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Internacional

Europa: Horizontes inciertos en tiempos de guerra

Europa: Horizontes inciertos en tiempos de guerra
Sergei Chuzakov. European Union 2022. En: multimedia.europarl.europa.eu

Cuando el 11 de septiembre de 2001 las Torres Gemelas se convirtieron en escombros, más de un analista imaginó que se trataba de la primera guerra mundial del siglo XXI. Una suerte de ruptura violenta frente a la unipolaridad global que la caída del Muro de Berlín y la subsiguiente desaparición de la U.R.S.S. habían iniciado.

Nadie imaginaba entonces que veinte años después, otra guerra —tal vez menos cultural y más política y económica— iba a sacudir directa o indirectamente buena parte del planeta, dibujando los perfiles aún inciertos de un nuevo orden internacional, no menos polarizado que aquél de la Guerra Fría, pero con dimensiones más plurales y con protagonistas del mundo emergente (como los BRICS) que no existían entonces. En estos días Europa enfrenta una crisis energética que se anuncia gravísima para el próximo invierno, una inflación desbocada y subidas de los tipos de interés del Banco Europeo (pobre de los que tengan préstamos hipotecarios): una nueva era en un escenario sin precedentes.

Tras la última cumbre de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) realizada en Madrid en junio de este año, parece evidente que la Unión Europea está aún lejos de la unanimidad. Las divergencias que marcan las posiciones de sus 27 integrantes —treinta si se cuentan a Noruega, Islandia y Liechtenstein, miembros del Espacio Económico Europeo — evidencian diferencias importantes en relación a las inquietantes compuertas abiertas por la guerra Rusia-Ucrania. Los Estados-miembros ilustran la confusión y la búsqueda de nuevos discursos y espacios de acción de los partidos políticos. Los semiólogos dirían que se trata de un cambio, si no de actores, al menos de roles actanciales.

Una de las preocupaciones centrales se resume en una frase: con los EE. UU. sí, pero ¿hasta dónde podemos llegar con esta alianza? Cabe recordar que, hasta la fecha, Estados Unidos no ha sufrido más que de modo muy indirecto las consecuencias de una guerra que Washington alimenta vivamente a través del envío de todo tipo de ayuda militar y armamento pesado al presidente ucraniano Volodimir Zelenski. Por otra parte, no todas las democracias europeas se sitúan en el mismo nivel en relación a China. Es EE. UU. quien impuso, en el documento final de la Cumbre de Madrid, el llamado nuevo “Concepto Estratégico” que incluye como una de las preocupaciones principales a futuro el crecimiento del gigante asiático.

En este contexto la aproximación —que no alianza— entre China y Rusia resulta especialmente preocupante para las potencias occidentales. Otra preocupación cortoplacista es la crisis energética. Hay un marcado contraste entre los países ibéricos cuya dependencia del gas ruso era muy limitada y otros, como Alemania y varios Estados del Este europeo como la República Checa, Eslovaquia, Hungría y Bulgaria con una alta dependencia. La consigna que ha dado Ursula von der Leyen, actual presidenta de la UE, de disminuir un 15% el consumo de gas en previsión a un corte total del gas ruso este invierno, no será respetada por los países ibéricos. España y Portugal sostienen que “han hecho los deberes” y no se les puede exigir un sacrificio que no ameritan. “No nos pueden obligar a reducir los suministros aquí para que Alemania esté bien” dice Teresa Ribera, ministra socialista de Transición Ecológica, más aún cuando la propuesta de la UE no les fue consultada y España es hoy puerta de entrada del 30 por ciento del gas licuado que se consume en Europa.

En Alemania la situación es muy difícil porque 65% del gas que consume venía de Rusia a través del gasoducto North Stream 1. La UE ha recomendado aumentar las reservas hasta alcanzar un 80% antes de noviembre próximo, pero Berlín está aún lejos del desafío. De hecho, los poderosos Verdes alemanes han debido aceptar el retorno de energías “sucias” como el carbón y estudiar la reapertura de centrales nucleares que los objetivos de las cumbres del clima habían considerado inaceptables.

En Italia la situación no es mejor. La reciente crisis política que ha llevado a la renuncia definitiva de Mario Draghi y a convocar nuevas elecciones para finales de septiembre, se desencadena como consecuencia del rechazo del Movimiento Cinque Stelle (Cinco estrellas) a aceptar las sanciones contra Rusia, precisamente para evitar la crisis energética que ahora enfrentan todos los europeos. No en vano, este partido de perfil populista, se apoya en el hecho que hasta hace poco 65% de la opinión pública italiana no era particularmente favorable a las posiciones de Ucrania.

La guerra se anuncia larga, muy larga y cargada de malos augurios para unos y otros. Frente a este panorama incierto, izquierdas y derechas buscan un reacomodo que les asegure un espacio en el nuevo orden que se avecina.

Una izquierda dividida

La invasión militar rusa en febrero pasado, abrió un nuevo escenario que obligó a las izquierdas ortodoxas y a las radicales a revisar sus alianzas en clave de política exterior. La confrontación bipolar de la Guerra Fría, que también atravesaba el eje izquierda-derecha de la política europea, ha quedado obsoleto en la medida en que Rusia ya no es el “faro de la clase trabajadora internacional”. Más bien ésta se sitúa en la lógica del poder y de las esferas de influencia, apoyándose en un nacionalismo nada internacionalista. Precisamente lo que la izquierda ha denostado siempre. En el nuevo contexto ¿puede la izquierda aferrarse a viejos tópicos y antiguas maneras de ver el mundo”. Sin olvidar los problemas que se acumulan en las sociedades europeas -creciente desigualdad, descrédito de las elites frente a los ciudadanos, debilitamiento de las sociedades democráticas, batallas culturales en el seno de los Estados occidentales, contradicciones e hipocresías varias (el doble rasero migratorio que la acogida a los refugiados ucranianos ha demostrado) no puede hacer olvidar que la Rusia de Putin está lejos de ser una sociedad de libertades y derechos civiles. No es un modelo de contrapropuesta.

Las izquierdas europeas se han visto marcadas por el No a la guerra, por la apertura al diálogo y a las soluciones negociadas y por el rechazo al armamentismo. Pero para una parte de ellas, Putin respondió a un acorralamiento militar que la OTAN ejercía y de alguna manera su respuesta bélica era, si no justificable, al menos explicable. Para otra parte, la violación de las fronteras de un país independiente supone un gesto políticamente inaceptable sea cual fuere la razón que lo explica. Esta diferencia se ha puesto de manifiesto en la mayor parte de los países. Un buen ejemplo ha sido el de España, donde la coalición de izquierda Unidas Podemos (Podemos + Izquierda Unida) y los socialdemócratas del PSOE gobiernan. Desde el inicio de la guerra, Podemos se detenía en un llamamiento al diálogo y a la cordura, rechazando el envío de armas, tratando de adjudicar las responsabilidades a la actitud belicista de la OTAN. En cambio, Izquierda Unida —cuyo integrante mayoritario es el Partido Comunista Español— rechazó firmemente la intervención rusa. Yolanda Díaz, próxima al PCE y con aspiraciones presidenciales para 2023 a la cabeza de la flamante coalición SUMAR, actual Ministra de Trabajo y vicepresidenta segunda del gobierno, apoyó el envío de armas defensivas al gobierno de Kiev. La radical izquierda anticapitalista sostiene, por su parte, que el envío de armas no garantiza el triunfo de Ucrania y en cambio prolonga indefinidamente una guerra mortífera cuyos efectos se hacen sentir a lo largo y ancho del planeta. Por otra parte, Pedro Sánchez —que representa al ala progresista del PSOE— no ha dudado en alinearse con la OTAN y con la política exterior norteamericana respecto a Rusia, al punto que muchos analistas creen que el brutal y sorpresivo cambio de la posición española en relación al conflicto en el Sahara occidental a favor de la propuesta de Marruecos, fue consecuencia de presiones norteamericanas. Cabe recordar que EE. UU. apoyó la reivindicación marroquí sobre el Sahara en el 2021 a cambio de que el reino hachemita reconociera al Estado de Israel y luego firmara acuerdos militares con Tel Aviv.

La situación en Francia no es mejor. Los resultados de las presidenciales y de las legislativas, expresan cambios profundos en el comportamiento del electorado. La crisis económica que se avecina y las dificultades de gobernabilidad del presidente Macron que ha perdido su mayoría en las cámaras, no facilitan la negociación de las medidas a adoptar. Más allá del crecimiento de la extrema derecha que es hoy la segunda fuerza parlamentaria, preocupa la importantísima abstención. A pesar del esfuerzo de movilización llevado adelante por la coalición de izquierda (NUPES de Jean Luc Mélenchon) en las parlamentarias con la esperanza de alcanzar un número de escaños suficiente para ser primer ministro e iniciar así una “cohabitación”de gobierno con el centro derecha macronista, un 52 % del electorado se abstuvo. La guerra de Ucrania también estuvo presente en la campaña. Todos los candidatos debieron tomar posición frente a la invasión rusa y esto determinó que muchos se incomodaran y modificaran aceleradamente sus alianzas. Dentro de la izquierda el histórico dirigente trotskista Olivier Besancenot (línea IV Internacional) concedió una entrevista a Mediapart (19/05/2022) tras su visita a Ucrania en compañía del Partido Anticapitalista (NPA). Entonces declaró “las fuerzas progresistas del continente europeo deben apoyar más abiertamente al pueblo ucraniano, víctima del imperialismo ruso” y respondió evasivamente a la pregunta acerca de la ley de 2015 ilegalizando al Partido Comunista que promulgara el gobierno ucraniano.

Por su parte Jean Luc Mélenchon de origen trotskista lambertista y ex ministro socialista, afirmaba, el 1º de marzo, en la Asamblea Nacional en un debate sobre la guerra, que sean cuales fueren las causas de la invasión a Ucrania, nada puede excusarla: “(…) el gobierno del Sr. Putin tiene toda la responsabilidad.” Sin embargo, se mostró partidario de buscar caminos para la negociación y la paz, recordando que el pueblo ruso “no es nuestro enemigo” Los ejemplos citados dan fe del malestar general de la izquierda frente al conflicto. A esto se agrega la divergencia generada dentro de la rama más ortodoxa. La revista Nueva Sociedad publicó en su número de mayo pasado un artículo de opinión firmado por Dimitri Deliolanes acerca de la división de la diáspora comunista en torno al tema. Recuerda el analista que el Partido de la Refundación Comunista de Italia, el Partido Comunista Francés (PCF) y el Partido Comunista de España (PCE), todos ellos miembros del Grupo de la Izquierda Europea en el Parlamento de la UE, y otras tres docenas de partidos, se pronunciaron casi inmediatamente en contra de la intervención rusa que calificaron de “guerra imperialista”. De América Latina, además del de Chile, figuran las firmas de los comunistas de El Salvador, México, Perú y la Liga de la Juventud Comunista de los EE. UU. Es interesante destacar que los partidos de los países integrantes del BRICS no firmaron o que tampoco el PC chipriota griego lo hizo aunque el KKE griego sí lo hizo. Previsiblemente, para el Partido Comunista Ruso la intervención militar es “una guerra de liberación nacional contra la intervención del nazismo y el nuevo orden de EE. UU. y la OTAN”.

Es interesante señalar que el punto 2 de la Declaración Conjunta recuerda que los acontecimientos en Ucrania están vinculados a los planes de EE. UU., la OTAN y la UE en su “feroz competencia con la Rusia capitalista por el control de los mercados, las materias primas y las redes de transporte en el país”. El punto 3 denuncia la actividad de las fuerzas fascistas y nacionalistas en Ucrania, el anticomunismo y la persecución de la población ruso hablante. En otras palabras, se denuncia la intervención, pero también se rechaza la lectura de los acontecimientos propuesta por los gobiernos y los medios de comunicación occidentales.

Efectos en las derechas europeas

El desconcierto perceptible en el seno de la izquierda no puede hacer olvidar que la derecha más dura, que no dudó en apoyar el autoritarismo y el nacionalismo del modelo putiniano, ha debido dar marcha atrás. Durante los años que precedieron a la guerra e inclusive tras la intervención en Crimea en 2014, este apoyo se manifestó en visitas y ayudas económicas para campañas presidenciales. Todo parece indicar que el líder ruso aplicó la vieja fórmula de “los enemigos de mis enemigos son mis amigos” y no dudó en aportar fondos al Rassemblement National (RN, nuevo nombre del Frente Nacional) de Marine Le Pen, al ultraderechista Vox en España, a la Liga de Mateo Salvini y al inefable Silvio Berlusconi de Forza Italia y recientemente al pintoresco neofascista Eric Zemmour en Francia. Algunas anécdotas aderezan esta “amistad” interesada: Matteo Salvini se presentó en 2015 en el Parlamento Europeo con una camiseta con la imagen de Putin para escuchar una intervención del presidente italiano Rodolfo Mattarella. “Cambio dos Mattarellas por medio Putin” dijo entonces. Más tarde Salvini fue investigado por una supuesta financiación rusa y hoy, en plena crisis política en su país, ha marcado distancias con el líder ruso. También Marine Le Pen, quien se fotografió en el 2017 con Putin y utilizó la imagen en el marco de su campaña electoral, debió retirarla poco después del inicio de la guerra. Zemmour, por su parte, calificó a Putin de “verdadero patriota” antes de marcar distancias con el líder ruso.

La guerra lo ha cambiado todo. En mayor o menor medida toda la derecha ha debido modificar sus posiciones. Cuando aún el conflicto no había estallado y sólo se oía el ruido de botas en la frontera ucraniana, tuvo lugar la Cumbre de Madrid que reunió a fines de enero pasado a la crema y nata de la derecha identitaria y ultracatólica europea. Entonces fue perceptible que no hay una posición unívoca frente al conflicto. Mientras Viktor Orban del Fides húngaro muy dependiente del gas ruso y gran aliado del Kremlin, apoyó a Rusia y obstaculizó las sanciones de la UE, el primer ministro polaco Mateus Morawiecki del Partido Ley y Justicia (PiS), llamó a la OTAN a “despertar de su siesta”. Al terminar la cumbre, los asistentes firmaron una declaración conjunta en la que denuncian “las acciones militares de Rusia” y destacan la ineficacia de la diplomacia de la Unión Europea a la hora de “preservar la paz, la integridad territorial y la inviolabilidad de las fronteras de las naciones europeas”.

¿Camino a una distopía?

Una distopía es una sociedad que se sitúa en el espacio opuesto a la utopía. Es indeseable, deshumanizada, con gobiernos tiránicos y enfrentada a cataclismos sociales (pandemias, cambio climático, guerras). Para muchos, caminamos imperturbablemente hacia la distopía y los efectos que la guerra tiene en la actualidad a lo largo y ancho del planeta refuerzan esta percepción.

Si como dicen los expertos en geopolítica, todo orden mundial hegemónico se sustenta en una dimensión ideológica , hoy vivimos una crisis de identidad donde los fundamentos del yo colectivo se han vuelto inaceptables y aún es pronto para vislumbrar los nuevos pilares del cambio.

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