“Acoso”, de Marta Lamas
Reseña y debate
Marta Lamas y Maruja Barrig son feministas que en los años setenta ya trabajaban por la liberación sexual de las mujeres. En ese entonces, un debate enfrentaba en los Estados Unidos a las radicales anti-pornografía y anti-prostitución con las feministas pro liberación sexual. Si la actividad sexual, la iniciativa sexual, el derecho a cortejo, el consumo de pornografía y de la prostitución son prácticas asignadas socialmente a los varones, para ambas, el balance a establecer respecto de las mujeres no pasaba por la prohibición legal de la pornografía o la prostitución sino por el empoderamiento paulatino de las mujeres en la sociedad. ¿No era posible que las mujeres crearan o consumieran pornografía? ¿La prostitución se prohibía desde la moral? La mujer no debía seguir siendo tutelada, ni siquiera por buenas intenciones en las que se pudiera coincidir con los conservadores puritanos.
Lamas, fundadora de la revista "Debate Feminista" y principal impulsora de las reformas del aborto en México, ha vuelto a traer su oposición a los tutelajes en el libro "Acoso: ¿denuncia legítima o victimización?" conjunto de ensayos sobre el acoso sexual a las mujeres, libro que Maruja Barrig comentó recientemente abriendo así un debate local.1
Lamas se identifica con el grupo francés de escritoras y psicoanalistas que en enero de 2018, a través de una carta colectiva titulada “Defendemos una libertad de importunar, indispensable a la libertad sexual”, reaccionaron contra las demandas del feminismo radical encarnadas hoy en día en activistas de la campaña #MeToo en los EEUU.
El texto que enfrentaba a intelectuales de la élite francesa con reconocidas figuras de la escena norteamericana parte del #MeToo, aludía a la preocupación por generar a partir de las denuncias públicas de acoso, una castración tanto de hombres como de mujeres en cuanto a la sexualidad. Al denunciar las mujeres a los hombres bajo el nuevo y brumoso concepto de “acoso”, pidiendo el amparo del derecho o buscando la presión social de las redes, ellas mismas confirmarían aquellas características asignadas por la cultura patriarcal, las de “carecer de deseo sexual”, “ser medrosas y puritanas” o “ser hipersensibles e histéricas” ante los avances de cualquier propuesta erótica. De otro lado, producirían un repliegue de la demanda masculina, no solo de virtuales agresores sino también de varones interactuando en la vigente cultura del cortejo. Todo avance, por bien intencionado que fuera, podría ser leído como amenaza en un contexto de supervaloración de la palabra de la posible víctima.
La exacerbación del modelo legal punitivo contra la iniciativa sexual masculina y la crítica al feminismo radical por esta resultante, es el tema central del libro de Lamas. Crítica que levanta un cuestionamiento a la denuncia en redes como medio más eficaz de justicia popular a riesgo de un debido proceso, y que es compartida con Margaret Atwood 2 -autora de la distopía feminista, “El Cuento de la Criada”- y por Maruja Barrig.
Sobre lo punitivo, Lamas no especifica de qué modo contrarrestar el “mandato de violación” masculino, latente a pesar del contrato social y que asume que las mujeres están disponibles para los hombres y podrían ser violadas en cualquier momento. 3 El principal riesgo del discurso de Lamas, es que hace que la “victimización” pase de las mujeres a los hombres, víctimas ahora de su propio privilegio –el de la actividad sexual- ejercido durante siglos. No son pocos los que la citan ahora para defender sus fueros.
Reconocemos que la penalización es una solución que si bien bajo el lente del feminismo de la igualdad, amplía la protección del derecho penal existente sobre las mujeres, no escapa a la lógica patriarcal de este derecho, focalizada en el castigo al agresor. A esa solución no debe reducirse la cuestión, sin tomar en cuenta la prevención educativa para ambos sexos desde la infancia, el empoderamiento de la mujer y el estudio de la construcción de las masculinidades a costa de la “feminización” del más débil.
El problema en el caso del acoso, dice Lamas, es su imprecisa definición: ¿Qué es acoso? ¿Puede dejarse tal definición solo a criterio de la víctima si considera que alguna acción fue acoso? ¿Basta una mirada, una palabra para que esta se considere una agresión? ¿Y si se incurre en injusticias bajo la presión mediática? Estas dudas son válidas y merecen una amplia reflexión desde una ética feminista. Sin embargo, no deslegitiman las denuncias en redes de miles de mujeres indignadas que han visibilizado la violencia contra ellas sensibilizando a la población, así como a las autoridades. En el Perú, los casos de lesiones, feminicidios y desaparición son un drama social y llevaron a una gran marcha ciudadana en agosto de 2016.
Sobre los posibles abusos en redes sociales, hay que tomar en cuenta el nuevo contexto que estas han introducido. El segundo milenio no es hasta ahora, una era de utopías sexuales o sociales. La defensa de la esfera individual se maximiza exponencialmente bajo el lente de las redes sociales, y el fenómeno de una denuncia personalizada se sitúa más en el terreno de mujeres constituidas como sujetos: profesionales, universitarias, de cierta autonomía y reconocimiento, que en el de mujeres de vidas mucho más precarias. #MeToo, fue creado por afroamericanas norteamericanas en 2006 para denunciar la violencia sexual que sufrían las mujeres en los barrios pobres, hoy sorprendidas 4 de que el movimiento se convirtiera en una plataforma de mujeres blancas con influencia en redes para denunciar a sus agresores valiéndose de la presión mediática. En el Perú, la crítica a los feminismos virtuales –a diferencia de los feminismos de bases sociales en el pasado- se ha hecho también oír.
No existe un feminismo universal ya que existen tantos feminismos como clases sociales hay, cada uno con demandas propias; pero un denominador común a todos ellos es la lucha contra la violencia interpersonal ejercida contra la mujer, por su pareja o terceros. Este es un mínimo común, hoy de consenso general en la población. Más allá de él, los feminismos –y más aún en un país tan desigual como el Perú- difieren en cuanto a demandas a llevar adelante y así tiene que ser. Los feminismos no deberían reducirse a solo tratar el tema de la violencia interpersonal contra la mujer y perseguir a los agresores. Los feminismos deben escapar a la tentación del populismo fácil por el que las mayorías -aunque sean virtuales- se imponen sin romper con las prácticas patriarcales; evitar construir cualquier poder apoyado en la victimización, ya que ser víctimas no es una nueva forma de ser mujeres; rehusar en sus denuncias a despojar a la víctima de su agencia; cuestionar la idealización del ser feminista y ser conscientes de que las luchas territoriales impiden un diálogo entre los feminismos.
Footnotes
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Barrig, Maruja. #YoTambién. En: Diario La República, 22 de abril de 2019. ↩
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Atwood, Margaret. Am I a bad feminist? En: The Globe And Mail. 13 de enero de 2018. ↩
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En el Perú, tres mujeres son violadas cada hora, según cifras del Observatorio de la Criminalidad del Ministerio Público de 2017. ↩
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La conferencia de Tarana Burke, fundadora de #MeToo, que TED publicitó como "un poderoso llamado a desmantelar el poder y el privilegio que son los componentes básicos de la violencia sexual" fue destacada BBC con el titular "Tarana Burke, fundadora del MeToo: el movimiento se ha vuelto "irreconocible" y a partir de allí la declaración fue reproducida en ese tono ("La fundadora del #MeToo critica que el movimiento ha perdido toda su esencia", ver codigonuevo.com/feminismo/fundadora-metoo-critica-movimiento-perdido-esencia) ↩