La derecha y el anticomunismo
En su clásico discurso “La política como vocación”, Max Weber señala que la lucha política se puede dividir entre aquellos que tratan de mantener la distribución del poder actual y los que buscan modificarla; entre los que mantienen el statu quo y los que quieren cambiarlo. 1 En otras palabras, entre conservadores y revolucionarios, o reformistas. El resultado lógico de este conflicto por el poder debería ser el debate ideológico, el enfrentamiento entre discursos y formas de concebir la composición de la sociedad. Para que esto pueda ocurrir es necesario algo que, aunque obvio, es indispensable: contar con argumentos, con un discurso dotado de sentido.
Cuando el sentido no existe, como dice Hanna Arendt, el discurso se apaga y se impone el silencio. 2 En consecuencia, fracasa la política y emerge la violencia, verbal o física. Ante la falta de ideas, los clichés cobran relevancia y la democracia se ve debilitada, cuando no arrasada simplemente. No hay que ser muy zahorí para concluir que esto es lo que pasa en Perú desde hace ya algunas décadas (desde los años 90), pero que se ha mostrado de manera impúdica en las recientes elecciones generales, más enfáticamente en la segunda vuelta, en la que se enfrentaron la derecha (el fujimorismo) y la izquierda (Perú Libre).
En efecto, las recientes elecciones llevadas en medio de una de las crisis políticas e institucionales más profundas de la historia peruana agudizada por la pandemia y el descalabro económico, han sido catalizadoras de los abismos que dividen el Perú. Insondables profundidades que estaban ahí pero que algunos no aceptaban que existían o no querían dejar ver, elaborando imágenes confusas para ocultar o disimular nuestras deudas históricas; enviando mensajes con la pretensión de crear un “clima” de optimismo y de “sí se puede”. Quienes quieren mantener la actual distribución del poder, los defensores del statu quo, son los que proyectaron la ilusión de que íbamos en camino de ser una potencia mundial. Pero en esta hora ya es incuestionable que ese propósito solo resultó una pretensión ingenua o mal intencionada.
El contexto electoral agudizó el conflicto político, pero no estimuló la confrontación de ideas o de argumentos. Las opciones entre los que representaban el conformismo y el inmovilismo, y los que pretendían encarnar los cambios, en cualquier grado, derivaron rápidamente en enfrentamientos verbales, cuando no físicos. El afán por convencer desapareció de la lucha política peruana.
La derecha, elemental en sí misma (salvo excepciones, pero ligadas más a actividades académicas o periodísticas, no políticas), ha estado permanentemente en guardia y a la defensiva, alerta ante cualquier propuesta de cambio para obstaculizarla, utilizando para ello a gran parte de los medios de comunicación. Autodefinida complacientemente como democrática, en realidad es más autoritaria de lo que está dispuesta a reconocer: el autoengaño es otra de sus características. Dispuesta a conservar el orden tal cual, a no conceder ninguna modificación en la distribución vigente del poder, y al carecer de argumentos ?es decir, de un discurso con sentido?, la derecha apela a la fuerza y al escarnio; recurre a acusaciones sin explicación (la del fraude electoral es la más evidente y patética); a ciertos clichés que van siendo cada vez más confrontacionales, utilizando las palabras como armas, entendiendo la política como guerra, identificando al adversario como enemigo y buscando dividir a la sociedad en dos bandos enfrentados en una batalla.
El debate ideológico y político cede su lugar a los calificativos utilizados por la derecha siempre en sentido denigratorio: populista, caviar y finalmente comunista, asociándolo sibilinamente a terrorista. En efecto, el término populista es blandido como sinónimo de demagogo, clientelista, irresponsable, hasta llegar ?sin más? a corrupto. De esta manera, echa por la borda un concepto caro a la sociología política latinoamericana y mucho más complejo de cómo se blande. Basta revisar la bibliografía acumulada por décadas. El del populismo es un recurso de la derecha para desprestigiar cualquier asomo de cambio en las políticas del Estado.
Por su parte, caviar sigue siendo una palabra ?no un concepto?, de significado equívoco cuando no indescifrable. Se puede intuir que el caviar es el ciudadano que proviene de un estrato socioeconómico alto o medio-alto pero que se identifica superficialmente con posiciones ideológicas de izquierda. Es decir, el caviar es un falso. El fundamento de esta sinonimia espuria ?se puede colegir?, es que sólo los pobres pueden ser de izquierda. Invirtiendo el argumento pero manteniendo la lógica, podría decirse también que sólo los sectores acomodados se pueden identificar con la derecha. Entonces, ¿qué pasa con los pobres que votan por los candidatos de derecha? ¿Tendríamos que definirlos buscando un nuevo cliché? Un enfrentamiento así de precario e insustancial produciría la profundización de un ambiente de guerra que destruye cotidianamente la política, peor aún, la política democrática.
Pero el grado más alto de este enfrentamiento vacío es la arremetida de la derecha contra la izquierda bajo el pretexto de defender la democracia ante el peligro comunista-terrorista que representaría Perú Libre (PL). Como no le bastó a la derecha acusar a los enemigos de populistas o de caviares apeló al anticomunismo, y con ello remontó nuevos límites. La expresión más nítida de esta forma de concebir la lucha política es la que Rafael López Aliaga, quien con desparpajo soltó en público: “Muerte al comunismo, muerte a Cerrón y a Castillo. No puede pasar eso acá”. Lo hizo durante una manifestación que se autodenominó, paradójicamente, “Marcha por la democracia”. Defender la democracia supone, en su lógica, matar al comunista; para ser demócrata es necesaria la violencia. Una contradicción evidente. Pero no solo eso. El partido de López Aliaga, Renovación Popular (RP), es uno que, así lo dice explícitamente, tiene principios cristianos. Como sostiene Juan Carlos Ubilluz: Pasemos ahora al otro gran pilar de su candidatura: el evangelismo. A pesar de que López Aliaga no se ha convertido al evangelismo como Kast y Bolsonaro, es un devoto miembro del Opus Dei que practica el celibato y la mortificación del cuerpo. Y además ha obtenido el apoyo de evangélicos pentecostales y neopentecostales… 3
Exacerbación de la violencia verbal y física, anticomunismo rabioso y utilitaria base religiosa (a favor de la política) son los elementos que permiten esbozar el perfil de lo peor de la derecha peruana en la actualidad. Pero no carece de antecedentes, por el contrario, RP hace recordar a la derecha de los años 30, es decir, la del sanchezcerrismo, del fascismo y de la dictadura de Óscar Benavides: anticomunista, represiva y conservadoramente católica que se autoimpone la misión de salvar la nación. Para utilizar un término de Enrique Krauze,4 redentores, pero de derecha, a los que justamente no estudia el historiador mexicano.
Por otra parte, la derecha, en un primer momento liderada por Keiko Fujimori ?durante la segunda vuelta de la campaña electoral? y ahora, durante el gobierno de PL, por Lourdes Flores, se autoidentificó como la representante de la nación; señaló a los simpatizantes de PL ?y de paso a los de toda la izquierda?, como los enemigos del país, por ser comunistas, precisamente. En este punto es donde se observa sin ambages la intolerancia de la derecha y su poca vocación democrática. En palabras de Keiko Fujimori: … tengo que rechazar estas afirmaciones que no hacen más que demostrar que el señor Pedro Castillo lo que busca, como él mismo lo ha dicho, es una lucha de clases, lo que demuestra es su reafirmación por el pensamiento marxista y comunista. La lucha de clases, la confrontación y el odio entre peruanos es algo que nosotros no debemos aceptar, porque esto no lleva de inmediato a pensar en lo ocurrido en Venezuela y en otros países. 5
Con desparpajo, Fujimori atribuye a Castillo, a PL, y a la izquierda en general, vocación por la confrontación y el fomento del odio, cuando fue ella -y la derecha que la que sostuvo y sostiene- la que ha mantenido un lenguaje confrontacional y violento. Pero algo más, a esta posición contra el comunismo, Fujimori añade lo más grave al intentar dividir al Perú en dos bandos: El mal que debemos evitar todos los peruanos unidos es que se instale un modelo comunista, estatista y expropiador. A eso me refiero cuando digo que debemos promover un gran reencuentro entre todos los peruanos y así como nos unimos contra el comunismo podemos unirnos para vencer la pandemia y la crisis económica. Este debe ser solo el primer paso.
Es paradójico lo que sostiene Fujimori. Dice desear la unión de los peruanos, pero previa identificación del enemigo: los comunistas. Detrás de la prédica aparentemente conciliadora se halla la propuesta de la división. Y esto es nefasto para la política, pues si hay algo intocable en la construcción de una política democrática es precisamente la nación, la comunidad política, entendido como el terreno común dentro del cual todos los actores pueden disputar el poder.
Fue la derecha, queriendo aparecer ante la opinión pública como la encarnación del país, la que lo dividió. Hemos visto cómo Fujimori y sus seguidores buscaron apropiarse de los símbolos emblemáticos comunes, descartando simultáneamente a aquellos ciudadanos que, a su entender, no son buenos peruanos (hay también una objeción moral implícita). La nación soy yo, parecía decir Fujimori, desconociendo la existencia de interlocutores iguales y socavando el sentido de la convivencia democrática. En la base existe un rancio rechazo a la pluralidad política y social. La derecha no admite otra representación política que no sea la que considera funcional a sus posiciones; esta intolerancia política se expresa en su imposibilidad de convivir con tolerancia las diferencias sociales y culturales.
Rechazando de palabra el odio, Fujimori sembró encono; diciendo querer preservar la unidad nacional, dividió al país. Pero lo más absurdo de la campaña del fujimorismo fue que se amparó en el apoyo de Mario Vargas Llosa, quien fue su vocero, válido o legitimador, quien en infinidad de ocasiones ha afirmado que el nacionalismo es un sentimiento funesto, propio de personas egoístas, causante ?con la religión? de las mayores barbaridades de la humanidad. El nacionalismo entendido como fanatismo. ¿Cómo un escritor que piensa de esta manera pudo ser el legitimador de la campaña, en apariencia nacionalista, del fujimorismo? Lo más absurdo fue la invitación que le hicieron los Vargas Llosa (padre e hijo) a Fujimori para disertar sobre la libertad: ¿el fujimorismo como defensor de los derechos civiles?, ¿Fujimori como la encarnación de la defensa de la libertad, valor superior que el escritor sostiene como su norte ideológico? Paradoja oportunista, evidentemente, que ayuda a develar el talante demagogo de la derecha peruana. No es genuina ni leal políticamente hablando. En el fondo, preserva una mentalidad racista y discriminadora. Como afirma Nicolás Lynch, “para la derecha rancia este mínimo de modernidad es insoportable. Ante el fracaso de la reinvención neoliberal ha tenido que desempolvar el racismo encomendero para movilizarse y gritar ?comunismo?, frente al reclamo mayoritario de un país que quiere trabajo para su población y un trato igualitario entre sus ciudadanos”.6
Hay algo más, que se entrelaza con todo lo anterior y lo explica: la defensa del modelo económico. Para la derecha no puede ser tocado por ningún motivo. En otras palabras, bajo la “campaña blanquirroja” se ocultó el objetivo de mantener la actual distribución del poder. Y para ello todo valía. Incluso la insinuación no tan velada del golpe de Estado (paradójicamente como forma de defender la democracia) publicada en una carta firmada por militares en retiro. Es el ejercicio del chantaje contra el gobierno de PL para tratar de que el Ejecutivo se parezca lo más posible a lo que la derecha quiere. 7 Los elementos del sentido común de la derecha peruana son la protección del statu quo, del modelo económico, la defensa superficial de la democracia, el rechazo a la pluralidad política y social, la intolerancia y el anticomunismo.
Fujimori ha sido extremadamente explícita resumiendo todos estos elementos:* …siempre voy a defender la democracia, yo no creo en el comunismo, el comunismo sería lo peor que le puede pasar a nuestro país. Tenemos que defender las libertades, la economía social de mercado, la inversión privada, el Tribunal Constitucional y al Congreso. El señor Castillo ha anunciado que probablemente lo cierre o lo disuelva. Eso no ocurrirá con Keiko Fujimori. De llegar a ser presidenta del Perú, mi gobierno será de cinco años y punto* (sic). En la misma línea se encuentra Vargas Llosa, quien afirmó que Pedro Castillo y Vladimir Cerrón “…encarnan un poder revolucionario del cual será difícil soltar en un tiempo gubernamental de cinco años”; que “…establecerán en el Perú un sistema socialista, donde el control de las futuras elecciones estará exclusivamente en el poder” 8
Más allá del modelo económico, es válido preguntarnos si esta derecha puede asegurar de veras la democracia. ¿O sólo puede existir ésta bajo el modelo actual? ¿No es posible entonces modificar la distribución del poder? No perdamos de vista que para la derecha hacerlo implica perder también influencia y status, acceso a las esferas de decisiones, la desaparición de las argollas que usualmente los han respaldado, la destrucción de esas microsociedades corruptas. No sólo es el temor a perder privilegios económicos (que sustenta el modelo), también es el miedo a ser despojados de todos los elementos que supuestamente dan honor, prestigio y notoriedad. La modificación de la distribución del poder aterra a la derecha, oponerse a una nueva Constitución es estar en contra de la legalización de nuevas reglas en el acceso al poder.
Footnotes
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Weber, Max (1979). El político y el científico. Madrid: Alianza Editorial. ↩
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Arendt, Hanna (1953). Comprensión y política (Las dificultades de la comprensión). ↩
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Ubilluz Raygada, Juan Carlos (2021). Sobre la especificidad de la derecha radical en América Latina y Perú. De Hitler y Mussolini a Rafael López Aliaga. Discursos del Sur, núm. 7, enero/julio. ↩
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Krauze, Enrique (2011). Redentores, ideas y poder en América Latina. Buenos Aires: Debate. ↩
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Fujimori, Keiko (2021). "Debemos evitar que se instale un modelo comunista y expropiador". Entrevista de Sebastián Ortiz Martínez. El Comercio. Lima, 19 de abril de 2021. ↩
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Lynch, Nicolás (2021). Perú 2021: un bicentenario fallido. Otra Mirada. Lima, 4 de agosto. ↩
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Adrianzén M., Alberto (2021). La oposición: del chantaje al golpe Otra Mirada. Lima, 17 de agosto. ↩
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Vargas Llosa, Mario (2021). “Votaré por Keiko Fujimori ante el peligro inminente del comunismo” Infomercado. ↩