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Internacional

La serpiente y el huevo de la serpiente

La serpiente y el huevo de la serpiente
Fotografía de Clara Asin | claraasinferrer.com

No es fácil escribir sobre la extrema derecha cuando toca las puertas y ha logrado entrar en algunas instituciones del país en el que habitas. No es fácil tampoco trazar una infalible estrategia política de respuesta a esta amenaza cuando te encuentras en plena contienda electoral. Tampoco lo es definir al adversario cuando la amenaza es real, pero, por lo mismo, hay quienes utilizan el “discurso del miedo” para defender un “continuismo” político y económico que mantiene las condiciones de crecimiento de la extrema derecha. No es fácil, finalmente, despercudirse del miedo a la hora de enfrentar este problema que asola Europa hace mucho, pero que ha tocado recién las puertas de la España del 15M y del 8M, que era una sana excepcionalidad europea. En este texto intento poner sobre el papel algunos apuntes a partir de reflexiones sobre estas variables.

Del ‘sí se puede’ esperanzado al ‘no se puede’ enfadado

En 2011 miles de ciudadanos y ciudadanas se dieron cita en Puerta del Sol -plaza icónica en la capital española- al grito de “no nos representan”. El movimiento de estos indignados que acamparon en señal de protesta durante semanas tanto en Madrid como en otras ciudades de España, recorrió el mundo. Su eco no sólo constituyó una referencia internacional, sino que cambió el rostro de España para siempre. Vimos lo impensable: el Rey tuvo que abdicar, líderes políticos de los partidos tradicionales se vieron obligados a dar un paso al costado para evidenciar -aunque fuera solo en la forma- algún tipo de regeneración en sus formaciones, vimos a más de un alto cargo del Partido Popular (PP) o del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) declarando como imputados en la Audiencia Nacional y hasta al cuñado del actual monarca se le investigó y condenó por corrupción.

La crisis económica acompañada de recortes en los servicios públicos -con el consecuente quiebre del Estado de Bienestar-, y la sumatoria de escándalos de corrupción que evidenciaban que mientras unos se ajustaban el cinturón para sobrevivir otros seguían dándose la gran vida con los recursos de todos, fueron el gatillo del hartazgo. Y ese hartazgo lo cambió todo.

Tres años después de ese 15 de mayo nació Podemos, la fuerza política de izquierdas que logró articular esta indignación ciudadana y, con un discurso fresco -característica clave de la “nueva política”- supo señalar al adversario (ellos, la casta, los privilegiados vs. la gente, el pueblo, nosotros) y entró en las instituciones poniendo punto final al bipartidismo español. Durante los últimos 4 años Podemos ha estado en las instituciones (Congreso de Diputados, Ayuntamientos, Municipios, etc.) y ha defendido un marcado discurso progresista que, con las limitaciones de una formación política con apenas 5 años de vida, ha evidenciado la posibilidad de cambio en España. Pero, ¿hasta qué punto Podemos ha sido una consecuencia lógica de aquel 15M?

Si algo ha quedado claro en estos años en las instituciones es que las limitaciones de una formación progresista, sobre todo dentro de un sistema parlamentario que pone el acento en la correlación de fuerzas, son muchas. El régimen en crisis reaccionó en cuanto lo hizo la gente porque cuando el pueblo se moviliza, los poderosos también. Los poderes fácticos se resistieron a morir. Basta ver el caso de la banca que sigue debiendo 60 mil millones de euros del rescate bancario a los españoles y que ningún gobierno es capaz de cobrarles porque, entre otras cosas, todos los partidos, excepto Podemos, le deben sus campañas electorales. Por otro lado están los medios de comunicación que tienen también en la banca o en fondos de inversión a sus principales inversores y, por tanto, tienen también definidas las agendas en contra de cualquier intención de legislar en materia mediática.

De otro lado están las grandes empresas, pensemos en las eléctricas, que ponen a funcionar las puertas giratorias de manera sistemática y logran así que exministros de energía, industria o incluso expresidentes, ocupen sus Consejos de Administración y hagan lobby desde la política por sus beneficios empresariales. En este escenario ser una fuerza política con un discurso de cambio sobre las formas de hacer política y contra los lobbies no ha sido fácil. Si algo ha quedado claro es que sin el apoyo ciudadano en las urnas, pero también en el día a día, cambiar las formas de operar en las instituciones es demasiado difícil.

Del mismo modo, y esta es la paradoja, las limitaciones al llegar a las instituciones, las mismas que nos demuestran que hace falta tener todo el apoyo popular posible para emprender cambios de fondo, son las que han permitido que germine un clima de resignación. De aquel ‘sí se puede’ esperanzado en la plaza del Museo Reina Sofía el día que Podemos entró en el Congreso de los Diputados como la tercera fuerza política española, hemos transitado mucho. Los obstáculos han generado desilusión y un legítimo, aunque peligroso, sentir del ‘no se puede’. Una resignación que es lamentable en términos electorales para Podemos, pero, sobre todo, alarmante en términos políticos para España.

Lo cierto es que Podemos fue la formación política que mejor leyó el 15M y que supo articular tanto las demandas concretas -también muy heterogéneas- como la pulsión emocional del momento ciudadano que politizó a toda una generación. Pero que fuera Podemos es una afortunada contingencia. Lo cierto es que aquel 2011 que lo cambió todo pudo decantar tanto a un lado como al otro. Dicho de otro modo, pudo tanto ser una fuerza progresista como Podemos la que articulara las indignaciones legítimas, como un movimiento de otro color y otra ideología. Pudo, en efecto, ser la extrema derecha la que coleccionara aquel voto de indignación justificado. Es más, basta echar un vistazo a lo que ocurría en países vecinos para entender la contingencia de Podemos en dicho escenario.

La excepcionalidad española

Era enero del 2011 -cuatro meses antes del 15M español- cuando Marine Le Pen fue elegida Presidenta del Frente Nacional francés. Su presidencia ha tenido una serie de altibajos pero su discurso político ha sido siempre muy claro: cierre de fronteras en plena crisis humanitaria, discurso antieuropeísta y medidas de corte conservador en materia de derechos civiles (derechos de la mujer, derechos de los colectivos LGTBIQ, etc.) En las elecciones al parlamento europeo de 2014 -las primeras elecciones de Podemos que supusieron un terremoto en España pues lograron entrar con 5 diputados pese a que las encuestas les daban tan sólo uno- Marine Le Pen logró que el Frente Nacional francés fuera la primera fuerza política francesa y obtuviera el 25% de los votos.

Por otro lado, antes de dichas elecciones europeas (2013), nacía el partido de extrema derecha alemán, ‘Alternativa para Alemania’ (AfD) y en 2014 lograron obtener el 7% de votos y siete eurodiputados. En efecto, España se consolidaba como una excepcionalidad europea donde la extrema derecha había sido neutralizada pues la indignación ciudadana había sido articulada por una fuerza política progresista y no ultraderechista.

Mientras que para las extremas derechas europeas el adversario era/es Bruselas, para Podemos no lo era/es en términos de sujeto, sino de políticas. El dedo acusador de la formación morada se dirigía a las políticas antisociales y austeritarias de una Europa que había renunciado a priorizar las urgencias de la gente y había optado por defender a los grandes poderes. Un discurso que en España logró muchos adeptos y que, aún a día de hoy con el discurso de la resignación colándose por las esquinas, sigue siendo tan vigente como aceptado.

Pero, el 2 de diciembre, en las elecciones andaluzas (la Comunidad Autónoma más grande de España), esa excepcionalidad de la que sentirse orgullosos dio un vuelco. VOX, la fuerza de extrema derecha española logró entrar en las instituciones gracias a las derechas del Partido Popular y Ciudadanos, que se sentaron con ellos a la mesa haciendo algo que en Europa no habíamos visto antes: blanquear a la extrema derecha como actor político ¿Por qué cometerían tal irresponsabilidad? Porque, en realidad, no son tan distintos. Y esta no es una afirmación retórica.

Ultraderecha: ¿amenaza o consecuencia?

He iniciado este artículo con una cita de Bertolt Brecht que apunta a la inutilidad de denunciar al fascismo si se deja de lado el caldo de cultivo del que surge. Cuando hablamos de la serpiente y el huevo de la serpiente nos referimos a esto: La extrema derecha no es otra cosa que la cría (el resultado) de un sistema en crisis cuyo colapso le permite tanto surgir como crecer y articular, finalmente, el enfado y la indignación de sociedades que se han visto profundamente golpeadas por causas que la extrema derecha no pretender resolver. Esta es la clave. Del mismo modo que Podemos logró articular las indignaciones legítimas de aquel 15M con un discurso impugnador del sistema, la extrema derecha española lo hace, pero desde la defensa de un retroceso en derechos y libertades y, sobre todo, exaltando el discurso de odio sin apuntar al verdadero causante de la crisis.

Las extremas derechas son consecuencia de las políticas de austeridad implantadas en la Unión Europea y que han relegado a las mayorías sociales a la supervivencia y han acabado con los estados de bienestar. La “receta” europeísta tuvo un marcado carácter neoliberal que quebró los servicios públicos, rompió los pactos sociales y terminó por dejar desamparada a una ciudadanía que, a fuerza de sobrevivir a este impacto, rechaza legítimamente que le arrebataran sus derechos y su futuro. Las políticas de recortes y austeridad son, por tanto, la serpiente que dio como nacimiento al “monstruo” de la extrema derecha. Pero este huevo de la serpiente, se convertirá, necesariamente, en serpiente. Entonces ¿fuera del voto de enfado, qué proyecto alternativo propone la extrema derecha? Ninguno.

Centrémonos en el caso español pues la evidencia habla por sí sola. En las recientes elecciones andaluzas, VOX logró entrar al Parlamento andaluz con 12 escaños que le permitieron definir el rumbo del próximo gobierno en esta Comunidad Autónoma. Gracias al blanqueo del PP y Cs, dispuestos a lo que fuera por llegar al Gobierno -incluido pactar con la ultraderecha- lograron imponer puntos de su agenda y utilizar este escenario como anticipo de lo que en abril podríamos ver si llegan al Congreso de los Diputados. Pero basta mirar con un mínimo detenimiento el pacto de las tres derechas en Andalucía para notar que si bien el voto de enfado está representado en estos doce escaños ultras, no existe una diferencia programática sustancial entre las tres formaciones.

Las evidencias más elocuentes son el acuerdo para bajar impuestos a quienes más poder adquisitivo y patrimonio tienen, defender la liberalización del suelo y la privatización las pensiones, la sanidad y la educación. El modelo económico no difiere ni en una coma. Las diferencias son, si acaso, matices en la intensidad conservadora de las batallas sobre derechos civiles (matrimonio homosexual, aborto, libertad de expresión, etc.), pero poco más. El huevo se hizo serpiente y la serpiente hizo lo mismo: apostar por ajustar el cinturón a quienes menos tienen, beneficiar a los grandes poderes económicos, apostar por los recortes de derechos (en lo laboral, en lo social, en lo político) y, en suma, dejar tranquilos los bolsillos de los poderosos. Dicho de otro modo, cambiar nada, garantizando así su subsistencia.

VOX saca réditos de la exaltación entre los más golpeados por las políticas que ellos mismos defienden. Movilizan a los más perjudicados por el abandono del Estado, por el quiebre del pacto social de los estados de bienestar y lo hacen sin apuntar a los verdaderos responsables de la crisis. Si a ello añadimos una “identidad nacional” repotenciada a partir del conflicto catalán, tenemos una pulsión nacionalista que constituye el lazo final en este empaquetado de variables útiles para que un discurso ultra se cuele por la puerta. Por ello es que la frase de Brecht resulta tan clarificadora. Porque el discurso de enfrentamiento entre el penúltimo contra el último, la exaltación de xenofobia, el nacionalismo exacerbado, el miedo al extranjero (al diferente), etc. es antes una estrategia que una ideología. Pero, a la hora de la hora, no tardan en ponerse de acuerdo sobre los grandes temas de fondo con sus pares del aquí llamado “trifachito”.

Si algo queda claro de la experiencia española -y europea- es que a la extrema derecha sólo puede combatírsela sabiendo apuntar al verdadero adversario y, por tanto, defendiendo un cambio real de políticas económicas y públicas que vuelvan a poner los intereses, demandas y urgencias de las mayorías en primera línea. Poniendo fin a las políticas de austeridad, a la precariedad que ellas generan, a los recortes, a la supervivencia como norma y volviendo a dar poder y protagonismo a las mayorías sociales que ha construido los países europeos. No basta, me temo, con llamarlos “fascistas” al margen de que lo sean.

Termino esta columna de reflexiones con una frase del analista político y compañero Manolo Monereo: “La crisis es el momento en el que la diferencia entre la audacia y la mediocridad es saber apelar a un pueblo y decirle: ‘Estos son tus enemigos’”. Una frase que sirve para la España que no quiere dejar de ser muro de contención contra la extrema derecha y, claro, para un Perú que siendo vecino de Bolsonaro podría tener -esperemos que no- que verse en la necesidad de saber apuntar también a los verdaderos enemigos.

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