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Internacional

Medio Oriente: Miedo e incertidumbre en un Levante ensangrentado

Medio Oriente: Miedo e incertidumbre en un Levante ensangrentado
@ianhutchinson92 | uclpimedia.com

Aunque el liderazgo occidental, encabezado por EE.UU. y las potencias europeas se presenta ante el mundo como garante de la democracia, de los derechos y las libertades, las asignaturas pendientes y el doble rasero son notables. Con el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca, EE.UU. asume e impone un nuevo relato racista, totalitario y eugenésico que desconcierta y asusta. Pero no nos engañemos: Trump es el síntoma y no la causa. Nada empieza hoy: así lo demuestra el crecimiento constante de las derechas extremas —con la tácita venia de las derechas neoliberales— en la última década, tanto en Europa como en otros países del mundo. En el presente artículo intentaremos analizar sucintamente la situación de Medio Oriente a la luz de este nuevo orden internacional.

El laboratorio palestino

Tras una guerra sangrienta que ha costado la vida a más de 47 mil palestinos —más de 70 mil según algunas fuentes— y la destrucción casi total de las viviendas e infraestructuras gazatíes, sin contar el cerca de millar de muertos en la Cisjordania ocupada, Israel accede a firmar un acuerdo de tregua. Como señala Amos Harel1 este acuerdo esencialmente recoge los términos ya planteados por el Joe Biden en mayo de 2024. Según Harel, el demócrata, hastiado por los bloqueos constantes de Israel, se permitió en mayo la audacia de anunciar un acuerdo de cese del fuego, a cambio de la entrega de rehenes. Netanyahu negó la existencia de tal acuerdo porque el ala derecha de su gobierno, integrada por partidos integristas religiosos, lo amenazó con retirarle el apoyo. Sin embargo, miembros de la escuálida oposición israelí, aseguran que era el propio Netanyahu quien saboteaba la negociación para permanecer en el poder y evitar así los tres juicios pendientes por corrupción que lo acechan. Finalmente, el acuerdo firmado en vísperas de la toma de poder de Donald Trump es casi idéntico al que presentara Biden y le permitió al jefe máximo de la Casa Blanca aparentar que cumplía sus promesas electorales y ponía fin a la guerra en Gaza. Nada más falso.

Se trata de un acuerdo extremadamente frágil. En total sólo se ha logrado liberar a una parte de los 251 rehenes y unos 33 están muertos como consecuencia de los bombardeos del propio ejército israelí. En cuanto a Hamas, difícilmente una ideología se derrota con bombas. En la liberación de las primeras siete rehenes, las brigadas Al Qassam montaron una efectista ceremonia en la que aparecían las jóvenes en buen estado físico, portando bolsas con las siglas de la brigada, rodeadas de brigadistas perfectamente uniformados, con pasamontañas y portando ametralladoras. El mensaje es “Hamas sigue de pie”.

No se trata de una visión optimista: se ha golpeado fuerte a la dirección de Hamas, sus principales líderes fueron asesinados o murieron en combate, pero la organización está lejos de haber desaparecido. A la par, esta se ha hecho fuerte en la Cisjordania ocupada, en parte gracias a la vergonzosa actitud de la Autoridad Palestina que, a pedido de Israel, no ha dudado en reprimir a los suyos en ciudades como Yenin, Tulkarem y en la propia Ramala, así como en dar carta blanca para los colonos en la región.

Nadie puede negar sin embargo que Hamas y sus aliados están debilitados. Los golpes militares contra Hezbollah, la milicia chií en el sur del Líbano, la caída del régimen de Al-Assad en Siria, el debilitamiento de Irán —otro de los objetivos militares y económicos de Trump—, hacen imposible la solución de los “dos Estados, uno al lado del otro” como establecen los Acuerdos de Oslo.

Por ello, lo que ocurra en Gaza —y en otro sentido en Ucrania— es una suerte de laboratorio de política internacional en el que las reglas hasta ahora conocidas, vinculadas esencialmente a los intereses geoestratégicos de los Estados, han volado por los aires. En un planeta con más de 8 mil millones de habitantes, se desarrolla una competencia por el control de recursos naturales y espacios de mercado. Todo se puede comprar, y atrapados entre la presión y el chantaje, los países con menos poder se ven obligados a renunciar a principios y lealtades.

Está claro que Europa y los países occidentales no tienen, y nunca tuvieron, la menor intención de establecer frente a Israel ninguna forma de bloqueo económico o comercial para contener sus ímpetus bélicos. Por el contrario, ni siquiera le negaron ayuda militar: la Alemania del socialdemócrata Scholtz es, después de EE.UU. el principal proveedor de armamento a Tel Aviv.

En esta carrera todo es sacrificable: los aliados, la imagen, la credibilidad, los derechos de amplios sectores de la población mundial y la salud del planeta. Tras el negocio de la guerra, con las propuestas de reconstrucción en Gaza llega la especulación inmobiliaria, algo en lo que Trump es especialista. En Siria, su yerno Jared Kouchner ya está trabajando con ese fin. Lo mismo se prevé en Ucrania. La pregunta que todos se hacen es: ¿Ahora qué?

Salidas imposibles

La solución propuesta por la Casa Blanca parece estrafalaria. Convertir las ruinas de Gaza en una suerte de Riviera francesa, previa limpieza étnica, no sólo viola el artículo 8 del Tratado de Roma (genocidio y desplazamiento de población), sino que presupone la expulsión de al menos millón y medio de palestinos hacia otros lugares del entorno. Los países elegidos por Trump y su controversial equipo, son Jordania y Egipto. Sin embargo, esta arbitraria “solución” no es tan nueva.

En el año 2013 viajé a Israel y Cisjordania. En aquella ocasión descubrí una propuesta que me pareció descabellada, defendida por el Centro Beguin-Sadat de Estudios Estratégicos (BESA, por sus siglas en inglés). Se trataría de adosar Cisjordania a Jordania y, por otra parte, de anexar Gaza a Egipto. En resumen, un retorno a la situación anterior a la guerra de 1967. En un documento de 2010 titulado “Alternativas regionales a la solución de dos Estados”, el BESA imagina la constitución de una federación jordano-palestina, con un poder federal situado en Aman. Ésta parecía entonces la solución más improbable. Cuando la terrible operación israelí en Gaza conocida como “Plomo Fundido” (enero de 2009), el ex diplomático norteamericano John Bolton evocó la posibilidad de una anexión de Cisjordania a Jordania, lo que convocó el rechazo total de Aman: “Jordania no puede ser un Estado de substitución para los palestinos que ya son muy numerosos en nuestro país” indicó una autoridad jordana.

Como se constata, la idea israelí de alcanzar el Eretz Israel, el gran Israel bíblico (que incluye Judea y Samaria además de parte de Siria y el sur del Líbano), está muy arraigada en la derecha israelí desde hace mucho. Estados Unidos, histórico y fiel aliado de Israel, siempre había defendido públicamente el consenso internacional en el sentido de la necesidad de dos Estados. Hoy todo ha cambiado. Para Trump las relaciones internacionales son ante todo comerciales. Así, no duda en amenazar a Jordania, un país con pocos recursos, con retirar la ayuda económica si no está dispuesto a aceptar al menos a parte de los dos millones de gazatíes que piensa desplazar. Por el momento sólo ha aceptado acoger a 2000 niños huérfanos y heridos, pero su situación es extremadamente delicada. Casi la mitad de la población de Jordania es palestina, incluyendo a la propia reina Rania. Jordania es además el principal receptor de ayuda económica en el Mundo Árabe (tras Israel y Ucrania) y EE. UU. tiene una decena de estratégicas bases militares en ese país. El rey Abdallah II teme desestabilizar su país, de por sí económicamente frágil y con movimientos islamistas en pleno auge en su interior.

Otro tanto ocurre en Egipto. En el país africano gobierna, con mano dura, el General Al Sissi, en el poder desde el 2013, tras su golpe de Estado contra Mohammed Morsi, próximo a los Hermanos Musulmanes y primer presidente democráticamente electo de la historia del país. El derrocamiento de Morsi y su posterior encarcelamiento fueron aplaudidos por EE. UU. y por todo el mundo occidental. Algo curioso, si se compara con el apoyo recibido por el flamante gobierno islamista de Siria, presidido por un ex militante de Al-Nusra, Mohammed Al- Shara.

En Egipto, la ciudadanía expresó su indignación por la guerra de exterminio que Israel llevaba adelante en Gaza con gigantescas manifestaciones callejeras. El discurso de Al Sissi ha sido siempre la defensa del derecho palestino a tener un Estado propio, y ha llamado en varias ocasiones a un alto el fuego, sin por ello dejar de bloquear los accesos de alimentos y medicinas a la franja. Cabe recordar que es la ingente ayuda militar y económica estadounidense la que sostiene la maltratada economía del país. De hecho, el gobierno egipcio ocupa el cuarto lugar en la ayuda recibida desde 1948. La política de chantaje que lleva a cabo Trump, obliga a Al-Sissi a realizar un ejercicio de funambulista para sostenerse.

Otro país de la región que Estados Unidos observa con atención es Arabia Saudita. El reino wahabita es, sin duda, el más rico y poderoso del Golfo, y ha mantenido una tensa relación con Irán. A mediados de 2023, China facilitó un acuerdo entre Teherán y Riad que inquietó a Washington. En efecto, uno de los objetivos de los Acuerdos de Abraham, iniciados durante el primer mandato de Trump por su yerno Jared Kouchner, era alcanzar la normalización de las relaciones entre los Países Árabes e Israel y el reconocimiento de éste último. El príncipe heredero, Mohamed Bin Salman, estaba a punto de firmar el acuerdo cuando Hamás irrumpió en territorio israelí, matando a 1200 personas y secuestrando a otras 280. La feroz ofensiva de Israel y la masacre que ha supuesto, frenaron el proceso. En septiembre del año pasado Bin Salman reafirmó el compromiso de su país con la causa palestina y aseguró que no normalizaría relaciones con Jerusalén, sin el reconocimiento de un Estado palestino independiente. En la reciente reunión de la Liga Árabe, rechazó, a la par que la totalidad de sus miembros, la propuesta de expulsión de los gazatíes hacia Jordania o Egipto. Pero los lazos comerciales y financieros entre EE.UU. y los saudíes son muy importantes y la posibilidad de extorsión sigue abierta. Riad será la sede de importantes reuniones para reconfigurar el nuevo entorno medio oriental y su papel puede ser decisivo.

Esta nueva forma de hacer política a través del chantaje, la amenaza y la coerción tiene en Palestina a un triste laboratorio que la convierte en caso paradigmático. Los palestinos acompañan con frecuencia el nombre de Gaza con el epíteto azza (insobornable, en árabe), en un juego de palabras que viene a decir que con Gaza no se podrá. Y aunque a Trump le importe poco el asunto, más le valdría considerarlo, si de verdad quiere, como siempre repite, “aprender de la historia”. Gaza es la cuna del movimiento nacional palestino; en ella se fundaron sus partidos políticos y se organizó la primera resistencia armada contra Israel, también las Intifadas populares se gestaron allí. Ignorar esto y tratar a sus habitantes como reses que se trasladan de un lugar a otro, es precisamente ignorar la Historia, y la del Mundo Árabe moderno, está atravesada por el conflicto palestino-israelí.

Footnotes

  1. En: Israel, Trump and the Gaza deal. Can Israel survive without war? Revista Foreign Affairs, 29 de enero de 2025

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