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Cultura

Jameson: La utopía como método

Jameson: La utopía como método
F. Jameson | Fronteiras do Pensamento en flickr

Hay quizá una especial justeza en el hecho de que el último libro preparado en vida por Fredric Jameson, el crítico literario y cultural más importante en los Estados Unidos en la segunda mitad del siglo XX y el inicio del XXI, haya sido The Years of Theory, una extensa revisión del pensamiento francés desde el fin de la Segunda Guerra Mundial hasta el (casi) presente.

Esa justeza tiene varias facetas. En cierto modo, The Years of Theory —publicado por Verso el pasado octubre, apenas unas semanas después de la muerte de su autor— vino a cerrar el ciclo de intervenciones de Jameson en el mismo territorio en el que empezó: su disciplina académica original fue la literatura francesa y la primera entrada en su abundante bibliografía es un estudio del estilo de Jean-Paul Sartre, aparecido en 1961.

No deja de ser llamativo que este nuevo libro suyo, apenas póstumo, sea la transcripción de un seminario, esa forma eminentemente europea de actividad universitaria y parauniversitaria tan central para el pensamiento francés de posguerra. Y no deja de tener una cierta carga de ironía, que este seminario en la universidad de Duke haya tenido lugar en abril de 2021, en plena pandemia, y tuviera, obligatoriamente, que conducirse de manera remota.

En esas condiciones de reclusión forzada y distanciamiento social —dos frases cuyos persistentes ecos sin duda resonarán por largo tiempo en la teoría crítica de la que el libro se ocupa—, la materialidad misma de la producción del texto, la forma oral que es la marca determinante del seminario antes de su conversión en libro impreso (y, como tal, en mercancía), se vio sometida a una mediación tecnológica irrenunciablemente contemporánea. Y con ella, se vio inscrita quizá en un momento nuevo, un nuevo período de esos a los que uno de los eslóganes más famosos del propio Jameson, “¡siempre historizar!”, nos compele a prestar atención.

Pero lo más significativo con respecto a esta publicación, creo, es que interviene de lleno en un universo intelectual en el que Jameson se movió con naturalidad durante mucho tiempo, pero del que no se había ocupado antes de manera tan sistemática. El editor del volumen, Carson Welch, invita en su prefacio a los lectores a leer la obra de Jameson en su conjunto como “una extensa demostración de los usos que se le puede dar a la teoría francesa —entre otras tradiciones— dentro de un altamente original proyecto marxista”. Su invitación no es desacertada. Pero es posible ir más lejos y ver en la escritura del crítico estadounidense no sólo un uso instrumental o metodológico de aquellos recursos, sino un sostenido enzarzamiento con ellos como totalidad, en pos de una manera nueva de entender sus objetos de estudio.

Esto es, lo de Jameson con respecto al pensamiento europeo y francés de posguerra es una generosa forma de interlocución que involucra también un continuo combate filosófico e ideológico; es una crítica en el sentido estricto y resulta, o quiere hacerlo, en algo que bien se puede describir como una síntesis, por provisional que sea. Otra manera de decir lo anterior es que, ya desde los años 60, pero con particular ímpetu en la década siguiente, Jameson buscó a la vez integrar a su discurso los desarrollos teóricos llegados del otro lado del Atlántico y ejercer resistencia contra su onda expansiva, que fue inmensa. Más específicamente, Jameson quiso ejercer resistencia desde un posicionamiento declaradamente marxista contra la onda expansiva del postestructuralismo y su deriva postmoderna, y contra aquello que The Years of Theory llama la “desmarxificación” de la teoría, un proceso cuya raíz sitúa en “la experiencia de la derrota” de mayo 68. Pero quiso hacerlo sin abandonar indiscriminadamente las posibilidades hermenéuticas ancladas en ese corpus, o incluso sus posibilidades políticas. Quiso hacerlo dialogando con ellas.

Tal proyecto tiene muchas variaciones, abre y sigue muchas rutas, propone muchas lecturas y está enmarcado dentro de una obra diversa, además de copiosa. Pero sus núcleos principales mantuvieron una fundamental consistencia a lo largo de cinco décadas o más, y sus ecos pueden rastrearse sin demasiada dificultad aun en aquellos libros o ensayos menos inmediatamente enfocados en el tema. Uno de esos núcleos, el que me interesa subrayar aquí, tiene que ver con un sostenido deseo de rescatar la posibilidad de una dimensión utópica para la teoría crítica.

La tradición utópica en el marxismo

El prestigio académico de Jameson se solidificó de manera definitiva con la publicación de The Political Unconscious en 1981 (la traducción al castellano lleva el benjaminiano título de Documentos de cultura, documentos de barbarie, pero el grado de abstracción del original me parece más apropiado ahora). Ese libro es en buena medida una reacción a la apuesta postestructuralista emblematizada por Deleuze y Guattari y su Anti-Edipo (y también, de manera quizá más visceral, a la denuncia del supuesto totalitarismo de las grandes narrativas en La condición posmoderna de Jean-François Lyotard). A contramano de esas elaboraciones, pero sin rehuir los términos del debate que proponen, Jameson buscó reconstituir la posibilidad de continuar desplegando categorías tradicionalmente materialistas como totalidad y referente, entre otras, en el análisis de textos narrativos, que son “actos socialmente simbólicos” cuya materia es la historia.

En última instancia, para la hermenéutica marxista que Jameson formula, la historia en tanto tal es inaccesible fuera de sus concreciones narrativas, de la misma manera en la que para el postestructuralismo de encaje lacaniano lo Real es inaccesible fuera de la simbolización. Pero esa constatación no lo obliga a asumir que la historia no tiene sentido o que el significado de su relato es necesariamente un lugar vacío, como sí ocurre por ejemplo en el marxismo estructural derivado de Althusser y en el pensamiento postmarxista. Jameson sugiere que la dilucidación del sentido de la historia —es decir, la dirección de su movimiento: la posibilidad del futuro— es precisamente la tarea ineludible del análisis cultural, marxista o de cualquier otro tipo.

Ese sentido es, por necesidad, utópico. Ya en un importante ensayo de 1978, “Imaginary and Symbolic in Lacan”, Jameson había afirmado que la respuesta al impasse entre el reclamo que la Escuela de Frankfurt hace de rescatar la subjetividad de su atomización y cosificación en el mundo moderno, y la celebración del “fin del sujeto humano” en la teoría crítica francesa, pasaba por “renovar el pensamiento utópico”, reconstruyendo “la especulación creativa sobre el lugar que le corresponde al sujeto en el otro extremo del tiempo histórico, en un orden social que habrá dejado atrás su organización clasista”. En The Political Unconscious buscó recuperar el concepto de utopía en la tradición teórica marxista a partir de elaboraciones relativamente heterodoxas, como el principio de esperanza de Ernst Bloch, la ruptura carnavalesca del relato burgués y la dispersión de la hegemonía mediante lo dialógico en Mikhail Bakhtin, o el poder revolucionario de la promesa estética en Adorno et. al., entre varias otras.

Así intentó distanciar su proyecto del modelo ortodoxo de crítica ideológica, concentrado en distinguir entre una conciencia “falsa” y otra “verdadera”, que por tanto tiempo informó una parte significativa del comentario cultural desde el marxismo. Su interés, al que dedicó la conclusión del libro, era afirmar la posibilidad de una “hermenéutica marxista positiva”, la posibilidad misma del significado, “más allá de lo puramente ideológico”. Desprenderse de la crítica ideológica convencional no significa desprenderse de la política, sin embargo. Es un intento de volver a ella, expandiendo el campo del análisis cultural a un terreno más abarcador en un movimiento que Jameson emparentó con la visión del Estado (debida a Nicos Poulantzas) como campo semiautónomo en el que se desarrolla la lucha de clases en general, no como el instrumento de una u otra clase.

Una cuestión de método

Tan importante como lo anterior es el hecho de que esta conceptualización de la utopía hace un énfasis predominantemente formal (e incluso formalista): la huella de lo utópico se traza a partir de la forma en que la historia toma cuerpo como narrativa y no, o no principalmente, sobre la base de determinados contenidos explícitos. Pero esto, en realidad, es menos binario de lo que mi apretado esbozo sugiere. De lo que se trata es de una unidad dialéctica entre “forma” y “contenido”, y el énfasis formal de Jameson es una manera de inscribir su trabajo no sólo como teoría sino también, y de manera fundamental, como procedimiento para el análisis de textos. Es decir, es una cuestión de método.

La maniobra aquí es doble. Ésta es, por un lado, una intervención académica: una inscripción en el ámbito profesional de la teoría y la crítica literarias, relevante en sí mismo. Jameson demostró el vigor de su aproximación al material literario en numerosos ensayos y libros repletos de lecturas específicas, todos ellos parte ineludible del canon crítico actual. Pero también se trata de una intervención política, aún si enmarcada en el contexto de lo que Althusser llamó la “práctica teórica” y ostensiblemente circunscrita a ella. Si la historia solamente es accesible en su forma narrativizada, como texto, la cuestión metodológica de la interpretación textual adquiere un lugar primordial para el pensamiento estratégico y la praxis, más allá de la academia.

Las palabras finales de The Political Unconscious son explícitas a ese respecto: “la praxis política sigue siendo, por supuesto, la preocupación esencial del marxismo”. En los años siguientes, Jameson continuó elaborando este reclamo de reconstituir la dimensión utópica del pensamiento crítico, con exactamente el mismo objetivo de trascendencia política en la mira, y ejerciendo exactamente la misma presión contra la deriva post- de la cultura occidental en el contexto de la expansión del neoliberalismo globalizado.

El deseo utópico

En “The Politics of Utopia”, un ensayo de 2004, Jameson diagnosticó el desvanecimiento de la idea de utopía como un síntoma fundamental de la era y se preguntó por la paradoja de una cultura que va perdiendo la imaginación histórica heredada del humanismo y la ilustración, pero no es capaz de proyectarse “más allá de la historia (o de su fin)”, hacia “ese lugar que llamamos utopía”. Esta es una limitación terminal para cualquier proyecto emancipador: aunque la palabra “utopía” se haya convertido casi en un insulto político para amplios sectores de la izquierda tanto como para la derecha, es imposible siquiera pensar en un proyecto radical sin “un concepto de esa otredad sistémica, una sociedad alternativa”, escribió.

Un año después, en Arqueologías del futuro, libro dedicado al análisis de un variado grupo de narrativas de ciencia ficción —subespecie específicamente moderna y contemporánea del género inaugurado por Tomás Moro en 1517, con su Utopía— Jameson incidió en una distinción crucial: la que se puede hacer entre el programa que adopta una determinada visión utópica y el impulso utópico en general. El segundo es mucho más ambiguo y difuso que el primero, más esquivo y maleable, pero también es mucho más abarcador, y permea con distintos niveles de sutileza numerosos aspectos, momentos y lugares de la vida cotidiana.

En palabras de Jameson, una “dosis de exceso utópico cuidadosamente medido” es discernible incluso en las mercancías y los hábitos de consumo de las sociedades capitalistas, y destila hacia el campo político de forma por demás contraintuitiva, hasta en prácticas como la xenofobia y racismo, cuya fuerza motriz proviene de “impulsos utópicos deformados”. Esto ya lo había notado Ernst Bloch décadas atrás en El principio esperanza, escrito entre 1937 y 1944. El autor alemán, observó Jameson, pensaba que un proyecto político de intención emancipadora podría apropiarse de las energías detrás de tal deformación del deseo utópico “de un modo análogo a la cura freudiana (o a la reestructuración del deseo lacaniano”), pero en 2005 él no estaba tan seguro. La de Bloch, dijo, pudo haber sido una esperanza “peligrosa y desencaminada”.

El dilema quedó irresuelto en Arqueologías del futuro. Simplemente se hizo a un lado al enfocar la mirada en “el proceso de construcción utópica consciente” manifiesto en un selecto corpus de narrativas sci-fi. El resultado fue una nueva demostración de las singulares habilidades de Fredric Jameson para la crítica literaria con inflexión filosófica, en un libro de enorme interés, en muchos sentidos quizás el más brillante y logrado de todos los que produjo, del cual, en el plano político, lo que se desprende todavía son muchas más preguntas que respuestas.

Contra la razón cínica

En diálogo explícito con algunas críticas recibidas desde la izquierda por su trabajo anterior, Jameson volvió sobre la fundamental apertura y extrema indeterminación del impulso utópico en Valencias de la dialéctica, su libro de 2009 (algunas páginas del cual reaparecieron como “Utopia as Method”, un ensayo publicado en 2011, cuyo título encapsula con nitidez lo que estoy intentando enfatizar). Ahí diagnosticó el declive de las utopías como el resultado de la conjunción de tres procesos propios de la era postmoderna: el debilitamiento de la historicidad o sentido del futuro, la creencia de que ninguna transformación fundamental es ya posible y el apogeo de lo que el filósofo Peter Sloterdijk bautizó como “razón cínica”, elevada al cubo: una racionalidad perfectamente alerta a las extremas toxicidades estructurales del orden capitalista avanzado, pero incapaz de escandalizarse por ellas e inmotivada para hacer algo al respecto. En virtud de esa racionalidad, una suerte de lucidez impotente pasó a ocupar el lugar de aquello que el marxismo de otros tiempos llamó “falsa conciencia”, y esa podría ser la formación ideológica definitoria de esta era.

Sumados a lo anterior, la exuberancia financiera que apuntaló estructuralmente al sistema de la posguerra en las economías centrales y el condicionamiento psicológico del omnipresente consumismo como recurso para la satisfacción de deseos, contribuyeron a delinear un mundo sin cabida para suplementos utópicos. Pero es posible que esa haya sido solamente una apariencia, escribió Jameson. Aún en ese contexto se siguen produciendo representaciones específicas, programáticas, de la construcción de utopías, como él mismo mostró en Arqueologías del futuro, y, lo que es más, en un momento histórico en el que “la psique y el inconsciente están tan exhaustivamente colonizados por un adictivo frenesí de conmociones, compulsiones y frustraciones”, el impulso utópico retiene su potencia, precisamente por no ser un programa. La retiene por su proteica, caleidoscópica capacidad de expresar el deseo de utopía e imbuir de él aspectos inesperados de la vida, como en el caso del consumismo. De lo que se trata entonces es de desplegar, en pos de ese deseo utópico, una hermenéutica: una operación interpretativa que permita el encuentro con ese impulso, descifrarlo, “leer sus huellas en el paisaje de lo real”.

Valencias de la dialéctica sostiene este llamado a una lectura utópica mas no programática de la realidad en pasajes específicos de Marx e incluso de Lenin, y arguye que el marxismo siempre ha incorporado esa dimensión a sus prácticas y a sus teorizaciones. Programa e impulso existen en relación dialéctica. Una política marxista, escribe Jameson, es necesariamente un programa utópico para la transformación del mundo y el reemplazo del modo de producción capitalista por otro, radicalmente distinto. “Pero es también una concepción de las dinámicas de la historia según la cual el mundo nuevo está emergiendo objetivamente alrededor nuestro, aunque no lo percibamos”, de manera que una postura “más receptiva e interpretativa” puede y debe operar junto a las prácticas y las estrategias conscientes para producir el cambio. Una postura que, provista de las herramientas de análisis adecuadas, permita detectar “la imperceptible, inmemorial maduración de las semillas del tiempo, las erupciones subliminales y subcutáneas de nuevas formas de vida y nuevas relaciones sociales”.

¿Una nueva era?

Una intervención como la de Jameson puede ser interrogada desde diversos ángulos. Entre muchas otras, caben preguntas sobre las limitaciones que impone su inscripción disciplinar en la tradición literaria y filosófica europea, las dificultades del pasaje entre el nivel de abstracción de sus argumentos y la construcción de proyectos políticos concretos, o las relaciones efectivas entre programa e impulso que no alcanzan a ser cubiertas por la idea de su unidad dialéctica. Es posible preguntarse también por el destino de una obra que, con toda su riqueza y sofisticación, sigue encadenada a las persistentes condiciones estructurales del “marxismo occidental”, tan distante todavía de su forma definitiva —la forma que según Lenin solo se forjará en conexión directa con un movimiento revolucionario— como lo estaba hace medio siglo, cuando por primera vez se diagnosticó esa brecha.

Tomada en sus propios términos, como apuesta por una metodología para la crítica de la cultura, sin embargo, la pregunta principal que se le debe hacer a esta intervención (o más acotadamente, a los limitados aspectos de ella que he querido reseñar aquí) probablemente sea otra. Si su ímpetu de base, sostenido con minuciosa coherencia a lo largo de las décadas, es la asimilación dialéctica desde el marxismo de la teoría moderna y posmoderna, y si el objeto de su crítica es la civilización del capital globalizado que se consolidó después de la Segunda Guerra Mundial y alcanzó su apogeo en la década de 1990, ¿retiene la visión de Jameson su potencia hoy, en un período distinto?

A fin de cuentas, los consensos neoliberales se van desvaneciendo aceleradamente en los centros de poder global y las formas políticas en las que esos consensos se procesaban hacia efectos prácticos están en pleno proceso de desmantelamiento. En paralelo, como el propio Jameson observa en The Years of Theory, el campo de la teoría se va moviendo hacia la autodisolvencia, o hacia un momento post-posmoderno que es también post-filosófico, e incluso post-crítico.

Al mismo tiempo, y no por mera coincidencia, formas cada vez más declaradas de utopismo tecnológico ocupan un lugar central entre las ideologías contemporáneas, mucho más allá de las huellas o pulsiones subconscientes que el método de lectura teorizado por Jameson pretendía excavar. Gobierno por IA, liberación absoluta del valor vía blockchain, escape de la especie a Marte, y más: esos deseos utópicos los ha excavado el capital y ahora viven en la superficie.

Aun así, creo que la de Jameson sigue siendo una contribución fundamental e insoslayable para la crítica de la cultura, plena de vigencia. Jameson describió el método de interpretación que su obra propone como alegórico, un término recurrente en su escritura desde los años setenta y una de sus formulaciones más idiosincrásicas (en 2019 le dedicó al tema uno de sus libros más complejos, Allegory and Ideology). Es un asunto altamente técnico, pero para lo que nos ocupa se puede resumir así: la alegoría es un método de lectura e interpretación que se avanza de un plano literal a otros progresivamente más abstractos y abarcadores, el último de los cuales incorpora la totalidad de los significados de un relato. El modelo es la escolástica cristiana, que por ejemplo avanza de la lectura de un incidente determinado en la vida de Jesucristo hasta una interpretación del destino final de la humanidad en su conjunto.

La lectura alegórica construye la interpretación en el proceso, y la construye como un sistema de relaciones múltiples interiores al texto. Esas relaciones, y no otra cosa, son su significado; ese significado, en última instancia, en el último plano, es su totalidad. Esos son precisamente los términos de la presión que Fredric Jameson quiso ejercer contra las derivas nihilistas del posmodernismo y contra su claudicación frente a las grandes narrativas históricas. Son también los términos en los cuales propuso recuperar ya en las múltiples facetas de la vida cotidiana, ya en la producción y el consumo de mercancías, ya en lo que existe y es orgánico al sistema, el impulso utópico deformado por la civilización del capital, e investirlo de valencias distintas.

Esas valencias estuvieron siempre claras: se trata, escribió en The Political Unconscious, de reconstituir “la unidad de una gran historia colectiva”, la misma que para el marxismo solo puede ser la historia de una “lucha por arrancarle al reino de la necesidad, un reino de libertad”, y transformar la vida. Es el relato de la utopía de la emancipación humana, cuyo deseo sigue siendo nuestro aquí y ahora, y nos reclama.

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