La edad ligera de Mariela Dreyfus

No es usual que la poesía sobrepase los márgenes de la lírica para adentrarse en historias que narran vidas: en el Perú tenemos a poetas como Antonio Cisneros y su Crónica del niño Jesús de Chilca (1981) que organiza una estructura narrativa de los pescadores y marineros de los mares del sur de Lima, sus ballenas varadas sin agonía y sus esperanzas en una fe precaria. Por otro lado, tenemos la poesía histórica y memorialista de Tulio Mora y su monumental Cementerio General (1989). Estos grandes libros obedecen a un estilo narrativo que, a la manera de las crónicas tradicionales, hacen referencias de lugares, hechos, héroes y momentos históricos que marcan hitos en la peruanidad.
Sin embargo, antes de este libro de Mariela Dreyfus, no teníamos una poesía que sin romper con un estilo tradicionalmente lírico y sensible en sí mismo, narre fluidamente la educación sentimental de una gavilla de jóvenes que, durante los años ochenta del Perú, salen del cascarón para arriesgarse a la libertad total. No se trata de los grandes hitos en la historia del Perú, sino de los pequeños miedos, de las minúsculas vacilaciones, de las ideas que como hormigas enanas van circulando de un espacio a otro, sin parar. Esa acción aparentemente iconoclasta, en realidad, era una resistencia a los tiempos de la violencia, la migración y el desplazamiento interno, los cochebombas y la despiadada guadaña dejando sangre en el campo y la ciudad. Dejar que la propia poesía, con sus sinalefas y encadenamientos, pueda inyectarnos la sensibilidad de ese entonces es un acto de riesgo y valentía.
El libro contiene 63 poemas que van organizando una historia poderosa de amistad, amor y odios que se enhebra con la historia de una ciudad de Lima invadida de migraciones múltiples, actos terroristas, artistas descalabrados, humedad y sexo en las esquinas, huidas a través de la literatura y la imaginación. Lima no es solo el escenario: es la protagonista, esa ciudad que se ama o se aborrece, para decirlo en términos varelianos. Por eso el libro se inicia con una sentencia que es una lengua de fuego: “El lugar del amor es el lugar del dolor” (p. 11). Esa puerta se abre y vemos la presentación de los personajes: Siena, la joven mujer que combate la desidia con sus tacones altos y uñas nacaradas; Roy, el poeta que recoge las miradas y las vuelve memorias; Gonzalo, el galán-punk, otro estudiante sanmarquino, como la mayoría de los protagonistas de estas líneas, combate la vida con “marimba y tolas”; David, el alucinado, que ”arrastra bibliotecas” a su paso por la Plaza San Martín; Pomar, el artista plástico que ”no pinta barcos/ le gusta más bien encallar en los bares…” (p.17); el flautista Alberto que con armonías andinas va calibrando el camino de las ratas de la ciudad, precisamente, “Alberto dientes que morderían el talón de una reina/ nos enseña a orar al nuevo padre a declarar la nueva/ nunca descubierta libertad” (p.16).
Este grupo de estudiantes que se imaginan escritores, poetas, artistas, pendencieros, en realidad son sobrevivientes. La violencia del país lo envuelve todo y se encuentra retratada en poemas como el N.23 que se refiere a un bebito desaparecido al que solo se le encuentra un ropón amarillo, y al que “le brotan unas alas telarañas” (p.38). La decadencia es tan profunda que ni siquiera los muertitos tienen alas, ni alma, solo ropones amarillos escarchados por la sangre. La referencia a las fosas clandestinas, a la masacre de cadáveres de huesos pequeños, al asesinato de varios periodistas en Uchuraccay, a la decadencia de una sociedad oscurecida por la violencia, es precisamente ese combustible que apura a los estudiantes a ser errabundos como si fueran un wanderlustige geist saliendo de la torre de cristal en Tübingen a finales del siglo XVIII.
En realidad, los protagonistas de La edad ligera son estudiantes que no estudian, pero asisten a la Biblioteca Nacional, fuman yerba en los parques, se aprestan a poguear en las discotecas y se aprietan entre sí para entender si los cuerpos tienen o no límites. Los versos en encabalgamientos feroces no pueden ponerle bridas a estas historias de descubrimiento pero también de vergüenza y lucidez: “violaban a las muchachas a las mujeres/ detrás del pastizal el último reducto de/ la letra es esta zeta de zorra que les lanzan/ a las muchachas a las mujeres sus lenguas/ rotas zarandeadas amor entre nosotros…” (p.75).
La ambigüedad de la sexualidad también está presente en esta crónica: los bailes entre todos, la música orgiástica, el poliamor que al parecer es un descubrimiento de este siglo, a finales de los años ochenta del siglo anterior también tenía su rol entre los jóvenes: Siena y la voz poética, la otra muchacha que es también “su doble”, se ajustan las caderas y en esa mezcolanza es posible entender que unas contra otras frente a otros, o de espaldas, giran en un repliegue de sexos “Siena tiembla en la noche si es/ conmigo si es con otros también/ polivalente…” (p.53).
A partir del Poema 43 se suceden varios que configuran una serie erótica o amorosa, en el que la capacidad dialógica del lenguaje es la principal característica de esa dualidad amatoria, con un amante anónimo que no se dice, exactamente, si forma o no forma parte de “las siete siluetas siete chaquetas” (p.56) de la pandilla. Considero que el Poema 45 puede ser el mejor de todo el libro: insolente, desaprensivo, recorriendo la nostalgia de la memoria, pero también, las dubitaciones del amor frente al mar de La Herradura, precisamente esa referencia presente en la poesía de Luis Hernández, otro ícono mencionado en el texto. Nuevamente en la poesía de Dreyfus el mar se convierte en un magma que espera las emociones de los cuerpos y que permite huir de la realidad, del país, de la violencia y flotar por encima de “la ciudad en silencio sitiada por los tanques” (p.60).
Algunos que conocen la trayectoria de Mariela Dreyfus buscarán encontrar en este conjunto de poesía una parte de la historia de Kloaka; la foto de la carátula plantea, de alguna manera, esa pista: el famoso retrato del año 1983 publicado en la Revista Gente que, en esta ocasión, son solo siluetas alrededor del viejo carro abandonado y una sola reconocible: la autora. Sin duda esa pista es parte esencial también de la propuesta literaria del libro. Y quizás algunos lectores o lectoras intentarán encontrar quién es quién en este juego de máscaras. No dudo que tiene cierto sentido.
Sin embargo, desde su conjunto y planteando una mirada de largo aliento tras la publicación de Gravedad, (Artepoética Press, USA, 2017) la poesía reunida de la autora, la propuesta de La edad ligera se yergue sobre la pura anécdota para integrarse en una idea de lo que es la poesía: una totalidad. ¿Es posible hacer crónicas en verso o una novela en poesía? La respuesta es rotunda: por supuesto. La forma del lenguaje poético permite, en su ductilidad, múltiples usos que hemos dejado a la vera del camino, olvidándonos, por ejemplo, de las posibilidades múltiples de la ironía, la burla, el sarcasmo y la diatriba en poesía. La autora, además de publicar ensayos, aún no ha experimentado en otros géneros como el cuento, la narrativa o los guiones, pero por su recorrido y su apuesta, ha navegado con esta obra por una nueva perspectiva del lenguaje en la memoria de los años más duros del último siglo peruano: “El lenguaje se/ diluye se contamina de lo que brota/ adentro confesar es/ un acto de supervivencia” (p.47). Los poemas de los sobrevivientes, a pesar de que muchos quedaron en el camino, son una alegoría a las alas abiertas que nos dejó esa actitud iconoclasta de la década de los ochenta. Ahora, a volar.
“La edad ligera, novela en poesía”, de Mariela Dreyfus. Peisa, 2023.