas, se nos revelan orgánicos, actuantes, lejos del carácter instrumental, de accesorio de la línea política, a veces casi de decorado, en el que muchas lecturas o memorias les aprisionan.

De otro lado, Servir al pueblo contiene una propuesta para leer y problematizar la aparición del pueblo como parte del repertorio visual de la izquierda. La tarea se aborda mediante una operación de ida y vuelta entre el archivo, el hecho histórico, y hasta donde ha sido posible, el dato biográfico. Las trazas de realidad en cada proyecto son organizadas por Mitrovic en tres grandes vertientes: realismo coyuntural, realismo militarista y realismo crítico, con sus momentos de convivencia y sus vasos vinculantes.

Al respecto, tengo una inquietud sobre cómo los realismos presentados por el autor prolongan o atenúan apariciones previas del pueblo en la cultura material y en la materia cultural peruana. Puedo plantear esta inquietud, quizá, como una agenda de investigación sobre un mismo paisaje visual. Es una sensación: en el tiempo visitado por el libro, el trabajo declina de la representación, casi desaparece del paisaje. Me explico.

Cual sea la variante del realismo de izquierda que repasemos, el trabajo como hecho a representar, está varios planos atrás, sino ausente. Por supuesto que hay índices de ese trabajo en toda la gráfica visitada: el casco del minero, la hoz de la campesina, herramientas o complementos que forman parte del repertorio gráfico de identificación clasista de las y los sujetos. Son una forma de aparición de trabajo como identidad, pero no en su calidad de metabolismo entre el sujeto pueblo y la naturaleza, y no una naturaleza teórica, sino una concreta, que le vincule al espacio nacional peruano y sus recursos.

Para hacer contraste, el proyecto visual velasquista relaciona, por razones obvias, tierra y campesino, obrero petrolero y amazonía, pescador y mar; también el muralismo (del Estado desarrollista) de los años cincuenta, aunque fuera de los marcos estrictamente clasistas, relaciona el despliegue físico en la actividad extractiva con el territorio nacional, y por esa vía con una imagen nacional que tiene como protagonista al pueblo trabajador. La sensación, en el tiempo explorado en el libro, es la de una dificultad para encontrar o elaborar un pueblo que pueda ser representado como parte de una escena nacional. Es inquietante que la reaparición del trabajo se dé ya inscrita en la disputa ideológica (“La explosión, un nuevo mito”, capítulo 5) por enmarcar la experiencia del trabajador de calle, ambulante, autoempleado, cuya génesis es bien su desgaje de la economía campesina, bien su expulsión del mundo fabril, la imposibilidad de integrar la empleocracia o simplemente la desaparición del empleo asalariado dependiente mismo como forma social.

Una última inquietud tiene que ver con la idea de masa, que afecta en particular a una de las vertientes del realismo que explora el autor, correspondiente sobre todo a la imaginería senderista (Inflamar a las masas, capítulo 6). En este realismo militarista, que ha estrechado las luchas populares hasta proponer una equivalencia entre éstas y la guerra popular conducida por el Partido, se pone en marcha un cambio de la direccionalidad del servicio, si se quiere, una inversión del servicio, al colocar a las masas al servicio de los combatientes (p. 246). Aquí creo que se hace necesario advertir los matices entre la noción de pueblo y la de masas, y en particular, trabajar más sobre la forma operativa que adquirió para el PCP-SL la noción de masa: no sólo aquello que no es el partido, sino aquello que eventualmente pierde estatuto de pueblo si no se articula al esfuerzo de la autodenominada guerra popular.

Finalmente, otra vía de reflexión, que identifico como prolongación del esfuerzo de investigación que presenta Mitrovic, tiene que ver con la noción de pueblo muerto con la que titulo este comentario (el autor no usa esta denominación), y que podemos vincular al realismo crítico que él encuentra en la extracción de imágenes de muerte de la saturada cobertura informativa del conflicto armado y su devolución como artefactos o montajes que combinaban alegoría y denuncia, una práctica característica del Taller NN y de artistas como Sergio Zevallos, Herbert Rodríguez o Alfredo Márquez. Bien visto, estas imágenes de muerte indican también un cambio de signo en la representación del cuerpo humano como encarnación del pueblo. Algo nos dice el paso del cuerpo vivo al cuerpo muerto, algo más radical que el paso del cuerpo afirmativo o realzado del trabajador al cuerpo tenso y postergado de la víctima, por hablar de dos formas de representación del sujeto popular desde la izquierda, que son atendidas en este libro. En el cuerpo muerto no hay ya experiencia a la que articularse, quizá sólo un regreso a antiguas formas de confrontar al poder y a la violencia desde lo funerario, una posibilidad, desgraciadamente abierta en el Perú de hoy.

Desaparición del trabajo y aparición de la muerte, entonces, podrían ser dos rutas para continuar la exploración entre arte, política y revolución, además de las que están explícitas como propuestas en el libro, que tienen que ver con revisitar la categoría pueblo y con reconectarnos con aquella historia militante que, junto a las imágenes y su memoria, ha querido ser borrada de nuestra experiencia social.

Al servicio del pueblo. Arte, política y revolución en el Perú [1977-1992], de Mijail Mitrovic. Magnitudes. Colección de ensayos. La Balanza Taller Editorial 2023.

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