Las extremas derechas llegaron para quedarse (con todo)

Las extremas derechas, nuevas y viejas, hace poco marginales o arrinconadas en sus respectivos países, han mostrado un crecimiento y una vitalidad solo comparables a la registrada en el periodo de entreguerras del siglo XX. Las diferencias son obvias, pero los parecidos no dejan de alarmar. La fórmula del cordón sanitario —desarrollada en Europa por los partidos del consenso neoliberal para contener a las extremas derechas, evitar su crecimiento y acceso al gobierno— ha ido cediendo y dando paso a la normalización de estas fuerzas, que aparecen paulatinamente como aceptables para la formación de gobiernos en coalición, si es que no para alcanzar de modo directo el gobierno, como en los casos de Hungría, Italia y, recientemente, los EE.UU. y Argentina.
El huevo de la serpiente
Las extremas derechas, como ha señalado Badiou,1 han sido y son un fenómeno interno en las democracias occidentales. Lazzarato, 2 siguiendo a Foucault, decía que de alguna manera son consustanciales a Occidente. Siempre han estado ahí y, como advirtió Primo Levi en referencia al nazifascismo: “ha sucedido, y por consiguiente, puede volver a suceder”.3
Estas derechas extremas se han presentado de distintas formas y modos, de acuerdo a distintas condiciones socioeconómicas y políticas. Mudde 4 señala que actualmente vivimos una cuarta ola, donde por su proliferación y extensión, las extremas derechas, más que una “patología normal”, constituyen la “normalidad patológica” de la democracia liberal. En efecto, esta cuarta ola ha sido provocada por distintos factores. A diferencia de los años 20 del siglo pasado, no es una coyuntura revolucionaria la que produce su crecimiento; se trata, extrañamente, de una contrarrevolución sin revolución, pese al inflamado anticomunismo, especialmente en nuestro continente. Pero sí coincide, como entonces, con una crisis múltiple: por un lado, la crisis económica del capitalismo neoliberal desde 2008 y, por otro, una clara crisis del orden global, con el declive del imperio americano y el infructuoso intento por detenerlo, sino tan solo postergarlo, ante el avance de China. A ello se debe añadir la crisis ecológica y una más profunda, incluso de carácter civilizatorio.
Así, el desarrollo y crecimiento de estas extremas derechas parecen haberse alimentado, como señala Forti, 5 de la profundización de la crisis del 2008 —reforzada por la pandemia— que aumentó las desigualdades, la precarización del trabajo, el debilitamiento del Estado de bienestar, el empobrecimiento de la clase media, y el creciente desprestigio de las élites dirigentes. También, conjuntamente con ello, hay una reacción adversa contra la globalización cultural, la agenda feminista y de diversidad sexual, la oligarquización de las democracias liberales, cada vez más vacías y desconectadas de sus sociedades, particularmente de los trabajadores y amplios sectores medios y populares; y, por último, la importancia de las tecnologías de comunicación que posibilitan el desarrollo y la expansión de narrativas basadas en la llamada posverdad y distintas teorías de cuño conspirativo.
Tampoco debe pasar desapercibido que este fenómeno se da en un momento de guerras que muestran su carácter imperialista y neocolonial, incluyendo el genocidio de todo un pueblo, el palestino, que vemos todos los días por TV y redes sociales y frente al cual no tenemos ninguna excusa, como nos recordó hace poco Lazzarato. Tal pasividad e indolencia coincide, como en la película de Bergman, con la emergencia y crecimiento de oscuras fuerzas reaccionarias. 6
Hidra hegemónica
Las fuerzas de esta cuarta ola se colocan a la derecha de las derechas tradicionales —la conservadora, la liberal, la social cristiana—, provienen de distintas tradiciones políticas, desde el neoliberalismo duro, los ultraconservadores de origen confesional, los nacionalismos supremacistas, o directamente neofascistas, y expresan no pocas diferencias en temas sociales, económicos y geopolíticos. Por ejemplo, las políticas neoproteccionistas chocan con el sector más ultraliberal o libertario, mientras que en el mismo asunto no parece haber demasiado problema para la llamada “internacional reaccionaria”.
Foto: Tim Pierce en Flickr.
Algo que sí comparten es su desprecio por la igualdad —“la mentira igualitaria”— y por la justicia social, así como su histórica desconfianza, si no rechazo, hacia la democracia. A su vez, la agenda que desarrollan combina con distintos acentos el neoliberalismo duro, ahora con una clara fractura proteccionista (nada menos desde la capital de la civilización del capital), con viejas fobias y anhelos de las extremas derechas tradicionales: la defensa virulenta de la propiedad y el orden del mercado, el securitismo —incluido el “terruqueo” contra migrantes y opositores—, el nacionalismo étnico soberanista (particularmente en Europa y EE.UU.) y un muy agresivo repertorio alrededor de lo moral y lo religioso, todo ello sostenido con narrativas muy marcadas por teorías de la conspiración que establecen una variedad de “amenazas fantasma” que van desde “el gran reemplazo” (de la población blanca), “el comunismo” (más en Latinoamérica), las “élites globalistas” o la “ideología de género”.
En esta confluencia de viejos y nuevos reaccionarios, que incluye a un nuevo libertarismo radicalizado hacia la derecha en la línea de Rothman y otros,7 ha sido fundamental la construcción de un arco antiprogresista a partir de la llamada “ideología de género”, una operación hegemónica que, como señala Matías Leandro Saible,8 forma un “pegamento simbólico”, una suerte de interseccionalidad de derecha que vincula problemáticas, canaliza miedos y demandas y las reubica en un terreno no material, sostenido por redes globales, producción intelectual y bestsellers que sistemáticamente difunden sus ideas, varias de ellas, como ya dijimos, basadas en teorías conspirativas. Esta operación ha sido aún más evidente en América Latina.
Esta narrativa, crecientemente exitosa, ha terminado “inclinando la cancha” a favor de las extremas derechas, definiendo el debate y orientándolo a sus temas de interés. Algo poco resaltado es la habilidad de estas fuerzas para colocar “enemigos” por fuera de las relaciones de poder en las sociedades y la economía global, como el capital financiero, los grandes multimillonarios o los Estados imperiales o neocoloniales, descolocando de ese modo a la izquierda y al progresismo.
En ese sentido, una agenda política así definida en muchos casos ha producido una creciente derechización de los partidos, tanto de la derecha tradicional como de una parte del progresismo y la izquierda, que ya incorporan en su orientación de gobierno los temas próximos a estos grupos extremistas, como, por ejemplo, lo relacionado con la inmigración. Se diluyen así —como lo ha anotado Mudde— las fronteras entre las fuerzas convencionales y las extremas derechas, con lo que se acentúa aún más su normalización.
Problemas de definición
Las respuestas hasta ahora han sido poco eficaces para detener el avance extremista: desde el progresismo liberal y las izquierdas, se ha enfrentado a este fenómeno fundamentalmente desde la impugnación moral. Los liberales progresistas en los medios y la academia han optado por ubicarlos en el cajón de sastre del populismo, término gaseoso casi siempre cargado de aversión a todo fenómeno popular o plebeyo y a la vez, como señala Forti, un recurso fácil para nombrar a “todo objeto político no identificado”, más allá de que, en efecto, estos sectores exhiban un “estilo” populista o apelan a una estrategia discursiva populista en el sentido que le dan Laclau o Mouffe 9.
Por otro lado, más a la izquierda, prolifera la definición de fascista o neofascista. Ciertamente, el origen fascista de algunas formaciones de extrema derecha es innegable (en Italia y Francia, por ejemplo). Además, como señala Traverso, 10 es imposible definirlos sin relacionarlos de alguna manera con el fascismo, y por eso él las define como post fascistas. Otro ingrediente es el talante antidemocrático del neoliberalismo que, como han demostrado Dardot y Laval, 11 desde sus orígenes y más allá de sus versiones doctrinarias o gubernamentales, mostraron una orientación por ejercer violencia contra los “enemigos de la libertad”.
Todas estas definiciones resultan problemáticas. Pese a su pretendido efectismo, pueden ser poco útiles para leer y responder a estas agrupaciones, incluso para el combate político cotidiano. Como ya dijimos, su composición ideológica y programática tiende a ser fluctuante, contradictoria, incluso antinómica; en ese sentido, estaríamos ante un fenómeno en formación y cuya configuración definitiva está en proceso.
Ampliar el campo de batalla
A estas alturas de la historia, el problema ya no pasa por nombrar al monstruo de varias cabezas, ya que éste además ha mostrado mucha cintura, iniciativa política y flexibilidad programática. El problema es que seguirá suelto en plaza mientras no se modifique el terreno de disputa, que creo está más allá de la llamada “batalla cultural”.
Foto: Anthony Crider en Flickr
De hecho, el progresismo se ha sentido hasta hoy muy cómodo en ese terreno, desde la defensa de un puñado de derechos individuales e identitarios (de las mujeres, de la diversidad sexual, de determinadas minorías), pero, en general, desanclados de aspectos materiales, económicos o distributivos. Es lo que Nancy Fraser 12 ha llamado “neoliberalismo progresista”, una situación que se dio especialmente en EE.UU y Europa, un reparto por el cual la tecnocracia neoliberal dirigía la economía globalizada y el progresismo “la cultura”, a la par que abandonaba sus históricas bases de trabajadores, dejando el terreno propicio para que las extremas derechas movilicen afectos hacia sus posiciones.
Así, el problema no es tanto la “batalla cultural”, en los términos que plantea la extrema derecha, sino la desconexión de ésta con las formas de dominio y de poder en nuestras sociedades, relacionadas con la distribución de recursos. Como dice Diego Sztulwark, 13 ellos se toman en serio lo que el progresismo pasa por alto.
Alerta extrema en el Perú
Las cualidades, diferencias y particularidades de las extremas derechas que hemos abordado hasta aquí existentes dibujan también las características específicas de estos proyectos en nuestros países, particularmente en el Perú.
Al respecto, hay dos aspectos singulares a tomar en cuenta, uno de carácter estructural y otro coyuntural: el primero es la dificultad de las extremas derechas locales para levantar una agenda soberanista, dada la histórica subordinación a los poderes globales, incluso hoy, frente a China; de allí tal vez su manifiesto fetichismo y afectación patriotera en torno a símbolos como banderas y escarapelas; en segundo lugar, lo coyuntural está marcado por el tema de la inseguridad-criminalidad, donde la derecha y la extrema derecha peruana, dado su compromiso con la coalición de gobierno, no solo no han desarrollado la típica agenda demagógica punitiva, sino que aparece, especialmente desde el Congreso, con una política abiertamente pro crimen organizado, en un contexto de incremento de asesinatos por extorsión y de movilizaciones de afectados.
Estos y otros aspectos deben ser desarrollados y debatidos con urgencia. Leer a las nuevas extremas derechas en el mundo y en el país es imprescindible, no para lograr una ociosa batalla de definiciones, sino para desarrollar alternativas más igualitarias y democratizadoras frente a quienes quieren defender o restaurar privilegios.
Footnotes
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Badiou, A. (2005). El siglo. Buenos Aires, Ediciones Manantial. ↩
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Lazzarato, M. (2020). El capital odia a todo el mundo. Fascismo o Revolución. Buenos Aires, Eterna Cadencia. ↩
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Leví, P. (2005). Trilogía de Auschwitz. Buenos Aires, El Aleph Editores. ↩
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Mudde, C. (2021).La extrema derecha hoy. ↩
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Forti, S. (2021).Extrema Derecha 2.0. Qué es y como combatirla. Madrid, Siglo XXI. ↩
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El huevo de la serpiente (Das Schlangenei), de Ingmar Bergman, RFA, 1977. ↩
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Stefanonni, P. (2021). La rebeldía se volvió de derecha. Buenos Aires, Siglo XXI. ↩
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Saibel, M. (2024). La batalla cultural contra la ideología de género en Sudamérica. Una aproximación desde Axel Kaiser y Agustín Laje. En: Millcayac vol. XI núm. 20, 2024 Universidad Nacional de Cuyo, Argentina. ↩
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Mouffe, Ch. (2018). Por un populismo de izquierda. Buenos Aires, Siglo XXI. ↩
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Traverso, E. (2018). Las nuevas caras de la derecha. Buenos Aires, Siglo XXI. ↩
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Dardot, P. y Laval, C. (2021). La opción por la guerra civil. Otra historia del neoliberalismo. Tinta Limón, LOM, Traficantes de Sueños. ↩
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Fraser, N. (2019). ¡Contrahegemonía ya!. Por un populismo progresista que enfrente al neoliberalismo. Buenos Aires, Siglo XXI. ↩
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Ver “Antifascismo”, artículo de Diego Sztulwark en Página12 del 4 de febrero de 2025. ↩