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Internacional

Pensar en tiempos imprevisibles desde América Latina

Pensar en tiempos imprevisibles desde América Latina
Grace Widyatmadja | NPR

Es una perogrullada decir que el mundo vive un momento extraordinario en donde lo impensable o lo increíble es la norma y no la excepción. Cada día vamos perdiendo nuestra capacidad de sorprendernos. En medio de un escenario internacional inestable y caótico, es preferible, como sugiere Rafael Poch, ser humildes y prudentes al adelantar juicios sobre la escena contemporánea. Contentémonos entonces, en este breve artículo, con algunas pistas que nos pueden servir, parafraseando a Maimónides, como una guía para perplejos.

Un mundo post occidental

El declive de occidente es una opinión mayoritaria entre los analistas internacionales desde comienzos de este siglo. Lo que ha sido una sorpresa es la rapidez de este declive en los últimos años. Baste recordar la predicción de Jim O’Neill, el analista de Goldman Sachs creador del acrónimo de los BRICS, que en 2003 calculó que sería en 2050 cuando estos países emergentes superarían al G7. Esa realidad llegó el año pasado, adelantándose veintiséis años al pronóstico. En el terreno geopolítico, las recientes decisiones del presidente Trump de retirarse de Europa para enfrentar el ascenso de China y trabajar una paz negociada sólo con Rusia, son los aceleradores del ocaso final del bloque occidental construido tras la segunda guerra mundial, lo que trae convulsiones existenciales sobre el futuro de la OTAN y de la Unión Europea.

El menosprecio por Europa no es obra solitaria de Trump. La “inquebrantable” alianza atlántica que ha guiado la política de la UE en los pasados veinte años, estuvo acompañada de una silenciosa canibalización de la economía europea por parte de los Estados Unidos. El año 2008 la economía de la UE era 10% más grande que la de Estados Unidos, el año pasado la economía americana es 50% mayor que la de la UE. Estados Unidos ha bloqueado en Europa el desarrollo de alternativas empresariales que podrían competir con Google, Facebook, Amazon y Apple, para asegurar su hegemonía sobre las nuevas tecnologías digitales. En el terreno energético, uno de los objetivos de la guerra “provocada” en contra de Rusia, era romper la dependencia de la UE con Moscú y reemplazarla por una dependencia de la energía norteamericana, cuatro veces más costosa, acelerando la desindustrialización de Europa para favorecerse. En el colmo de esta pérfida política de avasallamiento, Trump denuncia impúdicamente que “la Unión Europea fue creada para joder a los Estados Unidos”, al mismo tiempo que anunciaba un alza de 25% a los aranceles sobre los productos del viejo continente.

La UE y Canadá están desesperados por contener esta ruptura profunda del bloque occidental, puesta a la luz por las negociaciones de paz en Ucrania, pero cuyas bases han sido sembradas anteriormente. Sobre los imperios, los europeos obviaron negligentemente la máxima de Lord Palmerston —no hay amigos, solo intereses— y olvidaron que su comportamiento en períodos de crisis es despiadado y brutal, incluso con sus eventuales aliados. Circulan propuestas radicales, impensables hace apenas unos años: que Canadá se incorpore a la UE para evitar convertirse en el estado 51 de EE. UU.,1 que Washington ataque a Dinamarca para apropiarse de Groenlandia, o el envío de “tropas de paz” europeas a Ucrania, algo absolutamente inaceptable para Rusia y que provocaría una inmediata extensión del conflicto bélico a toda Europa.

Debe quedar claro que la fractura del bloque occidental es irreversible. Asistimos al fin del eurocentrismo y de la hegemonía de Occidente, ejercida de manera incontestable en los pasados doscientos años. Hemos ingresado a una escena internacional de grandes reacomodos entre potencias, cuyo marco institucional se mantiene indefinido en tanto se desmorona lentamente el sistema de Naciones Unidas, se sepultan las formalidades diplomáticas y la legalidad internacional, y se recurre crecientemente a la fuerza militar para redibujar fronteras y zonas de influencia. Este gran reacomodo geopolítico no concluirá rápidamente y no estará exento de más convulsiones violentas. Los más prudentes analistas internacionales estiman que este reposicionamiento tomará entre veinte y treinta años antes de llegar a un nuevo equilibrio. Ingresamos realmente en tiempos peligrosos.

El repliegue de Mackinder a Monroe

Luego de la disolución de la URSS en 1991, la idea de que EE.UU. se volviera la superpotencia solitaria garante del orden mundial se convirtió progresivamente en la línea matriz de la política exterior entre las élites en Washington: desde el reclamo de la era unipolar bajo batuta estadounidense por Krauthammer en 1991, pasando por la famosa doctrina Wolfowitz en 1992 —combinación de unilateralismo e intervención militar ‘preventiva’— hasta el libro de Brzezinski de 1997, El gran tablero de ajedrez 2, que llamaba a impedir en Eurasia cualquier desafío a la dominación global de los EE.UU.

Estos y otros textos cristalizaron un consenso bipartidario acerca del dominio exclusivo sobre los destinos del mundo como una responsabilidad de Washington. Esta pretensión de construir un orden unipolar sobre el mundo tenía una arista heredada del geopolítico británico H. Mackinder, que ya en 1904 señaló que todo proyecto imperial debía controlar el corazón de Eurasia para dominar el mundo. Aunque la narrativa hegemónica en los medios busca ocultar o minimizar este aspecto, la expansión de la OTAN hacia las fronteras rusas se hizo bajo estas premisas. Hay un sinfín de documentos y hechos que se pueden señalar para entender la razón profunda de este conflicto, que no es una guerra entre Ucrania y Rusia, sino entre la OTAN y Rusia. Con la decisión del gobierno de Trump de iniciar conversaciones para poner fin a este conflicto llega a su fin este momento “mackinderiano”, la ilusión de una superpotencia solitaria, de un mundo unipolar bajo la égida de EE.UU. y sus aliados de la OTAN, del control de Eurasia y de una derrota militar y la partición de Rusia.

Este brusco reposicionamiento no tiene absolutamente nada que ver con una supuesta vocación pacifista del presidente de EE.UU., que según su consejero de Seguridad Nacional Michael Waltz, lo hacen merecedor del Premio Nobel de la Paz (!). Es más bien el reconocimiento de una inevitable derrota, de la urgencia de un reposicionamiento para tratar de salvar la condición de superpotencia amenazada por el avance ineluctable de potencias emergentes, en particular China. Es la necesidad de un repliegue de sus pretensiones imperiales globales para enfrentar mejor los desafíos de un orden mundial multipolar. Las maneras groseras, bruscas y prepotentes del presidente Trump no son un signo de su fuerza, sino de su debilidad.

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RandomUserGuy1738 en Wikimedia Commons.

Desde una perspectiva latinoamericana, lo importante es entender que en este repliegue geopolítico se abandona a MacKinder para resucitar a Monroe, con ambiciones imperiales descabelladas que pretenden dominar el continente americano, desde Groenlandia hasta la Patagonia, y convertirla en su zona de influencia económica exclusiva, una especie de búnker desde el cual defender la condición de superpotencia. Este regreso a la doctrina Monroe, como observa muy bien el profesor Toklatian, tiene un nuevo matiz.3 Esta vez no se trata de impedir la expansión colonial de las potencias europeas sobre América, en donde el desafío era principalmente militar. No hay en la región ninguna pretensión militar de China, muchos menos de Rusia, por más alarmas sensacionalistas que lancen los almirantes del Comando Sur. Se trata mas bien de un proteccionismo económico no convencional que, por un lado, busca bloquear a China el acceso a nuestros recursos naturales, vetando el intercambio comercial con Beijing, al mismo tiempo que anhela revertir la deslocalización industrial y llevar nuevamente la producción a suelo americano, robando puestos de trabajo a sus antiguos socios comerciales. Es una guerra económica, de rapiña sobre nuestras economías, en beneficio exclusivo de Estados Unidos. Ya no se trata de una “Alianza para el Progreso”, de un desarrollo compartido. El imperativo ahora es América Primero y que los demás hagamos cola para recoger las migajas del banquete. Un neo monroísmo de garrote sin zanahoria.

Esta política de monroísmo recargado es la principal amenaza que, como un nubarrón tormentoso, pende sobre toda la región. Sobre cómo conducir las relaciones con América Latina, algunos analistas estadounidenses ven al interior de la administración Trump una pugna entre pragmáticos realistas (Grenell, el emisario de Trump a Venezuela) y duros halcones (Marco Rubio y Claver-Carone). No es difícil sospechar que tales “tensiones” son parte de la técnica de negociación del presidente Trump, que tan acostumbrados nos tiene a sus volteretas de policía bueno y policía malo. ¿Es que algún analista latinoamericano, en su sano juicio, puede afirmar que la administración Trump va a tratar a América Latina de una manera distinta de la manera como está maltratando y humillando a Europa?

La pretensión imperial de construir una fortaleza alrededor del continente americano, se ven facilitadas por la dispersión y fragmentación que vive la comunidad latinoamericana, con sus órganos asociativos paralizados o que no consiguen consensos para responder a problemas y amenazas comunes.

Al momento de concluir este artículo, como una confirmación de nuestra sospecha acerca de la duplicidad en la estrategia de Trump, Washington vuelve a imponer las sanciones máximas a Venezuela, pese a las promeses de Grenell, con el claro objetivo de asfixiar su economía y detener el rebrote económico que Venezuela había mostrado el 2024. La misma presión está ejerciendo sobre Cuba, con recientes sanciones al programa internacional de ayuda médica de La Habana, que Washington califica como “trabajo forzado”. Todo ello busca abiertamente alcanzar un cambio de régimen en un futuro próximo. Además de las amenazas de intervención sobre México, al calificar a los carteles del narcotráfico como organizaciones terroristas, me gustaría llamar la atención sobre otro foco de confrontación que para mí será determinante en el futuro de la región: Brasil.

Musk está enfrascado en una querella jurídica con Brasilia por la utilización de su red social X por sectores golpistas y su negativa a acatar la orden judicial de cerrarla. En medio de esta tensión, el hijo de Bolsonaro gozó de una publicidad privilegiada en la ceremonia de asunción de la presidencia y fue citado favorablemente en el discurso de Trump en la Conferencia de Acción Política Conservadora (CPAC). Brasil se pone en la mira de los EE.UU. al asumir la presidencia rotativa de los BRICS este año y organizar la cumbre presidencial en julio próximo. Ya escuchamos las amenazas de Trump a los BRICS con aranceles de 100% si se atreven a alejarse del dólar. Brasilia es además sede de la COP30 sobre el cambio climático a fines de año, organización a la que la administración Trump ha renunciado enarbolando un discurso negacionista sobre el calentamiento global. Por todo esto, debemos prestar toda nuestra atención a las elecciones brasileñas de octubre de 2026, ya que ahí se jugará una parte importante del destino de América Latina en estos tiempos de recomposición de poderes en la escena mundial. De conseguir una victoria electoral favorable a sus aliados en Brasil, Trump estaría propinando un duro golpe a la unidad regional, al mismo tiempo que sacude al núcleo duro de los BRICS.

Footnotes

  1. Why Canada should join the EU. En The Economist, 2 de enero de 2025

  2. The grand chessboard: American primacy and its geostrategic imperatives, traducido al castellano como “El gran tablero mundial. La supremacía estadounidense y sus imperativos geoestratégicos”.

  3. Ver: Trump y la segunda resurrección de la Doctrina Monroe, en Clarín en agosto de 2024

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