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Internacional

Relatos de una integración inconclusa

Relatos de una integración inconclusa
Flickr de Presidencia Perú

Durante el último lustro América Latina ha registrado un conjunto de cambios político-ideológicos de sus gobiernos. Esta realidad ha impactado en los procesos de integración regional, en especial, en aquellos en los que se apostó al mercado interno, a un rol promotor del estado, a una inserción internacional coordinada con miras a tener autonomía en el manejo económico, así como a la búsqueda de una identidad construida en torno a la noción de una “patria grande”.

En Sudamérica, la pérdida de vigencia del discurso político prevaleciente durante la primera década del milenio se inició después de la muerte de Chávez, en marzo de 2013, y la posterior pérdida de popularidad de su sucesor, Nicolás Maduro, expresada en el triunfo de la oposición en las elecciones legislativas de 2015, que derivó en la reciente crisis humanitaria e institucional en ese país. Asimismo, con el triunfo de Macri en Argentina en diciembre del mismo año; la solicitud de juicio político en el Congreso a Dilma Rousseff en 2015 –que dio lugar a la asunción de Temer a la presidencia de Brasil–; y, el rechazo de la ciudadanía, mediante plebiscito realizado en febrero de 2016, a una nueva postulación de Evo Morales como candidato a la presidencia en 2019.

Este proceso se fue consolidando con el giro político del presidente ecuatoriano, Lenin Moreno, diametralmente opuesto al Movimiento Alianza País, fundado por Rafael Correa, que lo llevó al poder en abril de 2017; el triunfo del ultra derechista Iván Duque, en Colombia, en junio de 2018, y las graves acusaciones de corrupción a los expresidentes Lula y Kirchner. Este conjunto de acontecimientos ha incidido en la orientación de los procesos de integración, reforzando las aristas liberales.

Sin embargo, el triunfo de Jair Bolsonaro en Brasil, en octubre de 2018, trasciende este cambio de orientación en los procesos de integración y privilegia la negociación bilateral en línea con la política de Donald Trump. Su gobierno tendrá un impacto devastador en la integración sudamericana.

La integración al inicio del milenio

El inicio del nuevo milenio encontró a la región sudamericana en negociaciones para construir el Área de Libre Comercio Americana (ALCA) y la Asociación de Libre Comercio de Sudamérica (ALCSA), por iniciativa de Brasil.

En la primera cumbre de presidentes de América del Sur, realizada en Brasilia en el año 2000, se acordó hacer de un acuerdo de libre comercio entre el Mercosur y la Comunidad Andina (CAN) "la espina dorsal de América del Sur como espacio ampliado". La idea era fortalecer la capacidad negociadora sudamericana en otros procesos de negociación, bajo el supuesto que una América del Sur integrada económicamente, reduciría los costos de una liberalización con Estados Unidos, Europa y Asia.

Estas ideas fueron pronto empañadas por la política "práctica" de los gobiernos sudamericanos, pues meses después de la declaración de este propósito en la Cumbre de Brasilia, Chile, bajo la presidencia del socialista Ricardo Lagos, reinició negociaciones para un TLC con Estados Unidos. Al cabo de un año, en junio de 2001, se planteó en el Mercosur iniciar negociaciones con Estados Unidos, fuera del ALCA, en el marco del denominado acuerdo Rose Garden suscrito por éste, y los miembros del organismo, en 1991. Así, Argentina y Uruguay presionaron a sus socios para activar dicho acuerdo –que un incómodo Brasil aceptó– para adelantar dichas negociaciones. Pero la propuesta del Mercosur no prosperó por las complejas circunstancias políticas y económicas en el Cono Sur, acentuadas por la explosión de la crisis argentina en diciembre de 2001.

Mercosur: eje de integración en Sudamérica

Los cambios de gobierno en Argentina, después de la caída del presidente De la Rúa, determinaron un giro en la geopolítica de esta subregión. Las políticas neoliberales del Consenso de Washington y los programas económicos monitoreados por el FMI fracasaron en Argentina, hecho que generó la exigencia de los votantes a seguir un camino distinto. Ya Duhalde como presidente –enero de 2002 a mayo de 2003– se plegó a la tradicional posición brasileña. El triunfo de Néstor Kirchner en 2003 y del Frente Amplio en Uruguay, en 2005, junto al paraguayo Nicanor Duarte del Partido Colorado –que no obstruyó el accionar político de sus socios– imprimieron al proceso de integración un carácter más productivo y social que comercial, así como una mirada de inserción internacional basada en la coordinación desde la región.

En 2005 Venezuela fue aceptada como socio pleno del Mercosur y, en noviembre del mismo año, ninguno de los cinco socios firmó la declaración final de la Cumbre presidencial de las Américas en Mar del Plata, hecho que dio lugar al fin de las negociaciones del ALCA y al fortalecimiento político del Mercosur, al que Ecuador y Bolivia solicitaron formar parte como socios plenos.

La ruptura de la CAN

Paralelamente a estos sucesos, los gobiernos de la CAN, iniciaron las negociaciones para firmar un TLC con Estados Unidos en mayo de 2004. Estas fueron abordadas conjuntamente por el bloque subregional. Venezuela no participó de las mismas, pues solo fueron elegidos los países beneficiarios de la Ley de Promoción Comercial y Erradicación de la Droga en los Andes (ATPDEA).

Las negociaciones terminaron en una competencia por quién firmaba primero el acuerdo, y derribaron los cimientos del ya frágil proceso de integración andino. Estas significaron, en la práctica, la pérdida definitiva de la capacidad de propuesta del organismo de integración andino. La Secretaría General de la CAN, por exigencia de Estados Unidos, no participó de las negociaciones. Se estableció que, cuando concluyera el Tratado, sería informada, pero no podría objetarlo.

En esa carrera, la coordinación andina a nivel de gobiernos, se rompió, y el Tratado, que pretendía ser multilateral entre los socios andinos y Estados Unidos, adquirió un carácter bilateral. Perú fue el primero en concluir las negociaciones, casi tres meses antes que lo hiciera Colombia, a fines de febrero de 2006. El gobierno norteamericano suspendió las negociaciones con Ecuador debido a la reforma a la ley de hidrocarburos que buscaba generar más rentas para el Estado como resultado de los excedentes por el incremento de los precios internacionales del petróleo. En enero de 2006, luego del triunfo del Movimiento al Socialismo (MAS) en Bolivia, Evo Morales se retiró de las negociaciones. Así, los TLC suscritos por Perú y Colombia sirvieron de catalizador a las diferentes concepciones de inserción internacional que tenían los países andinos y tuvieron como primera víctima a la CAN, convertida hoy en un organismo de cooperación al haber abandonado la construcción de la unión aduanera.

Creación de la Unasur

La prevalencia de visiones políticas progresistas dio lugar a la creación de la Unión de Naciones Sudamericanas (Unasur). Tal es el nombre con el que en abril de 2007, los presidentes sudamericanos, reunidos por primera vez en la historia para tratar temas de energía, decidieron denominar a la hasta entonces, Comunidad Sudamericana de Naciones. En ese escenario, la isla Margarita, en Venezuela, decidieron no sólo llamarla de otra manera, sino también cambiarle el enfoque. Ésta sería concebida como un nuevo espacio de concertación política, en el que la seguridad regional, así como los aspectos sociales, energéticos y de infraestructura serían los ejes centrales de atención, relegando los aspectos comerciales. Este nuevo enfoque quedó plasmado en el texto de su Tratado Constitutivo, cuando un año más tarde, en mayo de 2008, los presidentes de la UNASUR lo aprobaron en Brasilia.

En su corta historia tuvo un rol protagónico durante la crisis por los enfrentamientos entre el gobierno central y los gobiernos regionales autónomos en Bolivia, en 2008; en las consultas sobre la instalación de bases militares de EEUU en Colombia, en 2009; y en el intento de destituir al presidente Correa en 2010. Sin embargo, al surgir gobiernos con diferente signo político al de sus impulsores, la Unasur no pudo albergar ya el proceso de paz en Colombia ni las conversaciones para lograr un acuerdo entre Nicolás Maduro y la oposición que evitara la erosión del Estado de derecho en Venezuela.

El entusiasmo con el que se inició este proceso de concertación política, en el que a regañadientes participaron Colombia y Perú, fue agotándose y la organización quedó acéfala desde enero de 2017 cuando el exsecretario general, Ernesto Samper, dejó el cargo. Como las decisiones se toman por consenso, Venezuela y Bolivia no aprobaron al candidato propuesto por Mauricio Macri, con lo cual no permitieron que la Unasur expresara la nueva correlación de fuerzas en Sudamérica.

Así, en abril de 2018, Chile, Colombia, Paraguay, Perú, Argentina y Brasil se retiraron temporalmente del organismo. En agosto de 2018, cuando Iván Duque asumió la presidencia de Colombia, se retiró definitivamente de la Unasur, al denunciar su Tratado, debido a su silencio frente a la situación de Venezuela. En marzo de 2019, Lenin Moreno le siguió los pasos al día siguiente de suscribir un acuerdo con el FMI por 4.200 millones de dólares. Después de creado el Foro para el Progreso y Desarrollo de Sudamérica (Prosur) el pasado 22 de marzo en Santiago de Chile, Argentina, Brasil y Chile anunciaron que denunciarán el Tratado.

Según el anfitrión de la primera cumbre presidencial de Prosur, Sebastián Piñera, se trata de “crear un nuevo referente en Sudamérica para una mejor coordinación, cooperación e integración regional, libre de ideologías, abierto a todos y 100% comprometido con la democracia y los derechos humanos”. El problema es que no existen foros libres de ideologías. Prosur es funcional al gobierno norteamericano y es una respuesta ideológica al fracaso de la Unasur en su intento por resolver autónomamente los problemas de la región.

La Alianza del Pacífico

Presentada como la niña bonita de la integración por su pragmatismo económico y abundancia de TLC suscrito con Estados Unidos, Unión Europea y países asiáticos, el 2012 vio nacer a la Alianza del Pacífico (AP). Esta fue vista con desconfianza por los presidentes Lula y Cristina Kirchner, como una herramienta para debilitar la integración política.

Pero el triunfo de Macri en Argentina en 2015, y la asunción de Temer en Brasil en agosto de 2016, permitieron un acercamiento del Mercosur a esta asociación a través de los guiños de la entonces presidenta de Chile, Michele Bachelet, quien proponía tender “un puente de convergencia” entre el Mercosur y la AP. Estas acciones tuvieron como telón de fondo, desde 2014, a la orquesta de la CEPAL con el nombre de “convergencia en la diversidad” que promovía el acercamiento entre los dos principales bloques de integración de América Latina. Recientemente, la Asociación Latinoamericana de Integración (ALADI) se ha sumado a la orquesta, al sostener que el Mercosur y la AP serán la clave del futuro de la convergencia regional por la densidad que representan ambos en términos de comercio, PBI y población.

Desde 2016, Argentina y Brasil propiciaron este acercamiento sin preocuparse por hacer pesar la diversidad, pues al sobrevalorar la AP, anhelaban una convergencia sin diferencias, en los que pudieran reinar también los TLC en el Mercosur. Ambos consideran que la abundancia de TLC permitiría recuperar el terreno perdido por el organismo durante los últimos años, el cual atribuyen a la sobre-valoración del mercado interno y un innecesario proteccionismo.

Este entusiasmo permitió que en julio de 2018, tuviera lugar una cumbre presidencial entre ambos organismos, en la que se emitió una declaración y un plan de acción conjunto para profundizar los vínculos comerciales entre ambos países y buscar acciones de cooperación. En esta misma reunión, Ecuador, aún en calidad de observador, pidió su incorporación a la AP.

El triunfo de Bolsonaro y de la corriente nacionalista

Sin embargo, el triunfo de Bolsonaro alterará la sinfonía de esta convergencia ya que el presidente brasileño no está dispuesto a seguir los pasos de la integración. Mientras que Macri y Temer buscaban imprimir un cambio en las políticas y en la forma de inserción desde el Mercosur, el exgeneral brasileño apunta a la bilateralidad y, por lo tanto, a la desaparición de los organismos de integración en la región, incluido el Mercosur. Durante la campaña electoral, Bolsonaro anunció que negociaría bilateralmente acuerdos comerciales con países desarrollados, hecho que motivó que el ministro de Producción de Argentina, Dante Sica, le recordara que Brasil formaba parte del Mercosur y que esas decisiones debían discutirse con los socios.

El triunfo de Bolsonaro forma parte de la corriente mundial ultraderechista y nacionalista vigente en Europa desde que en 2002 Jean Marie Le Pen, del Frente Nacional, suplantó a Lionel Jospin, del Partido Socialista francés, para participar en una segunda vuelta electoral frente a Jacques Chirac. Desde entonces, han triunfado Viktor Orbán, en Hungría; Matteo Salvini, en Italia; el BREXIT y, en nuestro continente, Donald Trump. Algunos de los comunes denominadores lo constituyen el rechazo a los migrantes y la desconfianza en los órganos de gobernanza supranacionales.

El presidente brasileño contó durante su campaña con el asesoramiento de Steve Bannon, arquitecto de la doctrina “Estados Unidos primero” y principal estratega de Trump hasta agosto de 2017. Bannon considera ese triunfo como la salvación para un continente donde Venezuela implosiona, en Argentina gobierna el FMI y Brasil, atravesado por una imparable violencia, no consigue remontar el crecimiento, ni el casi 13 % de desempleo. Por eso, Bolsonaro fue invitado a la primera Cumbre presidencial de “El Movimiento”, organización política, con sede en Bruselas que pretende unificar todos los movimientos de extrema derecha y populistas en Europa.

El lema de Bannon, impulsor de la iniciativa, es que los ciudadanos vuelvan a tener el control sobre sus países, estados fuertes y fronteras seguras. Al igual que Trump, Bolsonaro desconfía de las instituciones internacionales, y subestima las políticas contra el cambio climático. Su partido (PDL) considera que la OEA carece de credibilidad y que la ONU tiene un tinte izquierdista y globalista.

En el plano regional, este enfoque nacionalista y de irrespeto a la institucionalidad internacional trasciende el giro de políticas en los organismos de integración y, más bien, apunta a su destrucción, tal como está sucediendo en el Mercosur, la Unasur y la Celac.

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