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Libros

Sobre "ana c. buena" de Valeria Román

Sobre "ana c. buena" de Valeria Román
Ana Lia Orézzoli

Comenzaré planteando dos proposiciones abiertamente contradictorias entre sí. La primera es que es fácil entrarle al nuevo libro de Valeria Román. La segunda es que no lo es. En lo que sigue trataré de explicar por qué.

Cuando digo que es fácil entrarle al nuevo libro de Valeria, lo que quiero expresar es que es fácil si uno lo lee prescindiendo de todo lo demás. Quiero decir: si este fuera el primer libro que publica Valeria, entonces sería fácil entrarle, declararlo un libro “fuerte y potente”, encasillarlo en cierta corriente de escritura de mujeres, reconocer en él una declarada urgencia expresiva que va de la mano con un marcado disgusto por el estado de cosas en el que vivimos—y en el que viven las mujeres en particular. Y aún así, si seguimos los parámetros tradicionales de aproximación, sería un estupendo primer libro.

Pero no lo es; es estupendo, pero no es un primer libro. Y si bien tiene méritos propios, considerar su presencia al lado de lo que Valeria ha escrito y publicado antes creo que mejora el juicio que podamos tener sobre ana c. buena como proyecto de escritura. Pienso, en particular, en un libro anterior, tal vez inmediatamente anterior, un conjunto de 14 poemas sin título al que me referiré por su breve primer verso, desta. Este conjunto de poemas está incluido en un libro de fotografías de Herbert Mulanovich (Triza la luz, Meier-Ramírez, Lima 2019).

Entonces, lo que quiero decir cuando digo que no es fácil entrarle al nuevo libro de Valeria es que si se lee con desta al lado, lo que surge de esta lectura paralela y complicada, es algo muy instructivo para todo aquél que se tome la escritura de poemas en serio. Porque más allá de lo que dice Valeria en su nuevo libro (más allá de lo que dice como libro autónomo e independiente y más allá de lo que en términos del propio libro es “pasar hambre”) lo que sospecho que Valeria está poniendo sobre la mesa es la cuestión de cómo escribir. En sus términos: "¿qué poemas eres capaz de escribir sabiendo lo que sabes?" (p. 23).

Haré un breve rodeo teórico para ver si puedo llegar a una síntesis posible de todo esto. Hace casi unos 30 años que Badiou viene sosteniendo la idea de que el poema expresa una verdad. Lo que quiere decir Badiou es doble: por un lado que, en efecto, hay verdades poéticas —al lado de las matemáticas, políticas y las del amor— y por el otro que compete al filósofo hacer composibles todas estas verdades, es decir leerlas como construcciones universales e inmanentes.

Ahora bien, ¿cuál puede ser la verdad de un poema? ¿Cuál es—por ejemplo—la verdad de Trilce IX? La pregunta es necesaria, pero es extraña. Extraña porque, si la comparamos con algo similar en matemáticas, nadie se pregunta cuál es la verdad de “2 + 2 = 4”. Sólo que lo es.

Lo primero que debemos advertir es que verdad no se opone aquí a falsedad sino directamente a opinión. La diferencia entre verdad y opinión es clara. El único soporte de una opinión es que le pertenece a una persona. Es porque la opinión es suya que la aceptamos como opinión, sin necesidad de más argumentos. En este sentido, la opinión es hija de la propiedad privada: la opinión existe porque le pertenece a alguien. Una verdad, por el contrario, requiere de evidencia, pero además, requiere de no estar atada a una persona. No le pertenece a nadie en particular. Cito a Valeria: “pensé en eliminar todos los sujetos / de mi escritura”, los sujetos “qué cosa más anticuada” (p. 35).

Si el poema expresa una verdad es porque no expresa una opinión.

Y, sin embargo, el poema también expresa opiniones. Valeria: “herví el agua, preparé así el café / observé sin asombro las noticias del día…” (p. 33). Todo eso es así porque ella lo dice. Es inevitable emitir opiniones en un poema, desde los datos de la experiencia más inmediata hasta las inmensas generalizaciones celestes. Pero el cansancio de Valeria con los sujetos es con los sujetos que se la pasan “hablando de sí mismos” (p. 35). Porque, si te la pasas hablando de ti mismo no tendrás más que opiniones.

Archivo La Plebe

Fotografía de Ana Lía Orezzoli</em>

¿Qué hay de valioso en la verdad? Que es universalizable, que lo es para todos —a pesar del conocido mantra posmoderno que afirma que no hay tal cosa como una verdad para todos—. Tal vez no la haya, pero debemos actuar como si la hubiera. De lo contrario sería imposible escribir poemas.

Lo universalizable es posible porque sigue una forma.

Un poema de Safo, por ejemplo su célebre Fragmento 47 (“Amor me ha sacudido el alma, como el viento desde el monte que se arremolina entre las encinas.”) puede ser leído en pleno siglo XXI (¡más de 2500 años después de haber sido escrito!) y nos sigue haciendo temblar, no gracias a la anécdota de que ella amaba desesperadamente a alguien. Si hubiera escrito “amo desesperadamente a mi amada” no la leeríamos hoy día. Lo que Safo hizo fue mostrar esa desesperación en una forma, la desplegó en una forma, y fue la forma la que encarnó su violencia y la volvió, por así decirlo, eterna. Es la forma la que hace que una verdad esté disponible a otros.

Para sobrellevar el cansancio de los “sujetos que se la pasan hablando de sí mismos”, Valeria convoca a una segunda persona, a ana c. buena, mitad admonición moralizante, mitad nombre propio (aunque tan poco propio que siempre está escrito en minúsculas). Tampoco es imposible que ana sea ella misma o una versión de ella misma. No importa; en todo caso, es a ella, a ana (en cualquiera de sus avatares) que va dirigido casi todo el libro; casi, porque hay momentos, como en el “panfleto #4”, en los que Valeria se dirige a una audiencia más amplia, a la “segunda fila de la historia”, a la “audiencia hambrienta” (p. 27). Este no hablar–de sí misma sino este hablar–a otros (así sea bajo el truco retórico del vocativo de segunda persona) es el primer paso hacia una verdad que quiere liberarse de la mera opinión.

Quisiera hablar, a propósito de esto, de cierto perro negro que aparece en las pp. 34-5 del libro de Valeria. Ella lo emplea como la metáfora animal de “la decadencia propia de la burguesía y su gusto mediocre” (p. 34). ¿Cómo se manifiesta? El perro asoma educado, amigable, tiene un currículo impecable, ostenta premios y títulos. Es contra esto, especialmente contra la forma educada, que la forma violenta del libro de Valeria se expresa. Es más, hasta me atrevería a sugerir que Valeria sospecha y teme que la forma de desta, el poemario anterior al que me referí al inicio, es todavía “forma educada”. Ante ello, Valeria rechaza la metáfora animal y, en un gesto maravilloso, abandona perro por clima para encontrar algo que abarque bastante más que las andanzas del pobre cánido. Pero al final, Valeria no puede huir del todo, al menos no sin dejar huellas. Y entonces le pregunta a ana ¿cómo estás? y se (o le) responde: “¿qué más podría decir? / bien. quiero decir, bien dentro de todo” (p. 35). “bien dentro de todo” no es sino la refinada expresión educada de esa mediocridad de la que Valeria quiere zafarse. Zafarse, porque toda opinión es una forma educada en tanto toda opinión siempre puede prefijarse con la fórmula “a mi me parece…”.

Si la verdad del poema es algo, es algo no educado.

Regreso a desta porque es ahí donde Valeria abre las maquinaciones de ana c. buena. Como sabemos, gramaticalmente desta es la contracción de “de + esta”. Valeria emplea esta forma al comienzo de su libro anterior (habla “destas largas playas”, “desta costa”, “destos hombres, destos cuerpos”) y salvo una mención en el breve poema 6, evita la forma articulada “de + esta” hasta el poema 10 donde comenta “la transparencia de esta, / la vida moderna / fragmentada / inútil”. De ahí en adelante, la forma fragmentada se impone: “de esta, mi época”, “de esta, tu época”, hasta que en el poema final vuelve a la contracción para afirmar “desta vida / … / deste corazón”.

Esta imposible dialéctica entre la contracción y la forma articulada es la que en ana c. buena encuentra una solución violenta, una verdad. ¿Cómo, en efecto, enfrentar una vida moderna articulada, fragmentada, inútil, cuando lo que buscamos es un lenguaje que “aburrido de la tradición, / proponga una teoría capaz de cubrir hasta el mínimo / pliegue de la totalidad social” (p.13). O, en los términos de mi comentario: ¿cómo escribir? Esa es la dificultad del nuevo libro de Valeria. La búsqueda (y el hallazgo) de una forma no educada que pueda contener hasta el desborde toda la violencia de una escritura que sobrepase la mera opinión y la vanidad de la experiencia puramente personal.

ana c. buena de Valeria Román. La Balanza Taller Editorial, Lima 2021.

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