8 AGO—OCT 2021

Doscientos años después

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Ilustración: Centenario y Bicentenario. Ilustrador: @jotailustra

CONTENIDO

PRESENTACIÓN

A diferencia de otras celebraciones similares en nuestra historia, el Bicentenario de nuestra independencia ha pasado, como se dice, raspando. Cuando se celebró nuestro primer Centenario el país (en realidad Lima) recibió varios monumentos como regalo de distintos países, los cuales hasta ahora adornan nuestra ciudad. En esos años Lima vivió incluso lo que muchos consideran su primera gran expansión urbana. Se respiraba un aire o una atmósfera que se llamaba Patria Nueva, un proyecto impuesto por el dictador Leguía (1919-1930). A ello se sumó un proceso de modernización de la sociedad y del Estado y al mismo tiempo el surgimiento de una generación de intelectuales llamada la Generación del Centenario, que cuestionó severamente el país y que entabló una polémica con la generación anterior, llamada del novecientos. Los procesos de esos años permitieron, como bien señala José Ignacio López Soria en su artículo en este número de Quehacer, que queden instaladas "dos perspectivas contrapuestas, capitalismo y socialismo, que se pelearán la primacía y los espacios de influencia durante casi todo el siglo XX”.

El Sesquicentenario, es decir los ciento cincuenta años de nuestra independencia, si bien con menos monumentos y regalos de otros países, también fue celebrado en una atmósfera que demandaba, al igual que en el Centenario, una Patria Nueva pero esta vez plebeya y popular, promovida, curiosamente, por una dictadura militar. Fueron los años de la Revolución de las Fuerzas Armadas, del velasquismo, de la multiplicación de los sindicatos obreros, del nacimiento de una nueva izquierda, de una nueva modernización, de la migración del campo a la ciudad, del descubrimiento de otro pasado y de otras y otros héroes de esta nueva historia, como Túpac Amaru, Micaela Bastidas y María Parado de Bellido; de la apertura del Perú a un sistema internacional no alineado y solidario con el Tercer Mundo y en el que el nacionalismo encontraba un espacio central y legítimo. La propia Independencia fue cuestionada tanto por intelectuales como por políticos al calificarla de “impuesta” desde el exterior (San Martín, Bolívar y las tropas extranjeras) e incluso se señaló el poco entusiasmo de los peruanos de ese entonces en apoyar esta gesta libertadora. Fue en este contexto que surgió la idea de una “segunda independencia nacional”, propuesta que hoy, en un contexto neoliberal, pretende ser reemplazada por la "invención" de un pasado de impronta liberal, pero también por la negación de esa independencia en razón de que vivimos en un mundo globalizado.

Este Bicentenario, modesto por cierto, nos encuentra en un contexto que para algunos sectores se vive con temor y con mucha incertidumbre, mientras que para otros con un aire de esperanza en el futuro. Acaso porque vivimos una pandemia y una crisis sanitaria que ya nos ha costado más de doscientos mil muertos y que nos ha hecho tomar conciencia de las enormes limitaciones del sistema de salud y del propio Estado, por la crisis económica y política que genera desempleo, malestar y zozobra. En los últimos cinco años hemos tenido cuatro presidentes y dos congresos, y ahora en el Congreso se escuchan también voces que amenazan con vacar al actual Presidente. Acaso porque quien ganó las elecciones, un profesor rural de Cajamarca llamado Pedro Castillo, constituye, como afirma Eduardo Ballón en este número de Quehacer, “un resultado histórico porque supone la ruptura del patrón tradicional del país” o porque, como dice Ana María Guerrero, “la fiereza de la campaña en su segunda vuelta electoral remeció al Perú en el Bicentenario”.

Y si bien se pueden añadir otros factores, me interesa resaltar que el debate sobre el Perú y el significado de nuestro bicentenario se ha dado entre intelectuales o profesionales del saber y han estado ausentes, de manera bastante visible por cierto, los políticos. Se podría decir que este es un Bicentenario sin una generación de políticos-intelectuales como fueron las del Centenario y el Sesquicentenario. Y si bien hay que reconocer que la presencia de la mujer, del pasado y del presente, ha sido visible en este Bicentenario, importa también decir que como nunca se ha sentido esta fractura entre los intelectuales y los políticos o entre la intelectualidad y la política, tema que anotó Alberto Flores Galindo en su conocido Testamento a inicios de los años noventa del siglo pasado, cuando afirmó: “Se requiere de intelectuales. Pero insisto, lo lamentable es el desencuentro entre ellos y la militancia política”.

Sobre estos temas, incluyendo la muerte de Abimael Guzmán, el llamado “Presidente Gonzalo”, el anticomunismo en el país y los trabajadores en el Bicentenario. hablamos en este número ocho de Quehacer. También sobre el debate respecto a los medios de comunicación y sobre la pandemia en Arequipa. En la sección internacional se aborda la derrota de EEUU en Afganistán, el fin del Grupo de Lima y el Brasil de Bolsonaro. En la sección cultural publicamos diversos artículos, entre ellos sobre los efectos de la pandemia en el cine peruano, una nota sobre el historiador Alberto Flores Galindo y también un texto sobre Utopía y Praxis. Y, finalmente, tenemos como siempre nuestra sección de comentarios de libros.

Quisiéramos agradecer a todas y todos aquellos que contribuyeron para que este octavo Quehacer en versión digital salga a la luz. En especial a quienes colaboran con sus textos. A ellos y ellas una vez más mi gratitud. Por último, pedimos disculpas por el retraso que hemos tenido en esta edición, creemos que ha valido la pena, pero ustedes cómo lectores tienen la última palabra.

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