Un gran desorden
El mundo unipolar ha llegado a su fin. La globalización capitalista ha tocado techo. La humanidad vive un momento de cambio, en el que se juega si el mundo que hemos construido se queda en manos de unos pocos o más bien nos pertenece a todos.

Ilustrador: Ivo Urrunaga Cosmópolis
CONTENIDO
PRESENTACIÓN
“El poder es esencialmente jerárquico y conflictivo, y su disputa implica una competencia permanente por más poder y por la conquista del control monopolístico de las condiciones más favorables para la expansión de ese poder”. Estas palabras del profesor José Luis Fiori resumen lo que está sucediendo en el mundo: una lucha descarnada no solo por el poder sino también por tener más poder. Así, las guerras no terminan sino más bien continúan bajo otro formato y hasta incluso con otros actores.
Al concluir la llamada segunda guerra mundial en agosto de 1945 comenzó otra guerra, la “guerra fría”. Se trató de un enfrentamiento ideológico, político y hasta militar entre las dos potencias ganadoras y en la cual cada una de ellas buscaba crear, como bien dice Fiori, “condiciones más favorables para la expansión de ese poder”. Las más claras expresiones de ello fueron, por un lado, una permanente carrera armamentista —que bien pudo terminar con la humanidad por la aparición de las armas nucleares— y, por otro lado, el surgimiento de acuerdos militares y la presencia de tropas extranjeras para asegurar la lealtad y el control político de eventuales nuevos aliados. Bajo este esquema y para acumular y expandir poder, promovieron golpes de Estado, invasiones y guerras.
Terminada la “guerra fría” como consecuencia del fin y derrota del comunismo en la Unión Soviética y en los países de la llamada Europa Oriental en 1991, EE.UU. se convirtió en el hegemón del sistema internacional. Ello comenzó con el bombardeo por parte de la OTAN a Yugoslavia —que en ese trance desapareció como país— y se prolongó con la progresiva incorporación de los antiguos aliados de la Unión Soviética a la OTAN, teniendo como hito el golpe de Estado promovido por EE.UU. el 2014 en Ucrania, acciones destinadas a cercar y reducir a Rusia y convertirla en una potencia intermedia en un mundo unipolar regido y militarizado por EE.UU., que con el tiempo llegó a instalar más de 700 bases militares en más de 80 países, incluidos Alemania, Japón o Corea, por nombrar a los tres que cuentan con más presencia militar estadunidense. Era el triunfo final de Occidente.
Sin embargo, ese momento unipolar norteamericano duró poco. Como afirma Manolo Monereo, el orden internacional posterior a la Segunda Guerra Mundial concluyó con la desintegración de la Unión Soviética y la disolución del Pacto de Varsovia. Lo que tenemos ahora en cambio, es el fin del Orden Internacional impuesto por los EE.UU. desde 1991. Para Monereo, ese orden expresaba una correlación de fuerzas basada en normas definidas, interpretadas y aplicadas por el “soberano” victorioso sobre el “Imperio del Mal”.
Es ese momento unipolar el que hoy colapsa. La inoperancia de las Naciones Unidas, la derrota de EE.UU. y Europa en la guerra entre Ucrania y Rusia o el genocidio al pueblo palestino perpetrado por el gobierno de Israel, con apoyo militar de EE.UU. y Europa son hechos que dan cuenta de ello. El colapso se refleja además en la crisis de la democracia liberal tanto en los países centrales como periféricos, en una sociedad que acepta política y electoralmente a una ultraderecha internacional cercana al fascismo, enemigos de la migración, de la globalización y del libre comercio cercanas a las políticas proteccionistas cuyas elites, sobre todo las europeas, miran el rearme como una solución a sus impasses económicos, políticos y culturales.
Lo que vemos es el fin de la globalización capitalista: la guerra de aranceles que afecta a más de cien países, entre ellos al nuestro, es el mejor ejemplo de la dimensión global de la pelea. A todo ello se suman los abiertos desacuerdos por parte de los países que integran los BRICS frente a una globalización que beneficia a unos pocos, el reciente e inesperado acuerdo entre China, Japón y Corea del Sur, y finalmente la emergencia de China como una potencia capaz de arrebatarle a EE.UU. el liderazgo del mundo en lo económico, tecnológico y geopolítico. La humanidad vive un momento de cambio donde se juega si el mundo que hemos construido es de unos pocos o si más bien es de muchos.
Abrimos este número con la sección Internacional, con textos que reflexionan sobre la llegada de una nueva época, sobre las siempre conflictivas relaciones entre EE.UU. y América Latina y una entrevista al economista Oscar Ugarteche, además de artículos sobre el genocidio palestino y la crisis en Argentina. Entre los temas locales iniciamos la publicación de artículos que reflexionan sobre el legado del fujimorismo tras la muerte de Alberto Fujimori en 2024, y damos un lugar a la problematización de las encuestas electorales, algo que irá cobrando mayor importancia en este año pre electoral. Incluimos un vistazo a la problemática del flamante Puerto de Chancay y una breve sección dedicada al significado del bicentenario de la batalla de Ayacucho.
Abrimos la sección cultura con un ensayo sobre la noción de la muerte tras la experiencia de la pandemia de COVID-19 y otro sobre la utopía como método en la obra de Fredric Jameson, uno de los grandes intelectuales contemporáneos, fallecido en septiembre pasado. Completan la sección un texto sobre la representación de las luchas de la izquierda política en la obra de Pancho Adrianzén, y en el frente musical, reflexiones sobre el devenir de géneros como la cumbia y el rock.
Como siempre agradecemos a todas las personas que han colaborado de manera entusiasta en este número, y también a quienes hacen posible con su trabajo la publicación de la revista. Los artículos que publicamos en este número son un aporte para incentivar un debate público. La profunda crisis que hoy vive nuestro país marca ciertamente la urgencia de tal debate.
Alberto Adrianzén M.
Director
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